Francisco presidió en la plaza de San Pedro la misa jubilar por los cuerpos militares y de seguridad, destacando su valor en la «lucha contra la criminalidad y las diversas formas de violencia», en la «salvaguarda de la creación» y en la «promoción de la paz»: no cultiven «el espíritu de guerra» sino estén del «lado de la legalidad», el «bien puede vencer a pesar de todo».
«A ustedes se les confía una gran misión, que abarca múltiples dimensiones de la vida social y política: la defensa de nuestros países, el compromiso por la seguridad, la custodia de la legalidad y la justicia, la presencia en las penitenciarías, la lucha contra la criminalidad y las diferentes formas de violencia». Lo subrayó el Papa a los miembros de las Fuerzas Armadas, de Policía y de Seguridad en su homilía durante la Misa Jubilar a ellos dedicada, presidida hoy, 9 de febrero, en una Plaza de San Pedro abarrotada por 40.000 fieles, iluminada a ratos por el sol y en la que destacaban los diferentes colores de los uniformes de varios cuerpos armados, con representantes de un centenar de países.
La liturgia fue celebrada por el cardenal Robert Prevost, Prefecto del Dicasterio para los Obispos, con monseñor Santo Marcianò, Ordinario Militar para Italia, y el arzobispo de Vilna, Gintaras Grušas, Presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), junto con más de trescientos concelebrantes, entre cardenales, obispos y sacerdotes.
Estar vigilantes para no ser seducidos por el mal
En la homilía, pronunciada sólo en parte debido a la dificultad para respirar y cuya lectura fue luego confiada al maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, el arzobispo Diego Ravelli, el Papa recuerda, en particular, a quienes están comprometidos en casos de «catástrofes naturales, por el cuidado de la creación, por el rescate de las vidas en el mar, por los más frágiles, por la promoción de la paz», y luego exhorta a todos a no perder de vista la finalidad de sus acciones, que es “promover”, “salvar” y “defender siempre la vida”, a no dejarse seducir por las tentaciones del mal y dar testimonio del amor de Dios.
Les pido, por favor, que vigilen. Vigilen contra la tentación de cultivar un espíritu de guerra; vigilen para no ser seducidos por el mito de la fuerza y el ruido de las armas; vigilen para no contaminarse nunca por el veneno de la propaganda del odio, que divide el mundo en amigos a los que defender y enemigos a los que combatir. Sean, en cambio, testigos valientes del amor de Dios Padre, que quiere que seamos todos hermanos. Y, juntos, caminemos para construir una nueva época de paz, de justicia y de fraternidad.
Francisco centra su reflexión en el relato del evangelista Juan que detalla la actitud de Jesús junto al lago de Genesaret con tres verbos: vio, subió, se sentó y hace un paralelismo con lo que están llamadas a hacer las Fuerzas Armadas, Policiales y de Seguridad.
Jesús, que «siempre pone en primer lugar el encuentro con los demás, la relación, la preocupación por esas fatigas y esos fracasos que a menudo abruman el corazón y quitan la esperanza», explica Francisco, lo observa todo con «mirada atenta», y así, aunque «la muchedumbre se agolpaba a su alrededor para escuchar la palabra de Dios», ve «dos barcas junto a la orilla» y percibe «la decepción en el rostro» de los pescadores que intentaban lavar «las redes vacías después de una noche de fracasos», capta «su desánimo» y su «frustración» y los mira con compasión.
Y no olvidemos esto: la compasión de Dios. Las tres actitudes de Dios: cercanía, compasión y ternura. No lo olviden: Dios está cerca, Dios es tierno y Dios es compasivo, ¡siempre!
La iniciativa de Cristo
Viendo el desánimo de los pescadores, Jesús «sube» a la barca de uno de ellos, la de Simón, y así entra «en el espacio de su vida, abriéndose paso en ese fracaso que habita en su corazón».
Esto es hermoso: Jesús no se limita a observar las cosas que no van bien, como a menudo hacemos nosotros, acabando por encerrarnos en el lamento y la amargura. Él, en cambio, toma la iniciativa, sale al encuentro de Simón, se detiene con él en ese momento difícil y decide subir a la barca de su vida, que en esa noche había regresado a la orilla sin éxito.
La belleza de Dios dentro de las fatigas de la vida humana
Finalmente, Jesús «se sentó», «para enseñar, es decir, para anunciar la buena noticia, para llevar la luz a aquella noche de desilusión», precisa el Papa, «para narrar la belleza de Dios en las fatigas de la vida humana, para hacerles sentir que hay esperanza aun cuando todo parece perdido».
Y entonces ocurre el milagro: cuando el Señor sube a la barca de nuestra vida para llevarnos la buena noticia del amor de Dios que siempre nos acompaña y nos sostiene, entonces la vida vuelve a empezar, la esperanza renace, el entusiasmo perdido regresa y podemos echar las redes al mar nuevamente.
Ver, subir, sentarse
Para el Pontífice, quienes trabajan en las Fuerzas Armadas, en la Policía y en las Fuerzas de Seguridad, por el uniforme que llevan y el juramento que prestan, con valentía y forjados por la disciplina, deben asumir las mismas actitudes que Jesús. Por tanto, «ver», «tener una mirada atenta, que sepa captar las amenazas al bien común, los peligros que se ciernen sobre la vida de los ciudadanos, los riesgos ambientales, sociales y políticos a los que estamos expuestos», «subirse» a la barca, comprometiéndose «al servicio del bien, de la libertad y de la justicia»; «sentarse», porque «porque la manera en la que ustedes están presentes en nuestras ciudades y en nuestros barrios, el estar siempre de parte de la legalidad y de parte de los más débiles es para todos nosotros una lección. Esto nos enseña que el bien puede vencer a pesar de todo; nos enseña que la justicia, la lealtad y la pasión civil hoy siguen siendo valores necesarios; nos enseña que podemos crear un mundo más humano, más justo y más fraterno, a pesar de las fuerzas contrarias del mal».
Con el acompañamiento de los capellanes al servicio del bien
En su tarea todas las fuerzas del orden están acompañadas también por los capellanes, subrayó el Papa para concluir, sacerdotes que «no prestan su servicio -como tristemente ha sucedido a veces en la historia- para bendecir perversas acciones de guerra», sino que animan «a remar mar adentro y sostenerlos en la misión que llevan adelante cada día. Ellos caminan con ustedes como apoyo moral y espiritual, ayudándoles a desempeñar sus cargos a la luz del Evangelio y al servicio del bien».
Y es precisamente por este servicio prestado por miles de hombres y mujeres con diversos uniformes por lo que Francisco expresa de nuevo su gratitud:
Les agradecemos cuanto hacen, en ocasiones arriesgando sus propias vidas. Gracias porque, subiendo sobre nuestras barcas en peligro, nos ofrecen su protección y nos alientan a seguir nuestra travesía.
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