La fecha llega en plena crisis interna en la Iglesia por los abusos a menores. Triunfos y desencantos del pontificado de Jorge Bergoglio.
En un momento crítico para el catolicismo por las denuncias contra sacerdotes pedófilos y encubridores, Jorge Mario Bergoglio cumplirá seis años de su papado el próximo miércoles. Mientras el Papa sigue afianzando el liderazgo renovado del Vaticano en el ámbito exterior, la cuestión de los abusos sexuales contra menores, que hoy se revela más grave y extendida de lo que se imaginaba, expone como ningún otro tema las limitaciones de Francisco para producir cambios profundos en la Iglesia a nivel interno. La cumbre pontificia sobre la pederastia que el Papa organizó en febrero quedó desdibujada pocas horas después de su clausura, cuando un tribunal de Australia ordenó la detención del cardenal George Pell, ministro de Economía y número tres del Vaticano, condenado por haber violado a un niño y abusado de otro. Pell era una figura clave de la Iglesia Católica en cuanto a sus poderes. Trabajó con Francisco desde el inicio de su papado. Integró el grupo de nueve cardenales consejeros del Papa conocido como C9. Tuvo a su cargo la limpieza de las cuentas vaticanas. Había sido acusado de abuso de menores en 2016, pero entonces recibió la confianza y el apoyo sin fisuras del Vaticano. El caso Pell va a arruinar el cumpleaños papal: el cardenal irá preso el mismo miércoles 13. Después de la cumbre, Francisco no especificó si está dispuesto a impulsar la obligatoriedad de trasladar a la Justicia ordinaria cada denuncia de pederastia que recibe la Iglesia. Todas las acusaciones están en poder de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero el Vaticano no las hace públicas. El Papa considera que la legislación canónica actual no necesita cambios para combatir los abusos, sino que se trata de un problema de “mentalidad” de los sacerdotes. Lo cual resulta frustrante para la mayoría de los colectivos de víctimas. “Es cierto que siempre son un poco decepcionantes las medidas que puedan tomarse después de tantos años de silencio y complicidad −dice a PERFIL José María Poirier, director de la revista católica Criterio−. Las palabras no valen mucho porque se perdió credibilidad moral. Por otra parte, el Papa encontró con una curia romana no demasiado dispuesta a acompañarlo y con algunas conferencias episcopales que tampoco comparten su política de transparencia y rigor”. En ciertos sectores católicos existe la tesis de que Francisco no logra hacer pie con reformas estructurales porque enfrenta la resistencia conservadora de una parte de la curia romana. Pero ésa es solo una parte de la cuestión. También puede discutirse qué tan real es la vocación reformadora de Bergoglio que algunos dan por supuesta. “Francisco no es un gran reformador −afirma el sociólogo de la religión Fortunato Mallimaci, investigador del Conicet y profesor titular del seminario Sociedad y religión en la UBA−. Hoy el movimiento católico está en las antípodas del espíritu reformista del Concilio Vaticano II. El Papa está convencido de que el sacerdocio y los sacerdotes deben ser mejores, pero eso no significa transformar la estructura de la parroquia ni del seminario. La idea de que lo sagrado es lo único que puede llevar a la Iglesia Católica por el buen camino sigue intacta”. La última noticia desagradable que Francisco recibió esta semana fue la condena a seis meses de prisión de otro jerarca eclesiástico, el cardenal francés Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, por encubrir casos de pedofilia. El Papa atribuyó el “verdadero significado” de lo que ocurre con las denuncias de abusos en todo el mundo al “espíritu del mal, del Enemigo, que actúa con el pretexto de ser el patrón del mundo”. El dogmatismo papal en temas doctrinarios también se manifiesta en su postura sobre el lugar de la mujer en la Iglesia. Que el sacerdocio femenino ni se discuta es esperable, pero a Francisco se lo ve incómodo ante las demandas de los movimientos de mujeres en términos generales. “Todo feminismo acaba siendo un machismo con pollera”, dijo al cierre de la última cumbre pontificia. Según Mallimaci, la Iglesia está pagando la inflexibilidad de su conducción masculina con una sangría considerable de religiosas en distintas partes del mundo. Mientras el balance sobre la reforma interna de la Iglesia deja gusto a poco, Francisco puede enumerar logros en materia de política exterior envidiables para cualquier líder internacional. “Francisco revitalizó la tradición de Juan Pablo II de un papado que acompaña a los pueblos que sufren −observa Mallimaci−. Existe una geopolítica vaticana de auxilio a los marginados, promoción de la paz, diálogo interreligioso y negación de la supuesta existencia de un conflicto civilizatorio. No hay otros líderes internacionales que hoy encarnen esos valores. Que el Papa asuma ese tipo de liderazgo y juegue en las grandes ligas es muy interesante”.
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