El Sumo Pontífice firmó el decreto que le concede este importante reconocimiento de la Iglesia Católica. Desde la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa -que él fundó- manifestaron su “alegría por la feliz noticia, que renueva el compromiso de nuestra comunidad con los valores humanos y cristianos”. Quién fue Shaw y qué hizo en su breve pero intensa vida.
El papa Francisco aprobó hoy el primer paso para la beatificación de Enrique Ernesto Shaw, un empresario argentino laico y padre de familia que promovió e impulsó el crecimiento humano de sus trabajadores.
Shaw, nacido el 26 de febrero de 1921 en París y muerto en Buenos Aires el 27 de agosto de 1962, va camino a convertirse en el primer santo de saco y corbata.
“Feliz coincidencia esta fecha ya que se trata de una causa que se ha iniciado en la Arquidiócesis de Buenos Aires y tanto en ella, como en la Diócesis de Cagliari, Italia, hoy se celebra a la Madre de Dios bajo su advocación de los Buenos Aires”, señaló en un comunicado el Monseñor Santiago Olivera, Delegado para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).
A 100 años de su nacimiento, Shaw demostró que “es posible combinar una trayectoria empresarial eficaz y exitosa con valores éticos”, destacó su hija Sara en un inspirador y movilizador documental que pondera su vida y obra.
Por su parte, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) -que fundó Shaw-, expresó en un comunicado “su profunda alegría por la declaración de Venerabilidad, que coincide con el centenario de su nacimiento. La feliz noticia que llena de entusiasmo y renueva el compromiso de nuestra comunidad de hombres y mujeres de empresa con los valores humanos y cristianos que nos inspiran”.
Gonzalo Tanoira, presidente de ACDE, señaló: “Es una noticia que nos llena de gozo y nos conmueve, porque es un reconocimiento al testimonio de un hombre que dedicó su vida a Dios, a su familia y a desarrollar las empresas en el sector privado, mientras construía una trayectoria de vida para los trabajadores que dirigió en momentos de incertidumbre y de grandes dificultades, como el que nos toca atravesar hoy. La vida de Enrique Shaw es un testimonio inspirador para Argentina y el mundo del desarrollo socialmente inclusivo en la actividad privada, una agenda que hoy cobra especial relevancia a nivel global ante la necesidad del mundo de encarar transformaciones profundas”.
Shaw es recordado por haber sido un marino de guerra abnegado y profesional, un empresario dedicado al desarrollo integral de los obreros, un virtuoso padre de familia y un católico comprometido con su fe.
Adquirió sólidos valores éticos en su hogar, que sentaron las bases desde la cual se consolidaron las enseñanzas adquiridas en la Armada Argentina, adhiriendo a los valores institucionales tradicionales con un profundo sentido democrático.
Desde muy joven, Enrique Shaw decidió avanzar en el camino de la santidad y lo escribió en las cartas de amor a su novia: “En mis propósitos para este año tengo en mente uno con mucha fuerza, es necesario hacerse santo, empezar ya”.
Contando con apenas 14 años ingresó a la Escuela Naval Militar de Río Santiago, donde aprendió a valorar la camaradería y el trabajo en equipo. Como cadete naval, aprendió a realizar todo tipo de trabajos, comenzando desde el puesto más bajo, picareteando cubiertas y mamparos, pintando maderas y metales, limpiando baños, paleando carbón o asistiendo al funcionamiento de una caldera. De esta forma, se forjó comprendiendo la esencia de las tareas para poder fundamentar las órdenes que en breve impartiría.
Al graduarse de guardiamarina contaba con 18 años de edad, siendo el egresado más joven que posee nuestra Marina de Guerra. Durante su labor en los buques se preocupó por el personal desde lo profesional hasta lo espiritual. Enrique era visto a menudo sentado en un cajón dando catequesis en horas libres, en alguno de los galpones, al personal naval que voluntariamente lo deseara.
Un jefe lo calificó así: “Este oficial posee una gran pureza interior y es de una lealtad y honestidad de procedimientos sobresalientes. Se preocupa mucho por el personal a sus órdenes, estudiándolos y aconsejándolos en privado”. No es normal encontrar expresiones institucionales que califiquen la “gran pureza interior” de los integrantes de la Armada.
En 1945 la Armada lo designó para realizar un curso de meteorología en Estados Unidos. Luego de una meditada apreciación, decidió entregarse a la tarea que Dios le tenía reservada: ayudar al obrero y, con ese objetivo en mente, se consagró enteramente a la misión, solicitando la baja antes de ser trasladado al exterior. El mundo estaba en guerra y las bajas canceladas. Finalizado el conflicto mundial, presentó nuevamente el pedido de su baja, que le fue concedido, y además, devolvió los gastos generados al Estado nacional a través de la Armada para costear aquel curso en el exterior. Se retiró con el grado de teniente de fragata.
En 1946, se dirigió al Episcopado para ofrecerse como voluntario. Le pidieron que organizara el envío de alimentos a la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial a través de los obispos europeos. Hizo una convocatoria a muchos empresarios y varios respondieron con mucha generosidad.
Cuando ya no hubo necesidad de seguir enviando ayuda a Europa, el grupo que había llevado a cabo esa intensa tarea logró consolidarse y decidieron seguir trabajando juntos y organizar una asociación. Así se inició la etapa fundacional de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa. En 1952 se consolidó ACDE y es nombrado primer presidente y miembro fundador. Este fue un hecho muy relevante en su vida, esta organización nació con el objetivo de conectar la Doctrina Social de la Iglesia con los empresarios.
Ingresó a Cristalerías Rigolleau y, al igual que en la Marina de Guerra, inició su labor en el ámbito empresarial desde abajo, compartiendo tareas con los obreros, aprendiendo desde cero para saber ordenar con autoridad ético-profesional. Lo llamaban “Comandante de Empresas”, ya que concebía a la compañía como una unidad indivisible, un único buque, donde a bordo y siempre, estaban los directivos y los obreros, así como sus familias.
Administró la empresa sin olvidar todos los aspectos de la condición humana, tratando a sus empleados como seres humanos creados por Dios a su imagen y semejanza, merecedores de esa comprensión, reconocidos y reconfortados como tales, descartando de pleno la visión mecanicista de ser meros engranajes de una máquina productiva.
En 1958 ocupó el puesto de Director Delegado, teniendo 3400 obreros a cargo. Un integrante del Directorio de Cristalerías Rigolleau, señalaba que Enrique “era un hombre tocado por la mano de Dios”.
Al referirse al trabajador y a la empresa, Enrique Shaw expresó: “No debemos olvidar que el trabajador no es tan sólo un productor de riqueza, sino un ser espiritual, cuya dignidad y valores humanos han de estar siempre presentes en el pensamiento de quienes tienen la responsabilidad; ser patrón no es un privilegio: somos los responsables de la ascensión humana de nuestro personal. Por medio del trabajo nos vinculamos con el prójimo; aún más, si entendemos así al trabajo, veremos que constituye una vocación. La empresa ha de ser comunidad de vida, instrumento de dignificación, hogar de relaciones humanas, escuela de prudencia y responsabilidad. Hay que darle al obrero seguridad, buen trabajo, buen sueldo y posibilidades de progresar. Es necesario que nuestros hijos tengan ideas de servicio. Mi función hacia la compañía, hacia ustedes todos, hacia el país, por medio de la compañía, es el servicio”.
Trabajó como coordinador de la ayuda a Europa al final de la Segunda Guerra Mundial a través de Cáritas Argentina. Participó en el Movimiento Familiar Cristiano, en el Serra Club, en la Casa del Libro, en la Juventud Obrera Católica, en la fundación de Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE), fue presidente de la Asociación de Hombres de la Acción Católica Argentina, primer tesorero de la Universidad Católica Argentina (UCA) y autor de numerosos trabajos aplicables a la acción de los dirigentes de empresas.
Durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón, y en el contexto del conflicto del gobierno con sectores de la iglesia católica, Enrique fue encarcelado en dos oportunidades. La primera vez fue liberado de inmediato, pero la segunda, ocurrida el 7 de mayo de 1955, fue más prolongada. Recién el 17 de mayo de ese año y por la presión mediática de periódicos uruguayos, se liberó a los encarcelados.
Enrique enfermó de cáncer, pasó por varias intervenciones quirúrgicas pero no se logró evitar la metástasis. Se recurrió a transfusiones para aliviar los dolores, ante lo cual, más de 260 obreros acudieron a donar sangre voluntariamente. Falleció el 27 de agosto de 1962, a la edad de 59 años.
Con la humildad que lo caracterizó en esta vida, hoy Enrique Shaw se asoma, a través de su proceso de canonización, a la pléyade de santos como ejemplo para todos.
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