“Quiere que la Iglesia sea cada vez más un hospital de campaña” declara el argentino que acaba de ser nombrado obispo, Gustavo Carrara
VILLEROS Y OBISPOS. EL PAPA APRIETA EL ACELERADOR
por Alver Metalli
El Papa nombró obispos a dos “curas villeros”. De la elección de Gustavo Carrara, de 44 años, ya se había hablado y se esperaba. La de Jorge García Cuerva, de 49 años, no. Ambos son párrocos de realidades marginales en la capital argentina, Buenos Aires: el primero de Santa María del Pueblo, el segundo de villa La Cava, en la localidad de San Isidro. Con estos nombramientos el Papa ha impreso una fuerte aceleración a la renovación del episcopado argentino, que ya vivió otro momento igualmente fuerte y explícito con la reciente elección de Oscar Ojea como presidente de la Conferencia Episcopal, anterior presidente de Caritas y ex Delegado de Pastoral Social.
Carrara es uno de los curas villeros más cercanos a Bergoglio desde que era párroco en la villa de emergencia 11-14, en una zona de la Capital denominada Bajo Flores. Él mismo lo ordenó sacerdote en 1998. Carrara cura las “heridas” de sus parroquianos desde abajo, y eso es lo que le gusta a Bergoglio. Su parroquia se extiende cerca del estadio “Pedro Bidegain”, del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, el que Bergoglio lleva en el corazón desde que era joven. La villa de donde proviene la mayoría de los parroquianos es el resultado de la fusión de tres zonas marginales: Bajo Flores, 9 de Julio y 25 de Mayo, a las cuales se asignaron después los burocráticos números 1, 11 y 14. Originariamente estaban construidas en terrenos bajos que se inundaban con facilidad – como sigue ocurriendo hasta el día de hoy –, donde los camiones descargaban basura y escombros. Como ocurrió con la mayoría de los conglomerados urbanos que crecieron a impulso de la emigración de las provincias del interior hacia las capitales, esas villas se poblaron en los años ’40 debido a la crisis económica argentina y mundial de 1930, que desplazó también a paraguayos, bolivianos y peruanos a través de la frontera. Es la villa miseria más grande de Buenos Aires, con una población de 30.000 habitantes, en su mayoría recolectores de cartón, vagabundos, mano de obra no especializada de la construcción, mujeres de servicio doméstico, enfermeros, desocupados y pequeños comerciantes de barrio. Algunos viven allí desde hace más de veinte años y guardan la memoria de un año que marca un antes y un después: 1976. Ese año los camiones trasladaron a la mayoría de los ocupantes al Gran Buenos Aires, las topadoras demolieron todo y llegó la noche y el miedo. Por eso los habitantes hoy hablan de “primera villa” y “segunda villa”, para distinguir la que nació después de 1984, cuando la gente volvió al lugar del que había sido expulsada.
Gustavo Carrara, tiene estudios en teología y 20 años de villa miseria, y cuenta que Bergoglio fue siempre un aliado: «Se alegraba de que en algunas situaciones, como en las parroquias de las villas, la Iglesia fuera lo que hoy llama “hospital de campaña”, donde alguien se ocupa de la fragilidad del pueblo. Recuerdo haberlo oído hablar de un obispo que para él era un ejemplo, San Toribio de Mongrovejo, que pasaba poco tiempo en su sede arzobispal y transcurrió la mayor parte de su ministerio episcopal recorriendo a lo largo y a lo ancho la extensísima diócesis que tenía a su cargo». Carrara cita una anécdota de Bergoglio que considera representativa de su manera de entender la parroquia en la villa como hospital de campaña. «Recuerdo cuando nos propusimos empezar a trabajar con los chicos de la calle que se drogaban. Era el mes de septiembre de 2010. Estábamos buscando un lugar en el barrio Charrúa donde pudiéramos concentrar diversas actividades e comenzar a construir la casa de acogida para ellos. Por eso, cuando caminábamos por la villa prestábamos atención a los inmuebles que podían servirnos, y un día notamos una fábrica de productos electrónicos – “Plaquetodo” -, que habían puesto en venta. Acordamos un encuentro con el propietario, le expliqué qué queríamos hacer y que la construcción nos parecía apropiada. Después él nos dijo cuánto pedía. Me pareció inaccesible, pero para no cerrar las puertas en ese momento, le pedí tiempo y le dije que en diciembre le daría una respuesta. Al día siguiente llamé a monseñor Bergoglio. Le conté sobre la fábrica, le dije que me parecía apropiada, que podíamos trasladar allí algunos talleres y que la planta baja podía servir para empezar a trabajar con los chicos de la calle de los que le había hablado. Esa misma semana me llamó y me dijo que había encontrado el dinero para comprar el edificio». El 27 de marzo de 2001 Bergoglio mismo inauguró el nuevo centro, donde hoy se imparten cursos de electricidad, soldadura, carpintería, costura y diseño, y se reciben y alojan toxicodependientes que quieren dejar el consumo de drogas. “Aquí pueden aprender un oficio, dejar la droga y construir sus vidas sobre una roca sólida”, dijo Bergoglio durante la inauguración. “Porque de la droga se puede salir y el trabajo da la fuerza y la dignidad para salir de ella”. Ayuda para salir de las garras de la droga y prevención son los dos ejes del trabajo de Carrara. «Para nosotros prevención es que la gente tenga oportunidades concretas de vivir bien. Por eso apuntamos a los centros para la primera infancia, a las guarderías para niños, a las escuelas primarias y secundarias, a los clubes de barrio, a todo lo que puede formar líderes positivos. Si vivís en la calle y te abordan adultos con propuestas negativas, tenemos que abordarte con una propuesta positiva practicable, de alcance territorial. Bergoglio nos alentaba a recuperar el control del patio, así como en el fútbol es fundamental no perder el control del centro de la cancha».
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