El Papa: que el Señor convierta los corazones de los violentos

El Papa: que el Señor convierta los corazones de los violentos

Durante el Ángelus Francisco expresó su cercanía a los familiares de las víctimas de Dacca y de Baghdad y rezó un Ave María

Por MAURO PIANTA - CIUDAD DEL VATICANO

Después del mensaje enviado ayer a la diócesis de Dacca, mediante el Secretario de Estado Pietro Parolin, el Pontífice volvió a hablar hoy sobre las víctimas de los atentados terroristas después del Ángelus en la Plaza San Pedro.

«Expreso mi cercanía a los familiares de las víctimas —dijo el Papa— y de los heridos del atentado sucedido ayer en Dacca y también del sucedido en Bagdad. Recemos juntos. Recemos juntos por ellos, por los difuntos y pidamos al Señor para convertir el corazón de los violentos cegados por el odio». Después rezó con los peregrinos y fieles un «Ave María».

 Antes de la oración mariana, Francisco reflexionó sobre una página del Evangelio de Lucas, que, explicó, «nos hace entender cuán necesario es invocar a Dios, ‘el Señor de la mies, para que envíe obreros para su mies’. Los ‘obreros’ de los que habla Jesús son los misioneros del Reino de Dios, que Él mismo llamaba y enviaba ‘de dos en dos ante sí en cada ciudad y lugar al que estaba por dirigirse. Su tarea es anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos, diciendo: ‘Está cerca de ustedes el Reino de Dios’. Efectivamente, Jesús ‘acercó’ a Dios a nosotros, Dios reina en medio de nosotros, su amor misericordioso vence el pecado y la miseria humana».

«Esta —prosiguió Papa Bergoglio— es la Buena Noticia que los ‘obreros’ deben llevar a todos: un mensaje de esperanza y de consolación, de paz y de caridad. Jesús, cuando llama a los discípulos ante sí en las aldeas les aconseja: ‘Primero digan: «¡Paz a esta casa!»’». «Los misioneros —añadió Francisco— anuncian siempre un anuncio de salvación para todos y a todos, no solo los misioneros que van lejos, sino también nosotros los cristianos que decimos una buena palabra de salvación, y este es un don de Jesús».

Todo esto significa que el Reino de Dios «se construye día a día y ofrece ya en esta tierra sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres», explicó el Pontífice. «¡Qué bello construir el reino día a día: construir, no destruir!», exclamó.

 

«Cuando hacemos esto, el corazón se llena de alegría y esta expresión me hace pensar en todo lo que se alegra la Iglesia cuando sus hijos reciben la buena noticia gracias a la dedicación de muchos hombres y mujeres que cotidianamente anuncian el Evangelio: sacerdotes, esos buenos párrocos que todos conocemos, monjas consagradas, misioneros, misioneras.Y me pregunto (escuchen la pregunta, ¿eh?), me pregunto: ¿Cuántos de ustedes, jóvenes que están presentes hoy en la plaza, sienten la llamada del Señor a seguirlo? No tengan miedo, y lleven a los demás esta llama del celo apostólico que nos fue dada por estos discípulos».

«¿Con cuál espíritu —se preguntó Bergoglio— el discípulo de Jesús debe desempeñar esta misión? Antes que nada, deberá estar consiente de la realidad difícil y a veces hostil que lo espera». Pero Jesús, explicó el Papa, «no ahorra palabras al respecto, dice ‘los envío como corderos entre los lobos’, es clarísimo, y ‘desde el inicio existe la persecución’, porque sabe qué es la misión». «El obrero del Evangelio —recordó el Papa— se esforzará por estar libre de cualquier condicionamiento humano, sin llevar bolsa, ni saco, ni sandalias; esto significa abandonar cualquier motivo de vanagloria personal, de carrerista, de sed de poder, y hacerse humildemente instrumentos de la salvación obrada por Jesús, muerto y resucitado por nosotros».

«Es una misión estupenda y destinada a todos, sin excluir a nadie», dijo una vez más el Papa, señalando que todos – pastores y fieles - «estamos llamados a aprender mejor el arte de ser alegres, no por motivos humanos».

«Hay tanta necesidad de cristianos que testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día», destacó el Papa, encomendado al Espíritu Santo la vocación de todos los bautizados a ser «testimonios de Cristo» «renovadores del mundo según el Evangelio», e invocando la intercesión de la Virgen María para que no falten nunca a la Iglesia «corazones generosos, que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura» de Dios.

Después, Francisco recordó el sacrificio de Maria Goretti, la chica italiana que antes de morir perdonó al violador que la había herido mortalmente. «En el Año Santo de la Misericordia, me gusta recordar que el próximo miércoles celebramos la memoria de Santa Maria Goretti, la chica mártir que antes de morir perdonó a su asesino». Para la joven mártir de la pureza el Papa pidió un aplauso a los fieles y peregrinos reunidos en San Pedro.

«A todos ustedes —concluyó— les deseo muy buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen apetito y hasta vernos!».

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