De mar intercultural e interreligioso a fosa común.
Juan José Tamayo.
Son miles y miles —más de 5000 en 2016, que supone un incremento del 25% sobre 2015; en torno a 1500 este año— los cadáveres de personas inmigrantes que encuentran la muerte en el Mediterráneo, huyendo de la pobreza, el hambre, la guerra, el terrorismo, y chocan con la insolidaridad de una Europa, que se autodefine cínicamente como moderna, ilustrada, humanista, desarrollada, pluralista, tolerante, hospitalaria, sin fronteras; personas que el periodista Ricardo Calero simbolizó fotografiando 3000 pasaportes y tirando las copias al mar.
Mientras se producen a diario decenas de muertes en el Mediterráneo, algunos países europeos cierran sus fronteras a cal y canto, otros se pelean por acoger los menos posibles como si los refugiados y las refugiadas fueran mercancía. Todos los países incumplen los protocolos internacionales para con ellos y sus compromisos de acogida. En España numerosos ayuntamientos, organizaciones no gubernamentales e instituciones cívicas tienen acondicionados espacios de acogida, pero el gobierno pone todo tipo de trabas para la llegada del cupo de refugiados y refugiadas al que se comprometió. Algunos dirigentes europeos incluso afirman que la llegada de inmigrantes, que son las personas más vulnerables, como mujeres, niños, niñas, discapacitados, sin recursos, etc., ponen en riesgo el bienestar de su ciudadanos.
Además de haber pagado grandes sumas a las mafias, de llegar exhaustos, hacinados en pateras arriesgando la vida, se encuentran que tener que huir de la policía y sus perros, saltar las vallas con sus cuchillas, en vez de encontrar el paraíso que les habían prometido.
El Mediterráneo, otrora un mar abierto a todos, donde convivieron diferentes culturas, religiones, civilizaciones, hoy se ha convertido en mar de fronteras infranqueables, foso de separación entre el Norte y el Sur, espacio de exclusión, xenofobia, islamofobia, racismo... y peor aún, fosa común de muertos anónimos del Sur, cementerio de gentes que huyen del hambre y de la miseria, del terror, de fanatismos religiosos que matan en nombre de Dios; personas víctimas de dictaduras, gobiernos militares y corruptos, guerras civiles con armas fabricadas en el norte rico que matan en el sur pobre, conflictos religiosos, etc.
Todos ellos son considerados población sobrante, producto de la “cultura del descarte”, como ha denunciado el Papa Francisco en su encíclica La alegría del Evangelio, desechos sobrantes, resultado de la globalización de la indiferencia, que nos incapacita para ser compasivos, fruto de un capitalismo sin entrañas, el neoliberalismo del Dios dinero, que niega a los pobres el derecho a la vida. Sus muertes son cínicamente lamentadas, pero no sentidas ni lloradas por los poderes políticos y económicos europeos sin entrañas de misericordia y compasión, que les cierran las fronteras por tierra, mar y aire, considerándolos bárbaros que no deben entrar al mundo civilizado, pero en realidad los bárbaros somos nosotros con ellos.
Las personas más vulnerables son los niños, las niñas, las mujeres, gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales, sometidas a todo tipo de vejaciones: acoso sexual, agresiones físicas, trata de personas, tráfico de órganos, trabajos forzados, prostitución, violencia de género, etc.
¿Podían haberse evitado tantos miles de muertes, pueden evitarse en el futuro? Sí, pero obligando a los gobiernos a cumplir los protocolos internacionales en materia de acogida de las personas refugiadas; abriendo rutas seguras que impidan a los refugiados caer en las redes de las mafias; y apoyando y no condenando a las organizaciones humanitarias que trabajan sobre el terreno; así como con políticas de apoyo al desarrollo en los países de origen, eliminando fronteras, no vendiendo armas ni apoyando dictaduras ni gobiernos corruptos en los países de origen.
En todo esto han jugado y juegan un papel importante, las tres religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam) que, si a veces han contribuido al diálogo intercultural, y a la convivencia pacífica, en otras, han atizado las guerras, los choques y enfrentamientos entre civilizaciones, culturas y religiones.
Las sociedades surgidas a partir de la región mediterránea comparten una triple herencia: la fe monoteísta de las religiones hebrea, cristiana y musulmana. Judaísmo, Cristianismo e Islam tienen la misma cuna. Las tres surgen en el Próximo Oriente. Pertenecen a la misma familia, poseen un patrimonio cultural y un parentesco espiritual comunes. Para las tres, no se puede colocar a ídolo alguno junto a Dios, como tampoco puede ponerse a su mismo nivel autoridad alguna de este mundo ni compararse a Dios. En las tres religiones, el pecado mayor contra la fe es la idolatría o la asociación de cualquier ser creado con Dios su creador. Los tres monoteísmos son de carácter ético, expresado en la práctica de la justicia y el derecho, hacer el bien y evitar el mal, reconocer sus derechos a los oprimidos, hacer justicia a los huérfanos y abogar por las viudas.
Jesús anuncia el Reino de Dios como Buena Noticia para los pobres y mala para los ricos, la inclusión de las mujeres en su movimiento en igualdad de condiciones que los hombres y con el mismo protagonismo; en la incorporación de los paganos a su proyecto de salvación; en la curación de los enfermos como signo de liberación integral; en la acogida solidaria de los pecadores y prostitutas, antes excluidos de la comunidad. La práctica de la hospitalidad se encuentra en el centro de la predicación y de la vida de Jesús y en su movimiento de seguidores y seguidoras. Acoge y acepta ser acogido. Su práctica se ve muy evidente en los personas que recibe, escucha, cura y alimenta; y su enseñanza se refleja muy vivamente especialmente en la parábola del Samaritano y en el gran discurso del Juicio Final
Para Muhámmad Dios se manifiesta practicando la hospitalidad para con los extranjeros, protegiendo a los huérfanos, y viudas. En el islam la limosna es un precepto, una obligación, para ejercer con los pobres y necesitados, liberar a los esclavos, así como del agobio por deudas. La Declaración Islámica Universal de los Derechos Humanos, reconoce el derecho de asilo: Toda persona perseguida u oprimida tiene el derecho de buscar refugio y asilo. Este derecho está garantizado a todo ser humano, sea cual fuere su raza, su religión, su color o su sexo.
Entre los valores que fomenta la ética de las tres religiones están la hospitalidad, el diálogo, la libertad religiosa, la libertad de conciencia; la paz, la acogida, hospitalidad, la solidaridad con las personas más vulnerables, el diálogo, la libertad religiosa, de conciencia; equilibrio entre fe y razón e incluso prioridad de la razón sobre la creencia; no credulidad, sino fe crítica, que comporta acoger al prójimo, al vecino, al compañero, al amigo, al pariente, pero también al extraño, al lejano, al desconocido, al extranjero y al inmigrante, acogido con hospitalidad como hermano o hermana.
No obstante en las tres religiones hay grandes fallos en la práctica de los hospitalidad, y en particular en relación con las mujeres, pues las mujeres y las niñas fueron y siguen siendo lo más pobre, desgraciado y oprimido, sobre todo en el Tercer Mundo, así como ellas y los niños las mayores víctimas de la emigración.
Por eso, el Mediterráneo tiene que volver a ser un mar de hospitalidad e integración, no de exclusión por razones de género, cultura, etnia, economía o religión. Sus aguas han de ser aguas de vida, no fosas de muerte; mar que fomente una cultura de paz, no una cultura de violencia; orillas de solidaridad, no de expulsión ni en frío ni en caliente; espacio de pluralismo, no de integrismos excluyentes; lugar de convivencia, no de enfrentamiento; espacios de diálogo multilateral Sur-Sur, Norte-Sur, Oriente-Occidente, y sí aguas de apertura de fronteras, que conducen al abrazo de los pueblos y al Encuentro Solidario.
Hoy, las tres religiones tienen que abogar decididamente por:
-una ética liberadora y renunciar al dogmatismo y al fanatismo
- respetar el libre pensamiento desde una educación liberadora
- renunciar a actitudes colonizadoras o misioneras que generen conciencias oprimidas.
- la hospitalidad con las personas migrantes, más allá de toda xenofobia y endogamia, que anulan la solidaridad y la convivencia.
- la justicia, la fraternidad y la equidad; más allá de caridades, que no van a la raíz de los problemas, quedándose en asistencialismo y beneficencia, que no contribuyen a las transformaciones estructurales generadoras de pobreza y exclusión.
-el respeto al pluralismo y el diálogo intercultural, interétnico e interreligioso, para favorecer la inclusión y crear un mundo en torno al Mediterráneo que sea ejemplo de convivencia dentro del reconocimiento de las diferencias.
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