Pese a que su médico dice que no padece "nada preocupante", la acumulación de resfrío y bronquitis, más su limitación en los desplazamientos, aumenta las dudas sobre su venida. Desplaza a la situación política y social que encontraría en su país.
Sergio Rubin
“Todavía estoy vivo”, suele bromear el Papa Francisco cada vez que le preguntan sobre su salud. El último médico que lo operó, Sergio Alfieri, dijo esta semana que no percibe “ninguna situación preocupante” y que su cabeza corresponde a la de “un sexagenario” y no a una persona de 87 años. Pero la creciente acumulación de pequeños percances que van desde resfríos persistentes hasta bronquitis, sumado a su limitación en los desplazamientos por problemas en una rodilla, inquietan cada vez más.
Por lo pronto, en los medios eclesiásticos existe la extendida impresión de que su estado de salud constituye el principal condicionante de su demorada visita a la Argentina, relegando a un segundo lugar la situación política y social que eventualmente encontraría en su país. Y se considera que su proyectado viaje de doce días en agosto a Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Timor Oriental sería la prueba de fuego como para determinar si antes que termine el año estará en condiciones de volver a su patria.
La última noticia inquietante se produjo este Viernes Santo, a poco de empezar el Vía Crucis en Coliseo, cuando se informó que Francisco no concurriría. Es cierto que la decisión suena razonable: no exponerse a una larga ceremonia nocturna en un lugar abierto en el otoño romano y así -como consignó el propio parte oficial- “preservar su salud de cara a la vigilia pascual y la misa del Domingo de Pascua”. Pero llamó la atención que haya sido comunicada a último momento.
Hay quienes creen que la decisión estaba tomada desde bastante antes y que el anuncio se demoró por la ausencia de una fluida comunicación entre el Papa y sus colaboradores. Una situación que ya se había producido en junio, cuando inicialmente se informó que Francisco se iba a someter a estudios de rutina y terminó siendo operado de la pared abdominal. Otros creen que la supuesta tardanza fue para evitar que la concurrencia al Vía Crucis disminuyera.
Las celebraciones de la Semana Santa habían comenzado con la sorpresiva decisión del Papa de suprimir la homilía de la misa de Ramos y reemplazarla por un minuto de meditación sobre el Evangelio del día. O no tan sorpresiva porque Francisco evita últimamente leer por sus congestiones. Además, la supresión de la prédica de ese día está permitida por la extensión del pasaje evangélico que se lee: evoca la pasión y muerte de Jesús.
Sin embargo, el Jueves Santo, durante el tradicional lavatorio de pies -esta vez a doce reclusas de una cárcel de las afueras de Roma- se lo había visto saludable y de buen ánimo. A la mañana siguiente, presidió sin inconvenientes la evocación de la Pasión del Señor en la basílica de San Pedro, más allá de que la prédica -como siempre- la hizo al predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero Cantalamessa.
Un rápido repaso de la salud de Jorge Bergoglio revela que a los 21 años se le extirpó el lóbulo superior del pulmón derecho. Años después, cuando ya era sacerdote, fue operado de urgencia de una gangrena vesicular, poco antes de que se convirtiera en un cuadro muy grave. Y siendo arzobispo de Buenos Aires sufrió un preinfarto por el que se le debió hacer un cateterismo, teniendo una completa recuperación.
Por lo demás, siempre sufrió de problemas en huesos de los pies que lo obligaron a usar zapatos ortopédicos -fue el argumento que usó para no ponerse los zapatos rojos al ser elegido Papa- y fuertes dolores en la columna -además de padecer ciática- como consecuencia del mal estado de los discos, lo que determinó siendo pontífice que se sometiera a dos sesiones semanales de kinesiología.
En el noveno año de su papado debió extraérsele una parte del colon por una diverticulitis y al siguiente tuvo que ser sometido a la mencionada operación abdominal de carácter reparatoria. Entre medio, comenzó a padecer una gonartrosis o artrosis de rodilla que se complicó con una microfractura en la rodilla derecha, una dolencia que se supera con una operación bastante simple.
Sin embargo, Francisco no quiso operarse para no someterse a la anestesia, por más que fuese local porque le había costado mucho recuperarse de la que le aplicaron cuando fue operado del colon. Optó por el tratamiento kinesiológico. Para no afectar la recuperación debió usar una silla de ruedas, lo que lo llevó a decir. “No se gobierna con la rodilla, sino con la cabeza”.
La ciática fue lo primero que le empezó a marcar límites a Francisco. En 2017 debió suspender su presencia en los oficios de fin de año. En 2022 fueron sus problemas en la rodilla los que lo obligaron a postergar su viaje a Sudán del Sur y República del Congo. Pero en el último año largo fueron los recurrentes resfríos y las bronquitis las que lo tuvieron a mal traer.
En noviembre pasado tuvo que suspender un viaje a Dubai, donde hablaría ante la XXVIII Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, tras diagnosticarse le una inflamación pulmonar que le causaba problemas respiratorios. La bronquitis volvió en enero y el resfrío en febrero y marzo.
Con todo, el doctor Alfieri consideró que “el Santo Padre se adapta bien a su edad y a sus ocasionales dificultades respiratorias en las épocas más frías, debido también a la anterior operación pulmonar a la que fue sometido hace muchos años”. Y completó: “Tiene, como es normal, los achaques de un hombre de 87 años”.
Francisco se reincorporó este sábado a las celebraciones de Semana Santa. Habrá que ver cómo sigue en los próximos meses y, como se dijo, tras su largo viaje en agosto para saber si decide venir. También, considerar su cargada agenda para el resto del año, que incluye un sínodo clave durante todo octubre.
Algo es seguro: el paso del tiempo disminuye las posibilidades de su visita.
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