Canaán, incluso después del establecimiento inicial de los israelitas, fue un territorio sin unidad política, basado en el añejo sistema de ciudades-estado.
Es decir, cada ciudad tenía su propio rey y la autoridad de este se limitaba a la ciudad y acaso a las aldeas de alrededor. El libro de los Jueces refleja a la perfección esta situación, que los israelitas —tal vez acostumbrados a la consistencia política de los egipcios— vieron como una anárquica.
Las cosas cambiaron con la llegada de los filisteos hacia finales del siglo XIII AEC, ya que su afán expansivo puso en riesgo a todos por igual, cananeos e israelitas.
Irving Gatell nos explica cómo todo este entorno propició la integración territorial en lo que vino a ser una monarquía de alcance más amplio, y que desde el siglo X fue conocida como el Reino de Israel.
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