Siempre me ha sorprendido como el mismo tema puede tener distintos significados para la misma persona en etapas o momentos variados de la vida. Además hay preguntas que nunca dejamos de hacernos porque su exploración es tan bella y su tema tan amplio que la respuesta nunca deja de impactar en nuestra vida “¿Quién es Dios?” para mí es una de ellas. Los últimos meses la duda se ha vuelto sumamente relevante en mi día a día ¿A Quién le rezo cuando rezo? ¿con Quién hablo? Debo de admitir que tengo miedo a mentirme, a explicar la realidad que me rodea desde abstracciones que me separen de ella en vez de acercarme o ayudarme actuar en ella; básicamente tengo miedo a creer en una idea por su belleza y no por su veracidad.
Últimamente me encontré con una clase de Tzipora Heller que me ayudo mucho ha abordar la pregunta desde un ángulo nuevo. Ella es una rebetzin (una mujer con muchos conocimientos, sabiduría y reconocida dentro de una comunidad) importante en Jerusalén que da clases en varias instituciones. Tiene mucho carisma y su gran virtud, a mí ver, es la habilidad que tiene para plantear cuestionamientos tan profundos en término sencillos. Casi siempre habla de la vida cotidiana, cosas que pasan con sus hijos, su familia y a través de ello ayuda a su escucha a ver la profundidad de los principio judíos que enseña; y con la sencillez que la caracteriza suele mostrar varios ángulos que el tema tiene. Durante la clase habla de muchísimas cosas, pero el tema central que las une es cómo conocemos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea y cuál es la postura del judaísmo frente a Dios y la trascendencia. Nos habla de los patriarcas, de la complejidad de las condiciones que mantienen la vida y el conocimiento propio, entre otros elementos, pero lo hace desde la sencillez en términos e historias que nos sean completamente cotidianos, al punto tal que a veces se pierde la complejidad de los temas que maneja. Me gustaría resaltar algunos de los elementos que mencionó y que me han ayudado mucho en mi búsqueda espiritual.
La trascendencia en el judaísmo a través de la participación en el mundo
La clase empieza hablando sobre rocas, plantas y la vida; después cuenta historias sobre niños, su matrimonio y otras cosas cotidianas. Realmente no pareciera que está hablando del judaísmo o de Dios como tal, pero en las anécdotas que cuenta uno puede notar que maneja conceptos judíos muy profundos. Al final de la plática cierra con lo que es el tema central de la conversación ¿Cuál es la idea judía de piedad? A lo cual responde “Estar en el mundo real y hacer algo al respecto” (Being in the real world and making something about it) en cierta forma nos muestra que la trascendencia, el conocimiento de Dios y cualquier relación que podamos tener con Él surge a partir del actuar en nuestra realidad, de la repuesta que formamos frente al mundo y la manera en que lo concebimos.
Todos los puntos que menciona giran al rededor de esta idea de cómo se da la interacción entre el hombre y el mundo, de las formas que tenemos de responder frente a nuestra cotidianidad. En algún momento menciona que el judaísmo es una fe activa, nos pide no hacernos imagen de Dios, por lo cual nos pide no adorar la realidad material, pero constantemente se nos recuerda que existimos en esta realidad material y es a través de nuestro actuar en ella que realmente conocemos al mundo y a Dios; no sólo no podemos separarnos de ella, la trascendencia se encuentra en nuestro actuar dentro de ella.
Nosotros: El primer filtro y el primer contacto hacia la realidad y el mundo
Lo primero a lo que tenemos acceso en el mundo es a nosotros mismos; conocemos la realidad que nos rodea a través de cómo nos concebimos. La rebetzin señala como la primera percepción de un niño es su cuerpo “Cuando le preguntas a un niño de tres años ¿Quién eres? Empezará por decirte su nombre y luego se describirá” conforme crecemos empezamos a tener nociones de nuestras emociones y más adelante le damos peso a nuestro pensamiento. Estas tres áreas no pueden estar desconectadas entre sí, y no podemos separarlas totalmente porque juntas son lo que somos; debemos aspirar a generar sintonía entre ellas. Las tres arrojan información sobre lo que queremos, sobre quienes somos y sobre lo que deseamos y conviven de forma simultanea en nuestro cuerpo, aunque eso no implique que el cuerpo sea la totalidad de lo que somos. La rebetzin plantea que la armonía entre las tres se llega a través de usar la mente volverla “el capitán,” esto no implica que reprimamos al cuerpo o a las emociones muy por el contrario es la mente quien escucha a ambos y las ordena antes de tomar acciones, como bien remarca: “un buen capitán siempre escucha al contramaestre y a sus marineros.” Es a través de esta sintonía interna que realmente podemos empezar a ver el mundo que nos rodea y parte del encuentro con el mundo es reconocer aquello que es externo a nosotros.
La vida, la realidad y Dios
No podemos hablar de Dios si no reconocemos primero la vida. El hombre empieza a conectarse con el mundo que lo rodea cuando descubre que las cosas le son dadas o cuando presiente una necesidad de crear conexión con ellas. El tema del monoteísmo en la clase, la rebetzin la aborda desde muchísimos ángulos, uno de ellos es la complejidad de las condiciones que forman la vida; todo lo que existe en este mundo sostiene una forma de vida más sofisticada a la suya, y si alteramos aunque sea mínimamente la configuración armónica de los elementos llegamos a que la vida deja de existir. No existe reino vegetal sin reino animal, no existe ser humano sin las millones de interacciones químicas, biológicas y físicas que se generan dentro y fuera de su cuerpo diariamente. Eso nos lleva a la pregunta de cómo relacionarnos con aquello que ocurre fuera de nosotros y que nos da la vida.
Otro de los caminos que menciona es el Abraham quien se pregunta el origen de todo lo que existe; qué genera la vida, qué genera la materia, cómo es que las cosas surgen y llegan a organizarse en la forma que lo hacen. Y las conclusiones que nos presentan son las del monoteísmo: después de hacerse esa pregunta reiteradamente llega a que necesariamente esa fuerza no es material porque todo lo material proviene de un lugar anterior a ella y si fuera material no podría ser total; que por la misma razón es Una y no puede ser descrita.
Éstos básicamente son los principios del monoteísmo, a lo largo de toda la clase, la rebetzin menciona ciertos elementos que nos llevan a poder abrazar esas conclusiones, sin embargo dada la naturaleza del espacio no se adentra a desarrollar cada uno, ni a plantear las posturas contrarias a ellos. Por ejemplo, para llegar a estas conclusiones uno niega la posibilidad de aleatoriedad en el Universo; esta postura sobre el monoteísmo asume que las condiciones de vida son demasiado complejas para ser aleatorias y por ende existe una fuerza detrás de ellas. También reconoce y le da validez al hecho de que hay una tendencia humana a buscar la trascendencia al mundo material, a buscar el origen de la materia (no se plantea aquí en términos de eternidad o en términos de la individualidad como tal, sino del origen de las cosas que nos rodean, de la armonía y el comportamiento de aquello que es externo a nosotros). Todas las culturas reconocen una armonía entre elementos plurales dentro del mundo y privilegian una fuerza sobre las demás; el monoteísmo busca entender aquella fuerza que las ordena.
Lo que más me gusta de la clase es que remarca el hecho de que no se puede conocer a Dios (esa fuerza primigenia) como tal porque nombrarla en sí y darle atributos ontológicos es ajeno a su carácter absoluto, la forma de concebirla mentalmente será a través de la negación, a través de no hacerse imagen. Por eso se compara al judaísmo con el budismo. Sin embargo, según hace notar la rebetzin Abraham entendió que participar del mundo y conocer a Dios, incluye no sólo no hacerse imagen, sino también reconocer esa tendencia humana que nos obliga a actuar moralmente.
Los otros
Todo el que reconoce que hay vida ajena a sí mismo debe reconocer la necesidad de respetarla; en el caso de Abraham además se resalta la necesidad de participar en ella y nota que el carácter moral del hombre es básico en esa participación. Para el judaísmo uno se acerca a Dios a través de actos de bondad. De esta forma no sólo reconocemos el mundo material que nos rodea, sino entendemos que el ser humano es parte del mismo y que participar en el mundo implica también actuar moralmente; los actos de bondad son la forma más plena en que podemos ser parte de ello; a través de ellos emulamos a Dios y regresamos un poco de lo que nos es dado. También es una forma de reconocer la existencia de los demás, lo que nos une a ellos por el hecho de ser seres humanos.
La importancia de la individualidad y el conocimiento fragmentado de la realidad
Finalmente la clase cierra con Isaac y Jacobo. El acercamiento a la realidad y el acercamiento a Dios no sólo podemos buscarlo fuera de nosotros también está en nosotros; “hay fuerzas internas que debemos aprender a controlar” y eso es lo que nos enseña Isaac; la importancia de dominar nuestras pasiones, de ser nosotros quienes nos definimos y no el exterior.
En cuanto a Jacobo nos muestra la importancia de la individualidad, si bien no podemos formar una idea de Dios que sea absoluta, podemos formar la propia. Si bien no podemos formar imagen de lo que esa totalidad es, si podemos entender qué representa para cada uno de nosotros y actuar individualmente en el mundo. Todos tenemos un acercamiento distinto a la realidad, visiones distintas de la misma, anhelos y deseos diversos. Y la forma de relacionarnos plenamente con ella es a través de reconocer las distintas esferas que nos conforman; reconocer al mundo, la vida, los otros seres humanos y a nosotros mismos.
Belleza en algunas paradojas
Otra cosa que me fascinó del planteamiento es que me hizo ver varias de las paradojas que el judaísmo plantea y que me acercan a la espiritualidad al reconocerlas. Por ejemplo, reconocer que tenemos cuerpo, conocemos el mundo y actuamos en el mundo a través del cuerpo, pero la totalidad de lo que somos no es solamente cuerpo; somos plurales y limitados no podemos acceder plenamente a la totalidad del mundo, pero podemos conocerla actuando en él y aunque no conozcamos en su totalidad la realidad y siempre tengamos una visión fragmentada de la misma, podemos relacionarnos con ella a través de esos fragmentos que recibimos; no podemos conocer a Dios plenamente, ni formarnos imagen de Quién es en su totalidad, pero podemos entender que hay una totalidad que trasciende la realidad material, que podemos conocer a través de nuestras acciones y podemos enunciar Quién es Él para nosotros, dentro de nuestra propia vida.
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