Durante su pontificado, de 2005 a 2013, Benedicto XVI canonizó a 45 santos. De ellos, 10 se inscriben en el mundo hispánico... aunque para varios de ellos el español no era su primera lengua.
Por Pablo J. Ginés
Varios fueron fundadores de órdenes de enseñanza o educadores de niños pobres, lo que quizá llamó especialmente la atención de un Papa que siempre pensó en sí mismo como un profesor. También se refleja en varios de ellos un fuerte elemento de interés por la cuestión social y obrera.
Estos son los 10 santos hispánicos que el Papa alemán quiso ofrecer como ejemplo e intercesores a la Iglesia universal, al constatarse un segundo milagro atribuido a cada uno de ellos.
1. San Alberto Hurtado, abogado y sacerdote jesuita chileno (1901-1952)
Alberto Hurtado Cruchaga, nacido en una familia chilena de origen vasco, fue popularmente conocido por fundar en Chile el Hogar de Cristo, de atención social. Es considerado el patrono de los trabajadores en Chile. Con él a cargo, la Acción Católica Juvenil chilena pasó de 1500 a 12.000 miembros, y sus centros, de 60 a 600.
En junio de 1945, fundó la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH). En 1951 fundó la Revista Mensaje como una forma de difundir la doctrina social católica. Cuando Benedicto XVI lo canonizó en 2005 se convirtió en la segunda persona nacida en Chile —tras santa Teresa de Los Andes— en ser elevada a los altares. Su fiesta se celebra el 18 de agosto.
2. San Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz (1878-1938)
Se le celebra como santo patrono de los obispos mexicanos. Fue obispo de Veracruz de 1919 hasta morir en 1938. Es el primer obispo mexicano, y de hecho el primer obispo nacido en Hispanoamerica canonizado por la Iglesia católica. En este sentido, Benedicto XVI abre una nueva página en la historia de las canonizaciones.
3. Santa María Bernarda Bütler, misionera en Ecuador y Colombia (1848-1924)
Nació en Suiza, en una familia de campesinos pobres y devotos, con el nombre de Verena Bütler. Entró en vida religiosa allí, pero recibió una carta de Pedro Schumacher, obispo de Portoviejo, Ecuador, explicando las pobrezas de la iglesia en la misión ecuatoriana. Con un permiso pontificio, dejó su monasterio y con 6 compañeras llegó a Ecuador, a Chone, entonces lugar sin práctica religiosa y de mala moral. Se volcaron en educar niños y visitar enfermos.
Con la persecución anticatólica de 1895, pasaron a Colombia, a Cartagena de Indias, donde se encargaron del hospital femenino de la Obra Pía. Su enseñanza: «Abran sus casas para ayudar a los pobres y a los marginados. Prefieran el cuidado de los indigentes a cualquier otra actividad».
En 2002 sucedió su segundo milagro: la joven Mirna Jazime Correa, de Cartagena, recobró la entera salud, al estar desahuciada tras complicaciones al sufrir una neumonía atípica. Benedicto XVI la canonizó en 2008 con otros santos del continente americano.
4. Narcisa de Jesús Martillo y Morán, laica y mística de Ecuador (1832- 1869)
Es otra de las santas americanas, en este caso ecuatoriana, canonizadas por Benedicto XVI el 12 de octubre de 2008. Era la sexta de nueve hijos de una familia de agricultores. Su madre murió pronto y ella cuidó de los niños más pequeños. Leyó sobre la vida de la santa quiteña Mariana de Jesús, que le marcó siempre.
A los 18 años murió su padre y ella emigró a Guayaquil. Fue catequista de niños, acompañó a jóvenes abandonadas y fue laica de la Asociación Piadosa de Hijas de María. En 1868 pasó a Lima, Perú, como laica en el Convento del Patrocinio, con horarios exigentes de oración y mortificación. Se considera que ayunaba solo a pan y agua y comía solo la Eucaristía y a veces se la veía en un estado de éxtasis.
5. San Francisco Coll y Guitart, predicador dominico catalán (1812-1875)
Benedicto XVI lo canonizó en 2009. Francisco Coll nació en un pueblo del Pirineo gerundense durante las guerras napoleónicas, el menor de 11 hermanos que pasaban hambre y escasez. Su padre murió cuando él tenía 4 años. Como predicador dominico se centró en la catequesis y recristianización de las masas populares por toda Cataluña. Buscaba hacer comprensible y sencilla la Palabra de Dios, y colaboró con San Antonio María Claret.
Fundó en 1856 las Hermanas Dominicas de la Anunciata, que en apenas 14 años pasaron a tener 46 casas en Cataluña. Era mujeres de origen humilde pero que estudiaron, obtuvieron títulos de maestras y organizaron escuelitas en pueblos remotos y a veces en ciudades. Hoy están presentes en más de 20 países.
6. El Hermano Rafael, trapense castellano, místico que murió joven (1911-1938)
San Rafael Arnaiz Barón murió con 27 años, como monje trapense en San Isidro de Dueñas (Palencia), joven, enfermo de diabetes, sin que se le conozcan grandes obras... Pero la Iglesia lo propone como un gran místico del siglo XX y un ejemplo para los jóvenes y la vida espiritual. De sus 4 años en el convento, pasó meses fuera, por enfermedad o llamado a filas durante la Guerra Civil (declarado inútil tras 4 meses). Intentó colaborar con las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Sus escritos ayudan a muchos en su vida de oración. Fue canonizado con el milagro de la recuperación sin secuelas de Begoña León Alonso y de su bebé, en un parto en un hospital de Madrid que, médicamente, debía haber acabado terriblemente mal.
7. Santa Cándida Mª de Jesús, fundadora de las jesuitinas en España (1845-1912)
Juana Josefa Cipitria y Barriola nació en el caserío de Berrospe, Andoáin, Guipúzcoa, en una familia pobre con seis hermanos, y nunca pudo ir a la escuela. Por impulso del jesuita Miguel Herranz, fundó en 1871 en Salamanca las Hijas de Jesús, conocidas como las "jesuitinas", para educar niñas. Cuando murió en 1912, ya con el nombre de Madre Cándida, contaban con 12 colegios en España y dos en Brasil. Hoy las jesuitinas están presentes en 16 países y tienen 22 escuelas en España. Benedicto XVI la canonizó en 2010.
8. Santa Bonifacia Rodríguez, fundadora de las Siervas de San José (1837-1905)
Bonifacia Rodríguez Castro nació en Salamanca y era una obrera o costurera. Allí conoció al jesuita catalán Francisco Javier Butiñá, catedrático en la Universidad, antiguo misionero y astrónomo en Cuba, y apasionado por la evangelización de las clases obreras.
Con su impulso, Bonifacia fundó la Asociación Josefina, con otras seis mujeres (incluyendo su madre) en 1874, que luego se convertiría en la Congregación de Siervas de San José.
Hubo escisiones y peleas internas, pero la Iglesia la reconoció al final, como beata desde 2003 y santa desde 2011. Los obispos españoles propusieron a la Santa Sede que fuera declarada patrona de la mujer trabajadora.
9. Santa Carmen Sallés, fundadora de las Concepcionistas de la Enseñanza (1848-1911)
Carmen Sallés y Barangueras nació en Vic. Fundó las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, esforzándose en lograr una educación de buen nivel para las niñas y de gran piedad mariana. En Cataluña no cuajaron sus esfuerzos, pero sí en otras regiones: fundó su congregación en Burgos. Su cuerpo incorrupto descansa en Madrid, en el colegio de la calle Princesa, donde murió, y los niños a veces acuden a rezar ante ella.
Hoy esta Congregación está presente en al menos 14 países cuenta con unas 70 comunidades. Pudo ser canonizada por la curación milagrosa en el año 2000 de una niña brasileña, María Isabel Gomes de Melo: tras diez días sin riego cerebral en parte del cerebro y neuronas muertas, enviada a casa sin tratamiento posible, tras 5 días rezando una novena con un trocito de tela de la religiosa la enfermedad se fue sin dejar secuela.
10. San Pedro Calungsod, catequista laico filipino asesinado en Guam (1654-1672)
Pedro Calungsod murió con 17 años, asesinado en la isla de Guam, en las Marianas, la antigua Polinesia española, acompañando al misionero jesuita español Diego Luis de San Vitores. Su canonización en 2012 fue recogida con gran alegría en Filipinas, su país natal, y en las Islas Marianas, que intentó evangelizar. Ambos eran territorios hispánicos en el siglo XVII.
Muchos chamorros (habitantes de las Marianas) aceptaron el bautismo, pero había epidemias y algunos jefes y un comerciante chino pagano esparcieron el rumor de que el agua bendita incluía un veneno que enfermaba a la gente. Ni el Padre Diego ni sus acompañantes llevaban nunca armas.
Un jefe con algunos guerreros les atacaron, les mataron con lanzas y hundieron sus cuerpos con piedras en el mar. Se recuerda a Pedro Calungsod no solo como valiente, sino como catequista virtuoso, y se ofrece como ejemplo a muchos jóvenes de todo el mundo. Juan Pablo II beatificó a ambos como mártires (en dos ocasiones distintas), y Calungsod pudo ser canonizado al certificarse un milagro atribuido a él.
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