Las carencias sociales, las necesidades insatisfechas, la inequidad económica, la marginalidad integral, son males que se convierten en los mejores aliados de los políticos para ganar el poder.
En una reciente reunión proselitista de los colorados, el presidente Horacio Cartes instó a los dirigentes de su partido a “meter la mano en la billetera”, dejando el mensaje de que la suerte actual de la campaña electoral partidaria se basa en la capacidad que exhiba de distribuir “ayudas” a la población, prebenda de diversos tipos, además de la variedad de promesas que son bien conocidas. La conclusión fácilmente deducible de este suceso, que no es nuevo ni original, es que sin la compra de votos, en nuestro país no se gana una elección política. Las ideas, los programas de Gobierno, pasan a segundo plano. Por esto, combatir la pobreza, educar a los electores y construir una ciudadanía integrada por personas seguras de sí mismas, éticamente decorosas y con alto sentido de patriotismo, constituyen las tareas más imperiosas y perentorias que a los habitantes de este país nos caben como obligación fundamental. Por tanto, los ciudadanos y las ciudadanas que ya conocen a los políticos mentirosos que juegan con la pobreza de la gente deben negarles sus votos en las próximas elecciones.
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No es la primera vez ni será la última que nos veamos en la necesidad de insistir en que la ciudadanía decente debe constatar los sucesos que, en cada campaña electoral, nos enseñan hasta qué punto las carencias sociales, las necesidades insatisfechas, la inequidad económica, la marginalidad integral, son males que se convierten en los mejores aliados para ganar el poder y, con él, la oportunidad de manejar las canillas de las arcas públicas.
El actual presidente, Horacio Cartes, que desde hace tiempo ya no ejerce en exclusividad las funciones que le encomienda y obliga el art. 237 de la Constitución sino que se dedica a ejercer la jefatura de la campaña del Partido Colorado, propuso recientemente a sus partidarios que vayan tranquilamente a sus casas a celebrar el inminente triunfo que se dará, según él, inexorablemente. No obstante, después de esta introducción que pretendió insuflar optimismo, dejó escapar su verdadera preocupación íntima: la insuficiencia de dinero para destinar a los gastos de la campaña, manifestada con estas expresiones dichas en jopara: “Ofaltá ajúdo. Entero iporãmba, igústo; mucho amor; mucho esto, pero está seco el pozo...”. Luego exhortó calurosamente a los dirigentes colorados a “meter la mano en la billetera”.
En resumen, el mensaje que dejan los comentarios de Cartes es que la suerte de la actual campaña electoral del Partido Colorado se basa en la capacidad que exhiba de distribuir “ayudas” a la población, prebendas de diversos tipos, además de la variedad de promesas que son bien conocidas.
Pero, sobre todo, y antes que todo lo enumerado, lo que Cartes reclama a los dirigentes y operadores colorados son contribuciones en dinero contante y sonante, hacer la “vaquita” para ir repartiendo entre la gente necesitada, la que está desesperada, la que ahogándose en carencias y urgencias no tiene ocasión ni estímulo para sostener su civismo, y que está dispuesta a cambiar su voto por unas monedas y algunas promesas.
La conclusión fácilmente deducible de este suceso, que no es nuevo ni original, es que sin la compra de votos, en nuestro país no se gana una elección política. Las ideas, los programas de Gobierno, pasan a segundo plano. De hecho, el que Horacio Cartes sea hoy presidente de este país es la consecuencia de ese aserto. Recuérdese que, para la anterior elección general, los dirigentes de la ANR, faltos de líderes capaces de seducir legítimamente a los electores y de recursos financieros para costear la compra de votos (porque no estaban en el Gobierno), se vieron forzados a recurrir al señor Cartes, poseedor de una cuantiosa fortuna y de todas las ganas de llegar a ocupar un cargo tan relevante, aunque antes nunca había votado ni pertenecido a ningún partido. Una vez en el ruedo, sus correligionarios elogiaron su generosidad para financiar las campañas, y el propio Cartes se jactó de aportar hasta a candidatos de la oposición.
Comprobada la teoría de que sin suficiente dinero no se gana ninguna votación política, y bien aprendida esta lección, ahora, evidentemente, Horacio Cartes planea de nuevo inundar el país de prebendas y billetes, y capturar la voluntad de esa mayoría carenciada.
Hace poco, monseñor Gabriel Escobar, obispo del Alto Paraguay, aludió en una homilía a las condiciones paupérrimas en que se vive en su diócesis y, en general, en el resto del país. Pobreza, ineducación, falta de trabajo y de esperanzas, condiciones suficientes para la pérdida de la dignidad y del respeto por sí misma en la gente, y factores ideales para la actuación de los políticos inescrupulosos en campaña electoral.
El obispo expresó que mantener a la mayoría de la población –en especial la del interior del país– en la ignorancia y en permanente estado de necesidad, es el mejor negocio para las autoridades y el partido que maneja el Estado.
Cada ciudadano en situación de miseria, de ignorancia, de infravaloración de sí mismo, es un voto barato para este infame sistema de adulterar la democracia que llegó a instalarse y que predomina en nuestro país. Pagar poco por los votos de los más carenciados y ganar mucho con los resultados electorales es un negocio redondo para los que están en el Gobierno. ¿Por qué, entonces, poner en riesgo tan enorme ventaja promoviendo el progreso y el bienestar general?
En un pueblo cohesionado, compuesto por personas con sus necesidades básicas resueltas, adecuadamente educadas en el civismo y en la moral, dispuestas a sostener límpida su dignidad personal ante la comunidad a la que pertenecen, estas no venderían su voto ni creerían en las promesas de la politiquería prebendarista. Más aun, esta ciudadanía no generaría ya más esta clase de candidatos ni estimularía la audacia de los sinvergüenzas que convocan a juntar dinero para financiar la conservación de sus privilegios y negocios particulares.
Combatir la pobreza, educar a los electores y construir una ciudadanía integrada por personas seguras de sí mismas, éticamente decorosas y con alto sentido de patriotismo, constituyen las tareas más imperiosas y perentorias que a los habitantes de este país nos caben como obligación fundamental. Por tanto, los ciudadanos y las ciudadanas que ya conocen a los políticos mentirosos que juegan con la pobreza de la gente deben negarles sus votos en las próximas elecciones. Se los conoce sobradamente, no los vote.
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