Antes de dejar EE.UU., se reunió con personas abusadas por curas; "Dios llora", les dijo; había sido criticado por no recibirlas; también visitó una cárcel
Por Silvia Pisani
FILADELFIA.- Esta histórica ciudad, y con ella todo Estados Unidos, lo despidió con una impresionante movilización de fieles. Una en la que se lo vio tan feliz y entregado que no dejaba de saludar y de besar chicos al paso de su papamóvil, forzando a su rígida custodia a correr de un lado al otro con los bebes en brazos para alcanzárselos. Nunca fueron tantos.
El papa Francisco cerró la visita con la que conquistó a millones de norteamericanos con una misa al aire libre y un largo paseo por esta ciudad amurallada por la seguridad y, aun así, rebosante. "¡Francisco, Francisco!", coreaba la multitud, enfervorizada y seducida por un hombre en el que ve una figura que trasciende su alta investidura religiosa.
Pero Francisco no quiso que fuera una jornada sólo de fiesta. Antes de irse, respondió a las críticas y dio otro paso en la condena de abusos sexuales por miembros del clero al reunirse y escuchar a varias de sus víctimas. "Todos ellos rendirán cuentas", les prometió.
"Dios llora", dijo, tras escuchar el testimonio de abuso sexual sufrido por dos hombres y tres mujeres. El encuentro no figuraba en la agenda oficial y sólo se reveló horas antes de ocurrir para "preservar la intimidad" de los afectados, según reconstruyó el vocero vaticano.
El Papa conversó en español con ellos y, según recogió LA NACION, el término que usó fue el de "una inocencia violada, una terrible violación" de la dignidad humana.
Una aberración cometida, precisamente, por aquellos en quienes los menores habían confiado, y condenó especialmente a los "obispos" que no prestaron atención a esas denuncias. "Estoy profundamente apenado por las veces que las víctimas de abusos sexuales no fueron escuchadas en su denuncia. Quiero que sepan que el Papa las escucha y les cree, y que lamento profundamente que algunos obispos no hayan cumplido su deber de proteger a los chicos", dijo.
Más aún, le pareció "inquietante" saber que algunas veces los propios obispos fueron los abusadores. El haber elegido esta ciudad para esa condena y para la promesa de justicia cobra sentido especial. Aquí ocurrieron graves escándalos de abuso y de posterior encubrimiento entre sacerdotes.
Uno de ellos, hace cuatro años, produjo la primera sentencia de cárcel contra un sacerdote. Se trata de William Lynn, acusado por haber ocultado pruebas y testimonios de abuso sexual, cuando él mismo fue comisionado para revisar numerosas denuncias.
Por el mismo caso tuvo que comparecer ante la justicia el fallecido cardenal y ex arzobispo de la ciudad Antonio Bevilacqua, pero no hubo cargos en su contra. Nunca había ocurrido algo así en la justicia y en la Iglesia local. Junto con manejos financieros, los casos de abuso y su ocultamiento figuran entre las causas que más fieles alejan de la Iglesia en este país.
"Estoy abrumado por la vergüenza", dijo el Papa, que se comprometió a que esos crímenes no "sean mantenidos en silencio durante más tiempo" y, en un fuerte gesto adicional, aludió a quienes los denuncian como "heraldos de justicia y de sanación".
Antes de eso, el Papa había conmovido con otro de los gestos que lo definen: fue cuando visitó la mayor cárcel de Filadelfia y saludó uno a uno a varios de sus internos.
A ellos les recordó que "siempre se está a tiempo de cambiar" y reclamó un sistema carcelario que trabaje "por la rehabilitación y no por el descarte" de las personas.
"Todos necesitamos limpiarnos de algo", añadió, en la misma línea compasiva del célebre "¿Quién soy yo para juzgar?" con que aludió a la homosexualidad.
Acuerdo
Condenó así las políticas penitenciarias que "no buscan generar nuevas oportunidades", a la vez que aseguró a los internos que el tiempo de reclusión "no es sinónimo de expulsión". La necesidad de reformar el sistema carcelario es, tal vez, uno de los pocos puntos en los que demócratas y republicanos están de acuerdo en este país.
Tiene la mayor proporción de presos en el mundo, así como de sentencias a cadena perpetua y de muerte, un castigo que, de paso, retrocede en la aprobación social. Registra, también, crecientes sospechas de ensañamiento con las minorías hispana y afroamericana.
La visita a la cárcel de Currant Fromhold fue un momento importante. No es la primera vez que Jorge Bergoglio visita un presidio, pero sí la primera en que un papa hace algo así en este país. Un momento en el que se lo vio sonriente, pródigo en gestos y empático. Con ganas de seguir comunicándose, más allá de lo que decía el guión. En impecables uniformes de color celeste, sólo un centenar de sus 3000 internos asistieron a la audiencia. De un lado los hombres; del otro, las mujeres.
Frente a ellos, el Papa ocupó una silla de madera que los presos habían fabricado para él. "Muchas gracias, es muy hermosa", dijo, fuera de libreto. También fuera de libreto fueron las palabras y los abrazos que dedicó a cada uno de ellos. Llamó la atención la forma en que los miró atentamente a los ojos y les tomó las manos, en los rápidos cruces que pudo tener con ellos.
Había allí personas condenadas por violación, asesinato o tráfico de drogas, entre otros. "Nunca sabremos cuántos corazones toca este hombre, pero sospecho que son muchos", recogió luego LA NACION.
Temprano, como siempre con Francisco, el día había comenzado con una reunión con obispos participantes en el Encuentro de la Familia, que ayer cerró en esta ciudad. Fue ante ellos que comentó haberse reunido con víctimas de abuso sexual, en lo que fue la nota más sorpresiva del día.
"Llevo grabado en mi corazón su testimonio y el sufrimiento por el que pasaron", dijo, a la vez que se mostró "avergonzado" por la falta de respuesta de la propia Iglesia.
Bajo un cielo por momentos gris y amenazante, el Papa cerró la tarde con una misa al aire libre para cerrar el Encuentro de Familias (ver aparte).
Luego lo esperaba el saludo a los organizadores del encuentro. Un largo adiós que nadie parecía querer terminar. Con Francisco se iba alguien que había tocado demasiados corazones.
Hoy, seguramente, lo oiremos hablar desde Roma, cuando acabe el vuelo en el que, ya es costumbre, comparte en conferencia de prensa las experiencias de un viaje que aquí, al menos, dejó una huella perdurable.
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