“Llevar el mensaje de Cristo resucitado es difícil y arduo y requiere de gran paciencia, misericordia y amor tanto al Evangelio que se predica, cuanto al hombre al que está destinado, que tantas veces vive en el error o en la ignorancia de la fe”, expresó el obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Raúl Martorell.
“El anuncio de la vida de Cristo y su aceptación en el corazón del hombre que no ve y duda, que confía solamente en lo tangible y que vive por lo que percibe a través de los sentidos y a ellos trata de satisfacer, no es una tarea fácil. Llevar el mensaje de Cristo resucitado es difícil y arduo y requiere de gran paciencia, misericordia y amor tanto al Evangelio que se predica, cuanto al hombre al que está destinado, que tantas veces vive en el error o en la ignorancia de la fe”, expresó el obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Raúl Martorell.
Lo afirmó al reflexionar sobre el pasaje evangélico que narra la incredulidad de Tomás y su posterior reconocimiento de la resurrección de Jesús, cuando el Señor le dijo al apóstol: “Bienaventurados los que creen sin ver”.
“La fe en Cristo y la fuerza del testimonio de los apóstoles en el amor, era lo que mantenía unidos a los primeros cristianos -, señaló el obispo-. Una fe tan fuerte que los llevaba a dejar todo incluso sus propios bienes, compartirlos y seguir a Jesús. Todos se sentían hermanos en Cristo Jesús. Así tendrá que ser la fe del hombre de hoy. La Iglesia vive de la fe en Cristo resucitado y se sostiene por la fuerza del amor del Espíritu de Jesús”.
“Ojalá esta Pascua de Resurrección nos una en la fe de tal manera que esa vida nueva que hemos recibido se multiplique y trasforme, no sólo en nuestras vidas, sino también en la vida de este mundo de hoy plasmando el Evangelio de tal modo que los hombres sientan que viven un mundo renovado en la fe y el amor”, concluyó monseñor Martorell.
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