Omella y Osoro apostaban por el obispo de Teruel, diez obispos por el primer laico, Barriocanal, y el grupo mayoritario por García Magán
La elección de monseñor Francisco César García Magán como secretario general de la Conferencia Episcopal Española se ha producido en medio de un clima de aparente tranquilidad, aunque las aguas de fondo corrieron agitadas.
Una recomposición sobre lo que ha pasado en las últimas cuarenta y ocho horas en la sede de la Conferencia Episcopal Española puede ayudar a desentrañar el significado de esta elección, que no se puede calificar de sorprendente.
Datos que contradicen algunas versiones interesadas que se han publicado en las últimas horas.
Según varias fuentes de la Conferencia Episcopal consultadas por Religión Confidencial, faltaban varias horas para que se celebrara la reunión de la Comisión Permanente, a mediodía del miércoles, y en los pasillos del edificio de la calle Añastro ya se habían puesto las cartas sobre la mesa.
Obispo de Huesca
El Presidente y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal, cardenales Omella y Osoro, apostaban por el obispo de Teruel, monseñor José Antonio Satué. Un nombre que había estado en las quinielas y al que se había intentado proteger en las semanas previas. Esta propuesta de la cúpula también era apoyada por unos pocos obispos.
Ya se sabía que un grupo de diez obispos iba a proponer al primer laico que entraba en una terna para secretario general en la historia de la Conferencia Episcopal, el Vicesecretario de Asuntos Económicos, Fernando Giménez Barriocanal.
Y otro grupo de obispos, que era mayoritario, apoyaban al candidato que partía como vencedor, el obispo auxiliar de Toledo, monseñor Francisco César García Magán.
Celebración de la Comisión Permanente, que se prolongó más del tiempo previsto. A medida que se sucedían los votos en la Permanente, se consolidaba la preeminencia de García Magán. Pero había que completar la terna.
Otros candidatos
Con insistencia aparecía el nombre de Satué, ciertamente con escasos votos. A éste se iban sumando el del obispo auxiliar de Santiago de Compostela, monseñor Francisco José Prieto González –que renunció al considerar su arzobispo que no era el momento oportuno para prescindir de él-, el del Vicesecretario General de la Conferencia, el sacerdote Calos López Segovia, que tuvo que invocar el Código de Derecho Canónico para aclarar que era libre de no aceptar, y el de otros obispos como el auxiliar de Madrid, José Cobo, o el auxiliar de Barcelona, Sergi Gordo. Por fin, salió el del obispo auxiliar de Valencia, Arturo Pablo Ros, como una especie de candidato de “relleno”.
Nombre que contó con el visto bueno inmediato del cardenal Cañizares y del nuevo arzobispo de Valencia y que contaría con el apoyo de los “Valencianos” y de algún otro que se negara a votar a los otros dos. Como así ocurrió.
Cobo y Gordo no tuvieron una opción real de formar parte finalmente de la terna.
Un cuarto candidato
Elegidos García Magán y Ros, la terna estaba completaba porque la propuesta de Giménez Barriocanal, avalada por diez obispos, sumaba el tercero que faltaba.
Fue en ese momento cuando el cardenal Omella pidió que se introdujera un nuevo candidato, un cuarto, con la idea de intentar un nuevo nombre que seguro estaría dentro de los anteriormente citados.
Y ahí se produjo una negativa de los miembros de la Comisión Permanente que decidieron, democráticamente, que el proceso había concluido y que al día siguiente, miércoles, la terna que se llevaría a la Asamblea Plenaria sería la del obispo auxiliar de Toledo, monseñor García Magán, la del auxiliar de Valencia, monseñor Ros, y la del Vicesecretario de Asuntos Económicos, Fernando Giménez Barriocanal.
A partir de ese momento, en la larga noche en las diversas estancias de los obispos, se desarrollaron los intercambios de pareceres. Entonces se fue gestando el apoyo mayoritario a García Magán y la pérdida de apoyo a la candidatura de Giménez Barriocanal, pese a la bien pensada argumentación en defensa de la candidatura de algunos de los obispos que le proponían.
Votación definitiva
Minutos antes de que se iniciara la sesión plenaria de votación definitiva, el miércoles, parecía que todo estaba hecho. No había dudas, como así fue. A la primera, sin votación previa de sondeo dado que la Permanente ya funcionaba como sondeo previo, monseñor García Magán consiguió 40 votos; Giménez Barriocanal, 14, cuatro más de los diez que le propusieron; Ros, 12, y 5 en blanco. Demasiados votos en blanco para una elección de secretario general de la Conferencia Episcopal que, en principio, afecta a un puesto decisivo en ese organismo de la CEE.
Como anécdota del proceso hay que destacar que entre los obispos se comenta que hubo un miembro de la Comisión Permanente que, en una de las sucesivas votaciones, escribió el siguiente nombre en una papeleta: “P. Arana”, lo que provocó más de un rictus de sonrisa.
Anécdota indicativa de un estado de opinión en el episcopado que, como dicen los italianos, si non e vero, e ben trovato.
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