Miles de fieles acuden a la ermita a venerar la imagen mariana. La "vidente", una congregación que apoya esa piedad popular y la tensión creciente. El diocesano salteño fue acusado por violencia de género por las monjas y ahora la Justicia se expidió.
Sergio Rubin
No son tiempos fáciles para las religiones, sobre todo en Occidente. Los sondeos revelan un aumento de la increencia que se expresa en la deserción de fieles y la falta de nuevos adherentes. La Iglesia católica -aunque no fue la única que lo sufrió- padeció en su seno el flagelo de los abusos sexuales que contribuyeron al drenaje. A lo que se suma la “competencia” de otros cultos. Por lo tanto, el cuidado de sus fieles debería ser particularmente esmerado, desactivando potenciales conflictos y evitando la explosión de nuevos escándalos.
En la Argentina, el desafío para la Iglesia lo evidencian las encuestas del CONICET: determinaron que el porcentaje de católicos cayó del 76,5 % en 2008 al 62,9 % en 2019. Entre ellas, el 74,3% dijo que no asiste nunca al culto o solo en ciertas ocasiones. A su vez, los evangélicos aumentaron del 9% al 15,3 %. Además, quienes no tienen ninguna religión crecieron del 11,3 % al 18,9 %, si bien solo la mitad dijo ser ateo o agnóstico y el resto, que se relaciona con Dios por su cuenta o practica otro tipo de creencia como en la energía.
El mapa de las creencias en el país revela que el noroeste es la región más religiosa y con más porcentajes de católicos: el 76% (le siguen la Capital Federal y el gran Buenos Aires, con el 56%, y la Patagonia -la menos religiosa- con el 51 %). Entre las provincias que la componen sobresale Salta, que tiene su máxima expresión cada 15 de septiembre en la festividad del Señor y la Virgen del Milagro con la procesión que congrega a cientos de miles de fieles, algunos que bajan de los cerros después de caminar hasta 15 días.
En el último cuarto de siglo, surgió en Salta la devoción a la llamada Virgen del Cerro a partir de los supuestos mensajes que recibiría una salteña: María Livia Galliano de Obeid. Ubicada su imagen en una ermita en las afueras de la capital de la provincia, cada vez más fieles se fueron congregando, se sumaron de todo el país e, incluso, de países vecinos. La imposición de manos de María Livia constituyó un atractivo adicional. Al punto que se convirtió en una fuente nada desdeñable de ingresos para la provincia.
La Iglesia católica es muy cautelosa ante este tipo de episodios supuestamente sobrenaturales. A lo largo de sus 2.000 años siempre se tomó mucho tiempo para analizarlos y, eventualmente, darles algún tipo de aprobación. Mientras tanto, permite su desarrollo en la medida en que se mantenga dentro de ciertos cauces, se respete la ortodoxia doctrinaria y los presuntos videntes guarden la mayor prudencia (como observa Gladys Motta en el fenómeno de la Virgen del Rosario de San Nicolás).
Sin embargo, el arzobispo de Salta, Mario Cargnello, desde el vamos no vio con buenos ojos la devoción a la Virgen del Cerro. Le parecía que María Livia había procedido con demasiada rapidez en su práctica y, sobre todo, con una gran autonomía, sin respetar su autoridad. Las diferencias no tardaron en manifestarse públicamente como a través de la no autorización de misas en el cerro, en tanto que la cantidad de devotos no paraba de crecer potenciando el conflicto.
La controversia escaló cuando las hermanas carmelitas descalzas del histórico convento de San Bernardo de la capital salteña decidieron ser parte de la fundación en torno a la devoción a la Virgen del Cerro llamada “Obra Yo soy la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús” y “Yo soy el Sacratísimo Corazón Eucarístico de Jesús”. Además de su mala relación con María Livia, Cargnello pasó a tener una mala relación con esas monjas.
Las cosas se complicaron cuando Cargnello asistió al velatorio de la abadesa del convento, vio que había en el féretro una imagen de la Virgen del Cerro y la quitó, visiblemente ofuscado, y generó una gran tensión. En una posterior reunión con las monjas, le habría exigido a una de ellas que le entregara el celular con el cual supuestamente había grabado el episodio, pero esta se habría negado y, presuntamente, se produjo un forcejeo.
Las religiosas terminaron realizando una denuncia por violencia de género. Paralelamente, la Santa Sede decidió enviar, en 2021, “un visitador” al convento, el obispo emérito (retirado) de la diócesis bonaerense de 9 de Julio, Martín de Elizalde, con el propósito de “analizar los problemas planteados”. Pero los modos de Elizalde también desagradaron a las monjas, al punto que también lo incluirían en su denuncia.
Al año siguiente, la Santa Sede dispuso que las religiosas “no deben, en ningún modo, involucrarse en actividades ligadas” a las acciones en torno a la devoción a la Virgen del Cerro. Unos meses después, el arzobispado llegó a un acuerdo con el convento que, centralmente, pasaba por el respeto de las monjas a la autoridad del arzobispo, sin perjuicio de la prosecución de la causa por violencia de género.
Finalmente, esta semana, la jueza que intervino estableció que las monjas “han padecido hechos de violencia de género en el ámbito institucional del tipo religiosa, física, psicológica y económica (el arzobispo, dijo, nunca les devolvió un préstamo que les pidió), por un lapso de más de 20 años” de parte no solo de Cargnello y Elizalde, sino también de dos sacerdotes que las trataron.
La magistrada Carolina Cáceres Moreno incluyó cuestiones como “la obstrucción/demora/negativa en la elección de la priora del convento”, el papel de Cargnello y el padre Lucio Ayala en el velorio, el comportamiento de Elizalde en la visita y la presencia en el monasterio del padre Loyola Pinto para informar sobre lo resuelto por la Santa Sede sin que esa sea la forma.
Dispuso, por tanto, que los cuatro religiosos deben realizar “tratamiento psicológico con perspectiva de género a fin de trabajar patrones vinculares y hechos de violencia” y capacitación en cuestiones de género, violencia de género y normativa vigente a la vez que ratificó la perimetral en torno a las monjas que había dispuesto en 2022.
Todo este bochorno pudo evitarse si, desde el vamos, hubiera habido una buena gestión del conflicto que evitara el enfrentamiento ante un fenómeno espiritual benéfico para muchos fieles, más allá de la valoración que cada católico puede hacer de él, mientras la Iglesia hace sus respectivos estudios.
No son tiempos para generar semejantes traumas en la Iglesia. Al fin y al cabo, el escándalo es, para los cristianos, un pecado.
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