Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
Buscamos en lo fantástico y está en lo pequeño. Pretendemos encontrar la felicidad en las apariencias, pero ellas nos engañan. No aprendemos más y tropezamos una y otra vez con la misma piedra. El espejismo nos sigue cautivando y nos hace correr tras ilusiones falsas.
San Juan Bautista tuvo la misión de preparar el corazón del Pueblo para recibir al Mesías. En sus primeras predicaciones expresa: “En medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen” (Jn 1, 28). En el pueblo de Israel la expectativa mesiánica se había volcado hacia un rey victorioso, un ejército invencible, un reinado temporal y político. Sin embargo, Dios tiene otros planes y caminos.
Incluso en la ponderación de las personas, solemos volver a quienes se destacan en algún aspecto, y no percibimos la santidad escondida entre los vecinos, “en la puerta de al lado” (GE 7). En los hombres y mujeres que con su esfuerzo cotidiano sostienen la familia. Quienes nos cuidan la salud poniendo en riesgo la propia vida. En docentes que se prodigan por sus alumnos. En los pobres que se organizan para promover un mundo solidario desde el merendero del Barrio.
Cuando orientamos la mirada hacia el pesebre percibimos este “modo Belén” en la historia; lejos de la ciudad capital del Imperio, apartados del palacio; ajeno a la superficialidad, a la vanidad, una Presencia está cambiando la historia.
Para poder percibirlo hace falta cambiar los criterios del corazón. Ponete una mano en el corazón. Si hubieras sido un hombre o una mujer de fe de aquel tiempo y un ángel te dice “esta noche viene Dios, andá a buscarlo”, ¿hubieras ido a Belén? ¿Estando allí, hubieras ido a un establo? Esa noche unos lo hicieron, otros no.
Toda la creación rodea a los primeros testigos. Los pastores que están trabajando y no se quedan quietos: “Vamos a Belén a ver al Niño”. Los Reyes Magos, de origen pagano, que hacen un largo camino siguiendo la estrella en el cielo y el impulso en el corazón.
Para ver al Niño Dios hay que salir, ponerse en marcha, trasladarse hacia lo que no cuenta, hacia lo “poco importante” a los ojos del mundo.
En estos días me venía el recuerdo de la canción que dice “vuele bajo / porque abajo / está la verdad. / Esto es algo/ que los hombres/ no aprenden jamás”. Seguimos tropezando, tozudamente, con la misma piedra.
La Navidad da cumplimiento a la promesa del Profeta Isaías que se reconoce como enviado por Dios: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor” (Is 61, 1-2).
El pasado 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Francisco nos regaló el anuncio de dedicar todo el año 2021 a contemplar la vida de San José, por quien el Papa tiene una especial devoción y confianza. Iremos comentando la propuesta y el texto de su carta Apostólica “Patris corde” (Con corazón de padre). Buscala en Internet.
Ayer, 12 de diciembre celebramos la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América. Ella no buscó como mensajero a alguien bien preparado y con la palabra “prestigiosa”. Convocó a un humilde indio, San Juan Diego, para ser portador de su mensaje. María sigue en “modo Belén”.
Y hoy, domingo 13, Santa Lucía ilumina nuestros ojos para saber mirar la vida desde el amor de Jesús.
Seguramente muchos estén al tanto de la media sanción en Diputados de la ley de legalización del aborto obtenida el 11 de diciembre. Ahora el trámite continúa en el Senado de la Nación y quizás el debate se dé cerquita de la Navidad. Estas instancias a muchos también nos provocan tristeza y desilusión. Fuerza a la oración con esperanza. No está dicha la última palabra.
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