Hoy, continuando sus catequesis sobre el discernimiento que está desarrollando en las audiencias generales, Francisco trató sobre el discernimiento de la desolación.
Repitiendo a San Ignacio, afirmó el Papa que desolación es “escuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor” (S. Ignacio de L., Ejercicios espirituales, 317).
Nadie gustaría de sentirse desolado, esto es triste, pero esto no es posible y tampoco sería enteramente bueno para nosotros.
Dos tristezas, una buena y una mala
“En nuestro tiempo, la tristeza está considerada mayoritariamente de forma negativa, como un mal del que huir a toda costa, y, sin embargo, puede ser una campana de alarma indispensable para la vida, invitándonos a explorar paisajes más ricos y fértiles que la fugacidad y la evasión no consienten. Santo Tomás define la tristeza un dolor del alma: como los nervios para el cuerpo, despierta la atención ante un posible peligro, o un bien desatendido (cf. Summa Th. I-II, q. 36, a. 1). Por eso es indispensable para nuestra salud, nos protege para que no nos hagamos mal a nosotros mismos y a los otros. Sería mucho más grave y peligroso no tener este sentimiento e ir adelante. La tristeza a veces trabaja como semáforo: ‘¡Párate, párate! Está rojo aquí. Párate’”.
Pero además de un buen semáforo, la tristeza puede ser igualmente un obstáculo para el bien “con el que el tentador quiere desanimarnos. En tal caso, se debe actuar de forma exactamente contraria a lo sugerido, decididos a continuar lo que nos habíamos propuesto hacer (cf. Ejercicios espirituales, 318)”.
“Esta también es una experiencia común a la vida espiritual: el camino hacia el bien, recuerda el Evangelio, es estrecho y cuesta arriba, requiere un combate, un vencerse a sí mismo. Empiezo a rezar, o me dedico a una buena obra y, extrañamente, justo entonces me vienen a la mente cosas urgentes que hay que hacer ―para no rezar y para no hacer cosas buenas―. Todos tenemos esta experiencia. Es importante, para quien quiere servir al Señor, no dejarse guiar por la desolación”, por esta mala tristeza.
En fin, esta es una vida de lucha y no podemos huir de las pruebas, que conllevan tristeza. Pero hay que saber leer esa tristeza. Si es una tristeza- semáforo, esta nos protege de los males. Si es una mala tristeza, con la que el demonio quiere impedir el camino del bien, hay que luchar contra ella, hacer lo contrario de lo que la tristeza dice.
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