Francisco indicó tres «pasos» a la congregación general que eligió al nuevo superior: alegría, dejarse conmover por los descartados y crucificados, ser eclesiales y no clericales.
IACOPO SCARAMUZZI - ROMA
El primer Papa jesuita de la historia visitó la congregación general, que se está reuniendo en estas semanas en Roma, y exhortó a la Compañía de Jesús a «reavivar el fervor en la misión de aprovechar a las personas en su vida y doctrina» y, sin dar indicaciones precisas, a «dar un paso adelante» en la alegría, en dejarse conmover por el crucificado, presente también en «muchos de nuestros hermanos que sufren», en los «más pequeños», y en ser hombres de Iglesia, «no clericales, sino eclesiales».
La 36a congregación general de los jesuitas, que comenzó el pasado 3 de octubre, eligió, el 14 del mismo mes, al nuevo prepósito general, el venezolano Arturo Sosa, que pronunció una introducción a la visita del Papa, no anunciada públicamente, hoy 24 de octubre por la mañana, en la Curia generalicia, a pocos pasos del Vaticano. Después de los discursos, Antonio Spadaro contó en el blog de la congregación que la audiencia duró «horas de encuentro libre y espontáneo, en un clima abierto y relajado, como, acaso, no sucedía desde hace mucho tiempo». A la hora del almuerzo, el Papa ya estaba de vuelta en el Vaticano.
Jorge Mario Bergoglio, que participó e las 32a (1974-1975) y 33a (1983) congregaciones generales de la Compañía de Jesús, comenzó recordando lo que habían recomendado sus predecesores a los jesuitas, a partir de lo que dijo Pablo VI en 1974: «Caminemos juntos, libres, obedientes, unidos en el amor de Cristo, para la mayor gloria de Dios». Y así, dijo Francisco, hay que caminar «yendo a las periferias donde otros no llegan», citando la mirada de san Ignacio de Loyola (que fundó la orden en 1540), para ver las cosas « en devenir, haciéndose, fuera de lo substancial. Porque saca a la Compañía de todas las parálisis y la libra de tantas veleidades». De esta manera, «tanto la pobreza como la obediencia o el hecho de no estar obligados a cosas como rezar en coro, no son ni exigencias ni privilegios, sino ayudas que hacen a la movilidad de la Compañía». Caminar, siempre según san Ignacio, recordó el Pontífice, «no es un mero ir y andar sino que se traduce en algo cualitativo: es aprovechamiento y progreso, es ir adelante, es hacer algo en favor de los otros», concepto que fue resumido por los primeros jesuitas con la palabra «aprovechamiento». Un aprovechamiento Que «no es individualista», sino común: «es en todo» (pretende tanto la salvación como la perfección propia y ajena), «no es elitista y es «lo que más aprovecha». Al respecto, Francisco recordó que san Alberto Hurtado era un «“dardo agudo que se clava en las carnes dormidas de la Iglesia”. Y esto contra esa tentación que Pablo VI llamaba “spiritus vertiginis” y De Lubac, “mundanidad espiritual”. Tentación que no es, en primer lugar, moral sino espiritual y que nos distrae de lo esencial: que es ser aprovechables, dejar huella, incidir en la historia, especialmente en la vida de los más pequeños».
El Papa también citó a Jerónimo de Nadal, uno de los primeros compañeros de san Ignacio: «La Compañía es fervor». Y justamente para «reavivar el fervor en la misión de aprovechar a las personas en su vida y doctrina», el Papa pidió a los jesuitas que dieran tres pasos, que «tienen que ver con la alegría, con la Cruz y con la Iglesia, nuestra Madre, y miran a dar un paso adelante quitando los impedimentos que el enemigo de natura humana nos pone cuando vamos, en el servicio de Dios, de bien en mejor subiendo».
«Es oficio propio de la Compañía —primero de los pasos que indicó el Papa— consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación… Que no nos la robe ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien, ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio». Y por ello «una buena noticia no se puede dar con cara triste», porque la alegría no es decorativa ni un «efecto especial», sino es «índice claro de la gracia: indica que el amor está activo, operante, presente».
El segundo paso es «dejarnos conmover por el Señor puesto en Cruz, por Él en persona y por Él presente en tantos hermanos nuestros que sufren (¡la gran mayoría de la humanidad!)». El Padre Arrupe, prepósito general de los jesuitas de 1965 a 1983, recordó Bergoglio, «decía que allí donde hay un dolor, allí está la Compañía». Y es por ello que la misericordia, centro del jubileo que está por concluir el próximo 20 de noviembre, «no es una palabra abstracta sino un estilo de vida, que antepone a la palabra los gestos concretos que tocan la carne del prójimo y se institucionalizan en obras de misericordia». La misericordia de Dios para los hombres y misericordia que los hombres deben hacer llegar «a los más pobres, a los pecadores, a los sobrantes y crucificados del mundo actual que sufren la injusticia y la violencia». Solamente experimentando esta «fuerza sanadora», como personas y como comunidad, « perderemos el miedo a dejarnos conmover por la inmensidad del sufrimiento de nuestros hermanos y nos lanzaremos a caminar pacientemente con nuestros pueblos aprendiendo de ellos el modo mejor de ayudarlos y servirlos».
Al final, para el Papa también es oportuno un paso hacia adelante «con buen espíritu»: san Pedro Fabro, otro de los compañeros del fundador de los jesuitas y que fue canonizado justamente por Bergoglio, «decía que en muchas cosas los que querían reformar la Iglesia», es decir los protestantes del siglo XVI, «tenían razón, pero Dios no quería corregirla con sus métodos». Es propio de la Compañía, recordó el papa jesuita, « hacer las cosas sintiendo con la Iglesia. Hacer esto sin perder la paz y con alegría, dados los pecados que vemos tanto en nosotros como personas como en las estructuras que hemos creado, implica cargar la Cruz, experimentar la pobreza y las humillaciones, ámbito en el que Ignacio nos anima a elegir entre soportarlas pacientemente o desearlas». En este sentido, «el servicio del buen espíritu y del discernimiento nos hace ser hombres de Iglesia -no clericalistas, sino eclesiales-, hombres “para los demás”, sin cosa propia que aísle sino con todo lo nuestro propio puesto en comunión y al servicio». Este «despojo» permite que la Compañía «tenga y pueda tener siempre más el rostro, el acento y el modo de todos los pueblos, de cada cultura, metiéndose en todos ellos, en lo propio del corazón de cada pueblo, para hacer allí Iglesia con cada uno, inculturando el evangelio y evangelizando cada cultura», dijo el Papa. Al final de su discurso pidió que todos juntos rezaran a Nuestra Señora de la Strada (de la que era devoto san Ignacio y cuya imagen se encuentra en la Iglesia del Jesús), para que «encamine y acompañe a cada jesuita junto con la porción del pueblo fiel de Dios al que ha sido enviado, por estos caminos de la consolación, de la compasión y del discernimiento».
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