El Pontífice participa en un encuentro interreligioso en uno de los lugares simbólicos del dolor. Y se reúne con las familias de los socorristas caídos el 11 de septiembre
Por Paolo Mastrolilli
«Aquí, en medio del dolor lacerante, podemos palpar la capacidad de bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que siempre debemos apelar. En el momento de mayor dolor, sufrimiento, ustedes fueron testigos de los mayores actos de entrega y ayuda. Manos tendidas, vidas entregadas. En una metrópoli que puede parecer impersonal, anónima, de grandes soledades, fueron capaces de mostrar la potente solidaridad de la mutua ayuda, del amor y del sacrificio personal». Es lo que dijo Papa Francisco en el “Ground Zero”, tratando de recordar el dolor y ofrecer un homenaje al recuerdo de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2011, y de vislumbrar razones de esperanza, la confirmación de la bondad de los hombres en la tragedia.
El Pontífice llegó al “Ground Zero” después de pronunciar su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Se detuvo frente a las dos fuentes que hoy ocupan el lugar en el que se encontraban los fundamentos de las Torres Gemelas. Se reunió con una veintena de familiares de las víctimas y participó en una oración interreligiosa: «Dios de la paz, trae la paz a nuestro mundo violento, paz a los corazones de los hombres y de las mujeres, paz entre las naciones de la Tierra. Guía hacia tu camino del amor a los que tienen las mentes y los corazones consumados por el odio, y que justifican los asesinatos en nombre de la religión».
Francisco después bajó a las “vísceras” del Memorial, la sala de los fundamentos en la que todavía está expuesto el “slurry wall”, el muro de cemento que detuvo las aguas del río Hudson después del atentado: «Distintos sentimientos, emociones, me genera estar en la Zona Cero donde miles de vidas fueron arrebatadas en un acto insensato de destrucción. Aquí –dijo el Papa– el dolor es palpable. El agua que vemos correr hacia ese centro vacío nos recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos. Es el grito silencioso de quienes sufrieron en su carne la lógica de la violencia, del odio, de la revancha. Una lógica que lo único que puede producir es dolor, sufrimiento, destrucción, lágrimas. El agua cayendo es símbolo también de nuestras lágrimas. Lágrimas por las destrucciones de ayer, que se unen a tantas destrucciones de hoy. Este es un lugar donde lloramos, lloramos el dolor que genera sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias dialogando. En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de inocentes por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua que nos recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy». Después añadió: «Hace unos minutos encontré a algunas de las familias de los primeros socorristas caídos en servicio. En el encuentro pude constatar una vez más cómo la destrucción nunca es impersonal, abstracta o de cosas; sino, por sobre todo, tiene rostro e historia, es concreta, posee nombres. En los familiares, se puede ver el rostro del dolor, un dolor que nos deja atónitos y grita al cielo. Pero a su vez, ellos me han sabido mostrar la otra cara de este atentado, la otra cara de su dolor: la potencia del amor y del recuerdo. Un recuerdo que no nos deja vacíos. El nombre de tantos seres queridos están escritos aquí en lo que eran las bases de las torres, así los podemos ver, tocar y nunca olvidar. Aquí, en medio del dolor lacerante, podemos palpar la capacidad de bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que siempre debemos apelar».
El Papa también recordó los actos de heroísmo y bondad, y añadió: «En ese momento no era una cuestión de sangre, de origen, de barrio, de religión o de opción política; era cuestión de solidaridad, de emergencia, de hermandad. Era cuestión de humanidad. Los bomberos de Nueva York entraron en las torres que se estaban cayendo sin prestar tanta atención a la propia vida. Muchos cayeron en servicio y en su sacrificio permitieron la vida de tantos otros». Así, «este lugar de muerte se transforma también en un lugar de vida, de vidas salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida siempre está destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte, que el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la unidad vencerá sobre el odio y la división».
Un sentimiento que vale para todas las personas de todas las religiones: «Me llena de esperanza, en este lugar de dolor y de recuerdo, la oportunidad de asociarme a los líderes que representan las muchas tradiciones religiosas que enriquecen la vida de esta gran ciudad. Espero que nuestra presencia aquí sea un signo potente de nuestras ganas de compartir y reafirmar el deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta comunidad y a lo largo y ancho de nuestro mundo. En las diferencias, en las discrepancias, es posible vivir en un mundo de paz. Frente a todo intento uniformizador es posible y necesario reunirnos desde las diferentes lenguas, culturas, religiones y alzar la voz a todo lo que quiera impedirlo. Juntos hoy somos invitados a decir «no» a todo intento uniformante y “Sí” a una diferencia aceptada y reconciliada».
Su reflexión después se dirigió hacia el futuro: «Para eso necesitamos desterrar de nosotros sentimientos de odio, de venganza, de rencor. Y sabemos que eso solo es posible como un don del cielo. Aquí, en este lugar de la memoria, cada uno a su manera, pero juntos, les propongo hacer un momento de silencio y oración. Pidamos al cielo el don de empeñarnos por la causa de la paz. Paz en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras escuelas, en nuestras comunidades. Paz en esos lugares donde la guerra parece no tener fin. Paz en esos rostros que lo único que han conocido ha sido el dolor. Paz en este mundo vasto que Dios nos lo ha dado como casa de todos y para todos. Tan solo, PAZ. Así, la vida de nuestros seres queridos no será una vida que quedará en el olvido, sino que se hará presente cada vez que luchemos por ser profetas de construcción, profetas de reconciliación, profetas de paz».
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