Con la devolución de parte de los ingleses de la imagen que protegió a los combatientes, surgen recuerdos de los milagros que le atribuyen a María durante la guerra. Gestiones del Episcopado argentino y del británico.
En los comienzos de la guerra de Malvinas, el 4 de mayo de 1982, un día que quedaría grabado a fuego en su memoria, al soldado Jorge Palacios le llegó la hora de hacer guardia con su compañero Raúl Ortiz cerca de la pista de Puerto Argentino. Ambos tenían 18 años y pertenecían al Regimiento de Infantería 25, con asiento en Comodoro Rivadavia, que había sido uno de los primeros en llegar a las islas. Les tocó apostarse en un enorme pozo cavado a modo de trinchera, donde la humedad hacía todavía más insoportable el frío y una manta apenas ayudaba a sobrellevarlo. De pronto, una sucesión de tremendas explosiones, producto de un bombardeo enemigo, rompió el silencio, los conmovió hasta que una detonación los levantó por el aire y al caer un montón de piedras, escombros y tierra los tapó. Quedaron, literalmente, enterrados vivos.
Palacios presintió que su final había llegado. Calculó que quedaron sepultados a dos metros de la superficie. Además, sus gritos de auxilio no eran escuchados, el tiempo pasaba y el aire se agotaba. Comenzó entonces a despedirse de su familia llorando y rezando a Dios y a la Virgen. Además. lamentaba morir asfixiado, sin poder defenderse en un combate. “Si iba a morir quería que fuese por un tiro en la cabeza”, diría años más tarde. Una hora después, cuando había perdido toda esperanza, unos gritos llamándolos le devolvió la fe . Desesperados, él y Ortiz respondieron con el último aliento. Un cabo de apellido Cáceres y unos soldados comenzaron inmediatamente a escarbar y lograron sacarlos con vida. Palacios sabía que el hecho de que la manta haya caído sobre él durante la voladura le permitió respirar hasta su salvataje.
Pero, sobre todo, Palacios no tenía duda de quien lo había salvado era la Virgen de Luján. No solo porque la invocó en el pozo, sino porque antes de la guardia había rezado con sus compañeros el Rosario. Hoy, 37 años después, casado, con cinco hijos y cinco nietos, está aún más convencido de que haber sobrevidido fue un milagro. Por eso, no quiso perderse hace dos semanas la devolución en el Vaticano por parte de los ingleses de la imagen de la patrona nacional que fue llevada a las islas al comienzo de la conflagración por el capellán militar Roque Puyelli para proteger a las tropas argentinas. Desde el fin de la guerra nada se sabía de ella hasta que hace tres años fue detectada en una foto de una revista de los veteranos argentinos en la catedral católica castrense británica, que se alza en la localidad de Aldershot, a unos 70 km de Londres.
El descubrimiento llevó a Daniel Doronzoro, uno de los líderes de “La Fe del Centurión”, un grupo de argentinos que organiza retiros espirituales para ex combatientes y familiares de los caídos en Malvinas, a contactarse con el presidente del Episcopado, Oscar Ojea, para que se inicien las gestiones para su devolución. Gestiones que asumió el obispo castrense, Santiago Olivera, ante su par británico, el obispo Paul Mason. Como la imagen en el templo británico era venerada y destinataria de rezos por los caídos de uno y otro lado, los argentinos decidieron entregarle a cambio a Mason una réplica de la imagen. El intercambio se produjo el 30 de octubre pasado en la Plaza de San Pedro ante el Papa Francisco, que bendijo ambas imágenes, en un encuentro que incluyó a capellanes militares y ex combatientes de ambos países ciertamente muy emotivo.
Pero el caso de Palacios no fue el único milagro que se le atribuye a la Virgen. Hubo otro parecido. Además de varios hechos milagrosos a gran escala. El padre Vicente Martínez Torrens, que asistió a las tropas durante toda la guerra, está convencido de ello porque las acciones bélicas se pusieron bajo la protección de María. El sacerdote, que por entonces tenía 42 años, estaba destinado en Comodoro Rivadavia y viajó inmediatamente a las islas. Cuenta en primer lugar que las malas condiciones climáticas impidieron que el 2 de abril el desembarco se produjera en el lugar planeado. El cambio resultó providencial: los militares argentinos no tardaron en darse cuenta que el sitio original había sido minado por la dotación británica que estaba en las islas ante la sospecha de que podría producirse desembarco.
Otro hecho, no menos sorprendente se produjo en la pista de Puerto Argentino. Martínez Porrans afirma que particularmente el aeropuerto fue puesto bajo la protección de la Virgen por decisión del jefe del Regimiento de Infantería 25, el teniente coronel Mohamed Seineldin. El militar incluso enterró un Rosario en la pista, consciente de que su preservación era clave para el abastecimiento de municiones y comida. “No por nada los ingleses se ensañaron con el lugar, arrojando a lo largo de la contienda la friolera de 130 toneladas de explosivos”, dice el sacerdote. “Lo increíble –agrega- es que ninguna de las bombas alcanzó la pista, que se mantuvo operable hasta el final”. Además, destaca que al empezar la guerra se repartieron 10 mil rosarios entre las tropas y que diariamente se lo rezaba y se celebraba la misa.
Para Martínez Torrens la ayuda que significó la apelación a lo religioso durante la guerra es un aspecto no tenido debidamente en cuenta. Como también el acompañamiento a muchos ex combatientes y familiares de los caídos, en contraste con la falta de contención que padecieron las tropas al volver de islas. Un dato es elocuente: mientras que –quitando las 323 víctimas falales por el hundimiento del crucero General Belgrano- 326 murieron en combate, 480 se suicidaron desde el fin de la guerra. El propio Palacios dice que a él nadie lo contuvo al volver y que recién muchos años después comenzaron a creerle cómo salió vivo de aquel pozo infernal.
Pero el costado religioso no parece haber terminado. Tras su regreso a la Argentina, la imagen de la Virgen de Luján comenzó a recorrer las diócesis del país suscitando la emoción de muchos ex combatientes y familiares de caídos. Los promotores de su restitución consideran que ello debe ser el primer paso hacia una confraternidad entre británicos y argentinos, en particular con los isleños, los más reacios a tender puentes. Hay planes de levantar un oratorio en el cementerio argentino de Darwin y de realizar un encuentro entre católicos y anglicanos de ambos países en las islas. ¿El siguiente milagro de la Virgen será una reconciliación que hoy parece improbable?
“Me dio mucha alegría cuando monseñor Oscar Ojea, en su carácter de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, me pidió que me ocupara de ver la posibilidad de que la imagen de Nuestra Señora de Luján que estuvo en las Islas Malvinas en tiempos de la guerra con los ingleses y que luego fuera llevada a Gran Bretaña, retornara al país, como les solicitaron los laicos de la ‘Fe del Centurión’ (un grupo de espiritualidad católica para ex combatientes y familiares de caídos en las islas). Sabía que sería un momento de gracia para nuestra Patria y para la historia”.
Así comienza su narración a Valores Religiosos el obispo castrense, monseñor Santiago Olivera, que se convertiría en una pieza clave para la devolución de la imagen de la patrona nacional.
Monseñor Olivera explica que “ante este cometido conversé con mi par castrense de Inglaterra, monseñor Paul Mason, y encontré en él una gran disponibilidad, prontitud y generosidad. Lo que constituye, a mi juicio, signo y anuncio de nuevos tiempos”.
Subraya que “para los soldados argentinos volver a ver aquella imagen de Nuestra Madre tiene una gran significación, ya que ella ha sido testigo del dolor de muchos y ha sido consuelo y esperanza en los duros momentos de la guerra”.
Señala que “durante 37 años aquella frágil imagen estuvo en el Reino Unido. Hoy ya está ‘en casa’, su casa, y camina por nuestra patria renovándonos en la fe y avivando la certeza de la fraternidad”.
Con particular sentimiento recuerda la devolución el 30 de octubre pasado en la Plaza de San Pedro.
“El encuentro con las dos comitivas, los dos obispos y las dos imágenes, la que volvía y la que nosotros entregaríamos para la catedral castrense británica ha sido de profunda emoción”, evoca. Y añade: “Éramos pocos, pero teníamos la certeza de estar en nombre de muchos ex combatientes –‘veteranos de guerra’llevando también en los corazones los rostros de los caídos y sus familias”.
Y concluye: “Ante el Papa hemos podido contemplar la catolicidad, María es nuestra Madre común, y hemos podido experimentar hondas emociones, abrazos y lágrimas. La fe nos renovaba la certeza de que la guerra no es el camino. El único camino, el mejor sin duda, es el del diálogo, el respeto y el de la justicia para la paz”.
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