En los sectores más pobres, en las villas miseria, la Iglesia recupera terreno y los evangélicos no crecen
Hay un momento para cada cosa, dice el Eclesiastés, y los evangélicos argentinos, como en el resto de América Latina, consideran que ha llegado su momento. El tiempo de conquistar espacios públicos y de poder para defender mejor los valores que son importantes para ellos y también para impedir con más fuerza que sean reemplazados con leyes civiles contrarias. Históricamente, en Argentina, como lo señala José Luis Pérez Guadalupe en "Entre Dios y el César. El impacto político de los evangélicos en el Perú y América Latina", el peronismo constituyó una barrera para el surgimiento de un partido evangélico, de la misma manera que constituyó una barrera para la formación de frentes comunistas filo guerrilleros cuando soplaban desde el Caribe los vientos de la subversión de los sistemas políticos. Por eso el proyecto de fundar un partido confesional, que en 1991 dio origen al Movimiento Cristiano Independiente (MCI), fracasó muy rápido cediendo el paso a opciones estratégicamente más factibles y realistas bajo la forma de candidaturas individuales en los diversos partidos existentes. Se puede considerar que el detonante de la nueva fase fueron la movilizaciones contra el aborto de mayo de 2018, que dieron lugar a manifestaciones multitudinarias tanto en la capital, Buenos Aires, como en el resto del país. Los evangélicos hicieron sonar las trompetas, salieron a la calle, hicieron números y tomaron conciencia de que eran muchos y podían hacer valer sus razones en la plaza política. De allí a la decisión de enviar al Congreso sus propios representantes el paso es muy corto y está a punto de ser dado.
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El diario argentino Perfil advierte diversos movimientos en el ámbito evangélico pentecostal que anticipan próximas movidas específicamente políticas. El diputado de la próspera ciudad de Salta, Alfredo Olmedo, habría recibido la bendición de la Iglesia Universal para presentar su candidatura en las elecciones presidenciales de octubre. Cynthia Hotton, ex diputada y activa líder pro vida, se contentaría con una banca en el Congreso de la Nación mientras el pastor David Pablo Schlereth será candidato a vicegobernador de la alianza que gobierna en la provincia de Neuquén. Otro pastor evangélico, Daniel Robledo, - siguiendo la información del diario argentino – se postulará para el cargo de gobernador de la provincia de La Pampa en las elecciones que están a punto de celebrarse el 17 de febrero. También está muy activo Walter Ghione, de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina, quien en 2017 obtuvo 32.470 votos como candidato a diputado y no oculta objetivos incluso más ambiciosos.
Otra encuesta reciente, en este caso del diario argentino La Nación, sobre “los evangélicos y la política” refiere un considerable número de hechos concretos que documentan la propensión política del nuevo protestantismo sudamericano. Parte de una premisa: que los evangélicos argentinos apuntaron con fuerza a los sectores populares y ahora recogen los frutos de esa inversión. Casas para chicos de la calle, comedores populares en los barrios más marginales, centros de recuperación para toxicodependientes, casas para mujeres víctimas de violencia y asilos para ancianos se han convertido en formas habituales de la presencia evangélica actual, al punto que los ministerios de Desarrollo Social de la Nación y de la provincia de Buenos Aires han reconocido el valor social del trabajo evangélico e incorporado sus obras a la distribución de ayuda alimentaria en las zonas clave de la periferia urbana afectadas por la crisis. Una presencia que es tan capilar como las mismas comunidades pentecostales en los sectores más marginales de la sociedad argentina. Según datos de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (Aciera) que reproduce La Nación, en la provincia de Buenos Aires las iglesias evangélicas serían más de 5.000, sumado a la Unión de las Asambleas de Dios que reúne cerca de mil iglesias pentecostales solo en Buenos Aires.
El sociólogo argentino Jorge Ossona considera que la “popularización evangélica” en los estratos más humildes de la población de Buenos Aires y provincia comenzó durante la gran recesión del 2001-2002, cuando el peso de la crisis económica que condujo al default argentino se hizo sentir de manera aguda y las parroquias y organizaciones comunitarias no alcanzaban a responder a los pedidos de ayuda que provenían de los barrios más vulnerables. “Muchos militantes confesionales salieron a cuestionar sin miramientos a los párrocos y sus asistentes laicos” afirma Ossona, quien en un artículo en el diario Clarín de enero de 2018 dice que “una de las vertientes de ese movimiento de rebelión fraguó en el pentecostalismo” y que “sus pastores no fueron sino vecinos del barrio acompañados por sus esposas e hijos. Su carisma y escasa formación teológica se conjugaron para resolver problemas concretos que abarcaban desde las adicciones hasta la infidelidad y el delito”.
Tal como se ha observado en otros países del continente, también en Argentina el proselitismo de los movimientos evangélicos en las zonas marginales apunta a una población predominantemente católica y obtiene con ella los mejores resultados. Las razones de la transmigración católica hacia el evangelismo están bien descriptas en el documento final de la Conferencia de Aparecida en 2007, resultado de un amplio intercambio entre los obispos latinoamericanos con la orientación del cardenal Bergoglio. «Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia».
El sociólogo Fortunato Malimacci en una de las primeras investigaciones confiables sobre “creencias y actitudes religiosas de los argentinos” ofrece el dato nacional de una pertenencia religiosa al catolicismo del 76,5 por ciento, contra un 9 por ciento de argentinos que declaran ser evangélicos. Otro estudio realizado en las principales villas miseria de Buenos Aires lleva a los autores a concluir que la identidad religiosa mayoritaria sigue siendo católica, a la que siguen las denominaciones cristianas no católicas, evangélicas, pentecostales y adventistas, con porcentajes sensiblemente más elevados que a nivel nacional. Una conclusión que muestra hasta qué punto los evangélicos tienden a concentrarse en sectores de mayor marginalidad urbana.
Y precisamente allí, en los sectores marginales, se concentra la lucha entre un catolicismo popular en recuperación y un evangelismo agresivo y de última generación, nada proclive al ecumenismo y a la convivencia con los católicos. Cualquiera que recorra mínimamente los barrios precarios de Buenos Aires no puede dejar de ver por todas partes las señales de una religiosidad popular que Bergoglio primero y el Papa Francisco después han hecho objeto de una renovada atención de parte de la Iglesia. Las imágenes de la Virgen en sus diversas advocaciones – Luján, Caacupé, Copacabana, Urcupiña, etc. –imperan en capillas precarias diseminadas en los estrechos callejones de las villas y barrios marginales, mientras pequeños “santuarios” dedicados a santos de difundida devoción en el país – Cayetano, Francisco, etc. – conviven con otros cuya existencia es más dudosa como el Gauchito Gil y la Difunta Correa.
La renovada devoción popular explica también por qué en la Argentina de Bergoglio los valores porcentuales, tanto del abandono del catolicismo como de la expansión del movimiento evangélico, son notablemente inferiores al promedio continental latinoamericano, con algunas señales de una evidente recuperación del terreno perdido. En las villas miseria y en los sectores populares la Iglesia, concebida como hospital de campaña para la humanidad que habita en ellas, produce un verdadero movimiento de reconquista de los fieles que pasaron al evangelismo o han sido recientemente reclutados. “La parroquia es el barrio y el barrio es la parroquia”, sintetiza en una imagen el obispo de las villas miseria Gustavo Carrara. Otro sacerdote que juega de local en las villas, José María di Paola, constata el activismo político evangélico y al mismo tiempo lo interpreta como una crisis de la política actual argentina. “Se juntan las dos cosas, la fuerza evangélica y la crisis de la política. Menos participación de la gente en instancias políticas, más mediatización de la política y más espacio para los evangélicos”. El “Padre Pepe” considera que «los evangélicos argentinos y los pastores que los guían usan la política y son usados por ella. La política y los políticos han perdido el nexo con el pueblo y eso hace que consideren a los grupos evangélicos como una especie de sustituto de su precariedad en la relación con la base electoral». El sacerdote da el ejemplo de una figura política bien conocida por los argentinos: “Antes, en los barrios y en las villas, estaban los punteros, personas que encarnaban un cierto liderazgo político o representaban a una figura política de nivel nacional; ahora en muchos casos esos punteros son evangélicos”.
* Un agradecimiento especial al dr. José Luis Pérez Guadalupe, autor de la excelente investigación “Entre Dios y el César. El impacto político de los evangélicos en el Perú y América Latina” (Perú 2017) cuyas ideas y conclusiones han sido ampliamente seguidas en el primer y segundo artículo.
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