Francisco en el estadio neoyorquino después del baño de multitudes en el Central park: nuestras ciudades tienen riqueza multicultural y en ellas se corre el riesgo de relegar a los débiles «al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor»
Por Iacopo Scaramuzzi
«¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del smog de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?». En el corazón de Nueva York, en el Madison Square Garden, Papa Francisco por primera vez parte del profeta Isaías en los Estados Unidos («El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz»), parte de su experiencia como pastor de Buenos Aires para interrogar a los fieles estadounidenses, subrayando, en español, que las metrópolis recuerdan «la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, tradiciones e historias. La variedad de lenguas, de vestidos, de alimentos. Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo ‘el ritmo del cambio’, quedan silenciados tantos rostros por no tener ‘derecho’ a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad –los extranjeros, los hijos de estos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor».
Jorge Mario Bergoglio llegó al estadio neoyorquino, que tiene una capacidad para 20 mil personas, después de haber atravesado el Central Park, en Manhattan, en donde saludó a decenas de miles de personas a bordo del papamóvil. Un poco antes de lo programado, saludó a los presentes en el Madison Square Garden, dando dos vueltas entre los fieles a bordo de un auto eléctrico. Se detuvo a saludar en especial a algunos niños enfermos.
«Estamos en el Madison Square Garden, lugar emblemático de esta ciudad, sede de importantes encuentros deportivos, artísticos, musicales, que logra congregar a personas provenientes de distintas partes, y no solo de esta ciudad, sino del mundo entero», dijo el Papa, que comenzó la misa con una oración en inglés, pero continuó con la homilía en su lengua materna. «En este lugar -continuó- que representa las distintas facetas de la vida de los ciudadanos que se congregan por intereses comunes, hemos escuchado: ‘El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz’ (Is 9,1). El pueblo que caminaba, el pueblo en medio de sus actividades, de sus rutinas; el pueblo que caminaba cargando sobre sí sus aciertos y equivocaciones, sus miedos y oportunidades ha visto una gran luz. El pueblo que caminaba con sus alegrías y esperanzas, con sus desilusiones y amarguras ha visto una gran luz». Y ahora, en las grandes ciudades contemporáneas, «con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el smog, ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida», explicó Francisco entre los aplausos de los fieles.
«Vivir en una gran ciudad -prosiguió Papa Bergoglio- es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, tradiciones e historias. La variedad de lenguas, de vestidos, de alimentos. Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo ‘el ritmo del cambio’, quedan silenciados tantos rostros por no tener ‘derecho’ a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad –los extranjeros, los hijos de estos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón. Saber que Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación, nos llena de esperanza, una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad. Una esperanza que nos libra de ‘conexiones’ vacías, de los análisis abstractos o de las rutinas sensacionalistas. Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde le toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del smog la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad. Porque Dios está en la ciudad.¿Cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del smog de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?».
La respuesta, según Papa Francisco, la ofrece el mismo profeta Isaías, cuando define a Jesús «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre siempre, Príncipe de la paz». El Papa desmenuzó una a una estas imágenes. Consejero maravilloso: Jesús impulsa a sus discípulos « a sus discípulos ir, salir. Los empuja a ir al encuentro de los otros, donde realmente están y no donde nos gustarían que estuviesen. Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, sin asco, vayan y anuncien esta alegría que es para todo el pueblo». Dios fuerte, que «el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casas, en nuestras «ollas», como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús». Padre siempre: «Vayan y anuncien, vayan y vivan que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Y esto es lindo. Abrazo que busca asumir, purificar y elevar la dignidad de sus hijos» (explicó el Pontífice entre los aplausos de los fieles). Príncipe de la paz, el Dios que «camina a nuestro lado», « nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, vacía y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra, de la competencia, de la autorreferencialidad, para abrirnos al camino de la paz. Esa paz que nace del reconocimiento del otro, esa paz que surge en el corazón al mirar especialmente al más necesitado como a un hermano».
Dios, concluyó Francisco: «vive en nuestras ciudades; la Iglesia vive en nuestras ciudades y quiere ser fermento en la masa, quiere mezclarse con todos, acompañando a todos». Y nosotros, dijo entre aplausos, «somos sus testigos».
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