«Para hablar de esperanza a los que están desesperados, hay que compartir su desesperación». En la Audiencia general, el Pontífice hizo un llamado por los detenidos después de la masacre en la cárcel brasileña de Manaos.
IACOPO SCARAMUZZI - CIUDAD DEL VATICANO
«Frente a la tragedia de la pérdida de los hijos, una madre no puede aceptar palabras o gestos de consolación, que siempre son inadecuados, que nunca son capaces de mitigar el dolor de una herida que no puede y no quiere ser curada. Un dolor proporcional al amor». Durante la Audiencia general, el Papa reflexionó sobre la figura bíblica de Raquel para subrayar que las lágrimas pueden ser «semillas de esperanza»: «Para hablar de esperanza a los que están desesperados, hay que compartir su desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien sufre, hay que unir al suyo nuestro llanto», dijo el Papa. Al final de la catequesis recordó la «masacre» que se verificó en la cárcel de Manaos, en Brasil, e hizo un nuevo llamado «para que los institutos penitenciarios sean lugares de reeducación y de reinserción social, y las condiciones de vida de los detenidos sean dignas de personas humanas».
Raquel, que en el libro del Génesis muere al dar a luz a su segundo hijo, es presentada por el profeta Jeremías, que se dirige a los israelitas exiliados, «en una realidad de dolor y llanto», mientras llora por los hijos que «murieron yendo hacia el exilio».
«Por ello —explicó Jorge Mario Bergoglio—, Raquel no quiere ser consolada. Este rechazo expresa la profundidad de su dolor y la amargura de su llanto. Frente a la tragedia de la pérdida de los hijos —prosiguió el Papa— una madre no puede aceptar palabras o gestos de consolación, que son siempre inadecuados, que nunca son capaces de mitigar el dolor de una herida que no puede y no quiere ser curada. Un dolor proporcional al amor. Cualquier madre sabe todo esto; y son muchas, incluso hoy, las madres que lloran, que no se resignan a la pérdida de un hijo, inconsolables frente a una muerte imposible de aceptar. Raquel encierra en sí el dolor de todas las madres del mundo de todos los tiempos, y las lágrimas de todos los seres humanos que lloran pérdidas irreparables».
El rechazo de Raquel que no quiere ser consolada, dijo el Papa, «nos enseña también cuánta delicadeza se nos pide ante el dolor ajeno. Para hablar de esperanza a quien está desesperado, hay que compartir su desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien sufre, hay que unir al suyo nuestro llanto. Solo de esta manera nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza. Y si no puedo decir palabras así, con el llanto, con el dolor, mejor el silencio, la caricia, el gesto y nada de palabras».
Dios, «con su delicadeza y su amor», responde al llanto de Raquel «con palabras verdaderas, no de mentiras», prosiguió Francisco: «Reprime tus sollozos, ahoga tus lágrimas, porque tu obra recibirá su recompensa (oráculo del Señor) y ellos volverán del país enemigo. Sí, hay esperanza para tu futuro (oráculo del Señor) los hijos regresarán a su patria». El Papa explicó: «Esta mujer, que había aceptado morir, en el momento del parto, para que su hijo pudiera vivir, con su llanto es ahora principio de vida para los nuevos hijos exiliados, prisioneros, lejos de la patria. Al dolor y al llanto amargo de Raquel, el Señor responde con una promesa que ahora puede ser para ella motivo de verdadera consolación: el pueblo podrá regresar del exilio y vivir en la fe, libre, la propia relación con Dios. Las lágrimas han generado esperanza. Y esto nos fácil de entender, pero es verdadero —insistió el Papa. Tantas veces, en nuestra vida, las lágrimas siembran esperanza, son semillas de esperanza».
El texto de Jeremías «luego es retomado por el evangelista Mateo y aplicado a la matanza de los inocentes», recordó el Pontífice argentino. «Un texto que nos pone ante la tragedia de la matanza de seres humanos indefensos, del horror del poder que desprecia y destruye la vida. Los niños Belén murieron a causa de Jesús. Y Él, Cordero inocente, luego morirá, a su vez, por todos nosotros. El Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres: no se olviden de esto. Cuando alguien se dirige a mí y me hace una pregunta difícil —continuó el Papa—, por ejemplo: “Dígame padre: ¿Por qué sufren los niños?”. De verdad, yo no sé qué cosa responder. Solamente digo: “Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, Él ha sufrido, y tal vez ahí encontraras una respuesta. No hay otras respuestas. Solamente mirando el amor de Dios que da en su Hijo que ofrece su vida por nosotros, se puede indicar el camino de la consolación”. Y por esto decimos que el Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres, los ha compartido y ha recibido la muerte; su Palabra es definitivamente palabra de consolación, porque nace del llanto».
Después de la catequesis, que prosigue con el ciclo dedicado a la esperanza, el Papa recordó que «Ayer llegaron desde Brasil las noticias dramáticas de las matanzas ocurridas en la cárcel de Manaos, donde un violento choque entre bandas rivales ha causado decenas de muertos. Expreso dolor y preocupación por lo que sucedió. Invito a rezar por los difuntos, por sus familiares, por todos los detenidos en esa cárcel y por los que trabajan en ella. Y renuevo mi llamamiento para que los institutos penitenciarios sean lugares de reeducación y reinserción social, y las condiciones de vida de los detenidos sean dignas de personas humanas. Los invito a rezar por los detenidos – muertos y vivos – y también por todos los detenidos del mundo, para que las cárceles sirvan para reinsertar y no estén hacinadas, que sean lugares de reinserción. Recemos a la Virgen Madre de los detenidos».
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