CIUDAD JUÁREZ.- No reunió las masas convocadas por Juan Pablo II en sus cinco visitas a esta tierra, pero seguramente Francisco, el primer papa latinoamericano que viaja al país de habla hispana con más católicos del mundo, dejó una huella indeleble.
Por Elisabetta Piqué
En una visita de cinco días agotadora definida como "un éxito" por el padre Federico Lombardi, vocero de la Santa Sede, salieron a las calles del país más de cuatro millones de personas, que le cantaron mañanitas día y noche y quedaron impactadas por su forma de ser sencilla, humilde, su informalidad, su cariño hacia los chicos, enfermos, ancianos, pero sobre todo por su coraje para denunciar los gravísimos males de México, que en definitiva son de todo el continente y del mundo.
El objetivo de Francisco, que no tiene la varita mágica, era ir a los problemas de México, algo que cumplió. Pero no vino sólo a denunciar, sino que lo suyo fue un mensaje positivo y propositivo, de llamado al cambio, a una transformación, a la conversión, la palabra más usada en esta maratón de cinco días -seis veces en la emotiva misa en la frontera de ayer-, con la que resumió y cerró esta cuarta gira por su continente.
Durante la visita, llamó a la clase política y a la propia jerarquía eclesiástica a ocuparse de los más débiles, de los excluidos de la sociedad, a luchar contra la corrupción, a pensar en el bien común. Arremetió contra el narcotráfico en Ecatepec y en Morelia, sitios golpeados especialmente por este flagelo, y, en todo momento, contra los privilegios de pocos, en un país donde la desigualdad es escandalosa y la pobreza alcanza al 46% de la población. Se convirtió en el primer papa que visita San Cristóbal de las Casas, donde reivindicó los derechos de los 11 millones de indígenas que viven en México, a quienes les pidió perdón; y, como "peregrino de la misericordia", viajó hasta Ciudad Juárez para pedir por el drama de la migración forzosa.
Como había advertido en vísperas del viaje en un videomensaje, no iba a traer soluciones, pero tampoco iba a tapar los problemas. En ese sentido, uno de los discursos más completos fue el que pronunció el primer día de la visita en la catedral de la capital ante los obispos, bautizado aquí como el "superregaño". Les pidió no ser príncipes, clericales, cercanos al poder, sino al pueblo. También tuvo expresiones duras contra el dinero, la fama, la vanidad y el poder, un mensaje que también calzó a una clase política encumbrada y alejada de la realidad de un país que para muchos no podrá seguir adelante con semejantes tasas de violencia, corrupción e inequidad.
"El mensaje de los obispos no fue sólo para ellos, fue para todos", dijo a LA NACIÓN Joaquín López Dóriga, reconocido periodista televisivo mexicano, que destacó que, según Nielsen, 123 millones de mexicanos estuvieron siguiendo en directo la gira de Francisco. "Creo que la jerarquía mexicana está en una profunda transición, en un cambio que no se ha podido dar, cuyo eje central será el fin del arzobispado de Norberto Rivera Carrera, que será dentro de un año, cuando alance la edad de renuncia", agregó. "La visita fue extraordinaria, el Papa agotó su agenda y además la agotó en los lugares, y fue extraordinaria, básicamente, porque él es extraordinario", dijo, entusiasta.
Coincidió el padre Manuel Dorantes, sacerdote mexicano que emigró a Estados Unidos -que suele ayudar al padre Lombardi en la Santa Sede-, ayer presente en la impactante misa en la frontera, desde donde no sólo podía verse perfectamente flamear del otro lado la bandera estadounidense, sino el saludo a los fieles. "Fue una visita que va a dejar huella en México. Hubo muchos gestos, y aunque se le critica a Francisco que no hay mucho contenido y son puros gestos, creo que ha dejado a los mexicanos mucho contenido para meditar y reflexionar", dijo a LA NACIÓN Dorantes. "Uno de los efectos es que él, aunque no es Dios y no va resolver los problemas, nos deja con el sentido de que los mexicanos tenemos los recursos, la riqueza y las raíces para ser protagonistas de nuestro destino, para un México de justicia y de paz", subrayó.
En una gira agotadora para cualquiera, el Papa demostró enorme resistencia. El monseñor mexicano Eugenio Lira, coordinador de la visita, maravillado por esa energía, contó que ayer le preguntó si no estaba cansado. Y él contestó con su habitual humor: "En la Argentina decimos: «La sarna con gusto no pica»".
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