En el Vaticano no cayó bien que se diga que Francisco está ayudando al Gobierno con la deuda externa. Esto se suma a las desprolijidades en la elección del embajador. La audiencia está agendada para el 31 de enero. El análisis de Sergio Rubin.
A menos de una semana del primer encuentro del presidente Alberto Fernández con el Papa Francisco no solo las idas y vueltas en torno a la designación del embajador ante la Santa Sede causaron cierto malestar en El Vaticano y el propio pontífice, que se sorprendieron porque en el país se les atribuyó haber rechazado la postulación del diplomático Luis Bellando por “estar divorciado”, cuando en realidad como católico está casado religiosamente con su actual mujer. En la curia romana hasta aseguran que ni siquiera se alcanzó a considerar su nominación.
Otro malestar se sumó más recientemente. Y de modo particular embargó al Papa. Fue a raíz de la insistencia de fuentes gubernamentales –y explícitamente del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa- en que Francisco “está ayudando a la Argentina” y, sobre todo, de la interpretación que fomentó esa afirmación acerca de en qué consistiría en lo inmediato esa ayuda: en una suerte de mediación de Francisco ante el FMI debido a la crucial renegociación de la deuda externa, donde el Gobierno se juega buena parte de su suerte.
Esa lectura sonó verosímil. El encuentro entre el Presidente y el Papa será el viernes. Cinco días después de la visita, la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, que encabeza el arzobispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, realizará un coloquio sobre “Nuevas Formas de Fraternidad Solidaria de Inclusión, Integración e Innovación” del que participarán la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y el ministro de Economía, Martín Guzmán, además de su mentor, el Premio Nobel Joseph Stiglitz, y Jeffrey Sachs, entre otros economistas.
Pero el hecho de que Francisco haya quedado virtualmente convertido en su país en una suerte de nuevo Samoré –en referencia al cardenal que comandó la mediación papal entre la Argentina y Chile por el diferendo en la zona austral- no le gusto para nada al Papa, según pudo saber Clarín. En Roma se afirma que la invitación de Guzmán fue fruto de un acuerdo entre Sánchez Sorondo y el secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Gustavo Béliz.
Béliz –que quiere tener un papel preponderante en la construcción del vínculo de la Casa Rosada con la Iglesia y fue el promotor de la postulación de Bellando- tiene una relación cercana con Sánchez Sorondo. De hecho, lo invitó a la asunción de Fernández, más allá de que el Papa había enviado a un delegado del mismo rango que el que mandó cuando asumió Mauricio Macri. Con todo, seguramente el Papa dio el visto bueno a la invitación a Guzmán.
De todas formas, si Fernández le pidió ayuda al Papa en lo que pueda ayudar como todo indica –a diferencia de Macri que prefirió la distancia- parece entendible que Francisco esté dispuesto a dársela, no por él, sino por su país, dicen en su cercanía. Pero destacan que cualquier colaboración, como le gusta a Bergoglio, siempre será desde la discreción. “Además, si fracasa la negociación con el FMI en la Argentina lo van a culpar al Papa”, completan.
Por lo demás, el cuidado del Papa en la construcción del vínculo se vio reflejado a la hora de definir el tipo de visita que le hará Alberto. Será una “visita oficial”, o sea, ni la privada en Santa Marta, ni la de Estado, que es la de mayor protocolo. Es decir, el mismo tipo de visita que la primera que le hizo Macri –aquella que pasó a la historia por el gesto adusto de Francisco en la foto con el mandatario- y por cuyo formato optó el ingeniero.
La visita oficial implica ser recibido por la Guardia Suiza, que la audiencia se desarrolle en la Biblioteca Privada del Pontífice y que la conversación no dure más de entre 20 y 25 minutos (con Macri fueron 22). A diferencia de la visita de Estado, no hay discursos del Papa y del presidente y la versión de lo tratado solo suele darla el visitante.
Se descuenta que, al igual que pasó con Juliana Awada, Francisco permitirá que la pareja de Fernández, Fabiola Yáñez, entre a saludarlo al final con toda la delegación –no luego en un aparte- volviendo así a romper el protocolo que solo lo permite para las esposas de los presidentes católicos que están sacramentalmente casadas.
Con la experiencia de los gobiernos anteriores, Fernández no quiere para la relación caer en la sobreactuación de Cristina ni en la fría y distante de Macri. Pero acaso por estos días esté empezando a darse cuenta que relacionarse con una institución milenaria y un jesuita tiene sus claves, más allá de las mejores intenciones que se tengan.
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