Antes de rezar el Ángelus del primer domingo de noviembre, el Papa Francisco recordó que tras la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos, la Liturgia sigue invitando a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos.
De hecho – dijo – el Evangelio del día presenta a Jesús que se confronta con los saduceos incrédulos que tratan de tenderle una trampa para ridiculizar la resurrección, presentándole el caso paradójico de una mujer que tras haber tenido siete maridos, hermanos entre sí y ya fallecidos, y que le preguntan ¿de quién será esposa? en el más allá.
Jesús no cae en la trampa – prosiguió Francisco – y reafirma la verdad de la resurrección, explicando que la existencia después de la muerte será diversa de la de la tierra. Él hace comprender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este mundo a las realidades que van más allá y que son más grandes de lo que vemos en esta vida.
El Señor – añadió el Santo Padre – explica que en este mundo vivimos de realidades provisorias, que terminan, mientras después de la resurrección, la muerte ya no será nuestro horizonte y viviremos las relaciones humanas en la dimensión de Dios y de modo transfigurado. A la vez que destacó que también el matrimonio resplandecerá, transformado, en la comunión gloriosa de los santos en el Paraíso.
Tras recordar que la salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros y que la vida de los resucitados será semejante a la de los ángeles, el Obispo de Roma afirmó que la resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de la muerte, sino un nuevo tipo de vida que ya experimentamos hoy. De ahí que haya reafirmado que si no existiera la referencia al Paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida.
Y antes de rezar a la Madre de Dios, pidió a la Virgen María, Reina del cielo y de la tierra, que nos confirme en la esperanza de la resurrección y que nos ayude a hacer fructificar en obras buenas la palabra que su Hijo ha sembrado en nuestros corazones.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto de las palabras del Papa a la hora del Ángelus dominical:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
A pocos días de distancia de la Solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de todos los fieles difuntos, la Liturgia de este domingo nos invita aún a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos.
El Evangelio (Cfr. Lc 20, 27-38) presenta a Jesús confrontándose con algunos saduceos, que no creían en la resurrección y concebían la relación con Dios sólo en la dimensión de la vida terrenal. Y por tanto, para ridiculizar la resurrección y poner a Jesús en aprietos, le presentan un caso paradójico y absurdo: una mujer que ha tenido siete maridos, todos hermanos entre sí, los cuales, uno tras otro, han muerto. Y he aquí entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús: Aquella mujer, en la resurrección, ¿de quién será esposa? (v. 33).
Jesús no cae en la trampa y reafirma la verdad de la resurrección, explicando que la existencia después de la muerte será diversa de la de la tierra. Él hace comprender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este mundo a las realidades que van más allá y que son más grandes de lo que vemos en esta vida.
En efecto, dice: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán” (vv. 34-35). Con estas palabras, Jesús desea explicar que en este mundo vivimos de realidades provisorias, que terminan; en cambio, en el más allá, después de la resurrección, ya no tendremos la muerte como horizonte y viviremos todo, también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera transfigurada.
También el matrimonio, signo e instrumento del amor de Dios en este mundo, resplandecerá transformado en plena luz en la comunión gloriosa de los santos en el Paraíso.
Los “hijos del cielo y de la resurrección” no son pocos privilegiados, sino que son todos los hombres y todas las mujeres, porque la salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de los resucitados será semejante a la de los ángeles (Cfr. v. 36), es decir toda inmersa en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una eternidad plena de alegría y de paz.
¡Pero atención! La resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de la muerte, sino que es un nuevo tipo de vida que ya experimentamos en el hoy; es la victoria sobre la nada que ya podemos pregustar. ¡La resurrección es el fundamento de la fe y de la esperanza cristiana! Si no existiera la referencia al Paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida. En cambio, el mensaje de la fe cristiana viene del cielo, es revelado por Dios y va más allá de este mundo. Creer en la resurrección es esencial, a fin de que cada acto nuestro de amor cristiano no sea efímero y con finalidad en sí mismo, sino que se convierta en una semilla destinada a abrirse en el jardín de Dios, y producir frutos de vida eterna.
Que la Virgen María, Reina del cielo y de la tierra, nos confirme en la esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar en obras buenas la palabra de su Hijo sembrada en nuestros corazones.
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