El retorno a las iglesias continúa a medio gas y no solo por las limitaciones de aforo. Sacerdotes buscan con creatividad reactivar la vida parroquial y el cepillo.
Llega el momento de la comunión. Silencio absoluto cuando el sacerdote baja del altar. El soniquete de las tapas de los geles hidroalcohólicos se abren y se cierran. Un runrún sin el compás que marcaría Mayumaná. Pero casi. El orden llega justo después. Fila castrense para comulgar que surge de manera innata. Como si cada feligrés tuviera cogida la medida del metro y medio. Nadie quiere contagiarse. Ni contagiar. La comunión dura menos de lo normal. Hay huecos en los bancos. Por los que no están porque se los ha llevado la pandemia. Pero, sobre todo, por las limitaciones de aforo. Esas que han obligado a un puñado de párrocos a multiplicar las misas de los domingos. Pero no tantas como se imaginaban. Obispos y sacerdotes están preocupados por esta vuelta a medio gas que afecta a la vida sacramental, al acompañamiento espiritual, a la pastoral social… Y también al cepillo.
«Son muchos los mayores que se están quedando en casa. Y con razón, tanto por ser población de riesgo, como por el miedo razonable», explica Jesús Montejano, párroco de Nuestra Señora de la Asunción en Villanueva de la Torre, una localidad de 7.000 habitantes en el Corredor del Henares. «También es signo obediencia de los cristianos: si nos dicen que nos quedemos en casa, nos quedamos. No es por presumir, pero un católico es un buen ciudadano». Sin embargo, ese confinamiento parroquial de los jubilados no solo implica menos gente en las misas. También suponen una masa significativa, por ejemplo, en el voluntariado de Cáritas y al frente de las catequesis, lo que ha obligado a improvisar un relevo generacional que no siempre ha sido posible. Pero, ¿cómo animar la vuelta sin parecer un temerario? «Hay que ser delicado al proponerlo y ponerse en el lugar del otro, respetando el miedo que puedan tener. Pero hay que seguir adelante», añade el presbítero.
En marzo los templos echaron el cierre en prácticamente toda España respondiendo a la llamada de la Conferencia Episcopal de acuerdo con las indicaciones Sanidad. Se dispensó del precepto dominical al no poder asistir presencialmente. Nunca antes, ni durante la Guerra Civil, se había interrumpido de forma tan prolongada la celebración de la eucaristía. Fue el momento de ponerse las pilas en lo digital. Se multiplicaron las misas por YouTube, las catequesis a distancia, las cadenas de oración online. Pero en julio, la Comisión Permanente recomendó a los obispos retomar la actividad, en la medida de lo posible. Y en especial acabar con el ayuno eucarístico.
«Hay que volver a las parroquias», sentencia el obispo de Ávila, José María Gil Tamayo: «La Iglesia están construida sobre el misterio de la encarnación de Cristo y exige presencia desde la sacramentalidad. No somos una ’'gnosis’', un mero ente de razón. La Iglesia es vida, gente, pueblo, comunidad, es tocar la carne de Cristo». Desde esta premisa, sí hace un llamamiento al sentido común de los pastores. Y lo hace como prelado que estuvo más de un mes ingresado enfermo de coronavirus. «Nuestra fe debe confrontarse con las precauciones de la razón y, a la vista de esta oleada, ni se ha vuelto a la normalidad ni la normalidad va a ser igual», reflexiona echando mano de Chesterton: «La Iglesia nos pide que nos quitemos el sombrero, no la cabeza».
Las iglesias no están libres de pecado y también se han dado contagios, pero hasta la fecha ningún estudio las sitúa como foco de transmisión comunitaria. «Me pesa haber sido víctima del Covid, sé en primera persona lo que es la saturación y las carencias de los hospitales, así como la sobrecarga de los sanitarios. Por eso me siento especialmente interpelado en tomar todas medidas necesarias para un retorno seguro a los templos», añade, con dos palabras clave que lanza en cada encuentro presencial que preside: «Gracias y ánimo». Desde ahí, se formula un desafío como pastor: «Es tiempo de recuperar la creatividad para adaptarnos a esta nueva realidad, pero también la espiritualidad».
«No es un empeño de los curas. La gente necesita a la Iglesia y la Iglesia necesita a la gente. Lo digital está muy bien, pero no puede sustituir, y menos en lo sacramental, la riqueza de lo presencial», defiende Montejano, que no ha visto un descenso significativo, por ejemplo, en la lista de niños que quieren prepararse para recibir la primera comunión. «Estamos notando que tanto los padres como los chavales quieren venir a los salones parroquiales a las catequesis. No podemos organizar actos masivos como antes y alternamos las sesiones presenciales con las virtuales, pero todos quieren tener actividad», añade este párroco que ha extremado las medidas de limpieza. Donde sí ha notado un agujero es en la hucha de la parroquia. Se calcula que la Iglesia española dejó de ingresar 40 millones de euros solo en los dos meses de confinamiento total. «Las colectas son muy pobres. Nos están salvando las asignaciones periódicas, pero son una minoría», explica sobre la falta de un compromiso periódico de los católicos.
Esta práctica de la donación fija periódica muy habitual en países como Estados Unidos y Alemania, no lo es tanto en nuestro país. Y aunque bien es verdad que se responde de manera extraordinaria a campañas como el Domund o el Día del Seminario, resulta insuficiente para mantener las cuentas a raya. «En nuestro caso, tenemos un pequeño préstamo que vence en 2035 por unas obras que hicimos y que ahora nos marea un poco porque nadie pensaba un freno en los ingresos como el que estamos viviendo», plantea el párroco, consciente de que toca aplicar «economía de guerra», con una máxima: no se rebaja ni un céntimo de Cáritas.
El de Villanueva de la Torre no es un caso aislado. No son pocos los obispados que han tenido que salir al rescate de alguna de las 23.000 parroquias de nuestro país. Desde Ávila, Gil Tamayo admite que también han tenido que apretarse el cinturón: «Los ingresos han venido a menos, pero también me llevo sorpresas en parroquias rurales donde los vecinos son conscientes de que hay que pagar la luz de la iglesia y ofrecen lo que pueden». Esta red de solidaridad se extiende a los 14 monasterios de su región: «Las religiosas lo pasaron muy mal porque se frenaron en seco sus ingresos por ventas de sus productos , pero también se están volcando con ellas y se han visto compensadas con las ventas en Navidad».
Aforo a debate
Los arzobispos y obispos de las once diócesis de Castilla y León se han plantado ante la Junta por el criterio del «numerus clausus». No porque se opongan a las restricciones de aforo, sino por el método utilizado. Así, consideran que no es ni «razonado ni aceptable» que se afronte en términos absolutos con una limitación de 25 personas, se trate de una reducida capilla de30 metros cuadrados, que de una catedral como la de Burgos, con 12.276 metros cuadrados.
Como alternativa, solicitan que se utilice el baremo porcentual que se utiliza para teatros, cines y museos, con un máximo del 33%. Y es que, con el diferente trato de la Junta se pueden dar situaciones tan rocambolescas como el hecho de que un pastor convoque una reunión en un salón de actos parroquial que incluya una eucaristía, en la que puedan participar un 33%. Sin embargo, si decidiera celebrar la primera parte del encuentro en el auditorio y la misa en el templo, solo podrían asistir 25 fieles.
Comentá la nota