El Papa Francisco resaltó que el Bautismo del Señor, que la Iglesia celebra este domingo, muestra cómo es realmente la justicia de Dios.
Por Walter Sánchez Silva
Antes del rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, con miles de fieles presentes, el Santo Padre señaló que en el Bautismo que Juan confiere a Jesús en el río Jordán, Cristo le dice: “’Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos toda justicia’. Cumplir toda justicia: ¿Qué quiere decir?”.
El Papa Francisco explicó que “haciendo que Juan le bautice, Jesús nos desvela la justicia de Dios, que Él ha venido a traer al mundo”.
“Muchas veces tenemos una idea limitada de la justicia, y pensamos que significa: el que se equivoca, paga, y así repara el mal que ha hecho. Pero la justicia de Dios, como enseña la Escritura, es mucho más grande: no tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y su regeneración, el hacerlo justo”.
El Santo Padre destacó, además, que “es una justicia que proviene del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, Padre que se conmueve cuando estamos oprimidos por el mal y caemos bajo el peso de los pecados y de las fragilidades”.
“Y entonces comprendemos que, en la orilla del Jordán, Jesús nos revela el sentido de su misión: Él ha venido para llevar a cabo la justicia divina, que es salvar a los pecadores; ha venido para tomar sobre sus hombros el pecado del mundo y descender a las aguas del abismo, de la muerte, con el fin de recuperarnos e impedir que nos ahoguemos”.
El Santo Padre recordó luego lo dicho por Benedicto XVI el 13 de enero de 2008 en una homilía: “Dios ha querido salvarnos yendo Él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado”.
Siguiendo con su reflexión, el Papa Francisco dijo a los presentes que “también nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ejercitar de este modo la justicia en las relaciones con los demás, en la Iglesia, en la sociedad”.
Es decir, “no con la dureza de quien juzga y condena dividiendo las personas en buenas y malas, sino con la misericordia de quien acoge compartiendo las heridas y las fragilidades de las hermanas y de los hermanos para levantarlos”.
“Quisiera decirlo así: no dividiendo, sino compartiendo. No dividir, sino compartir. Hagamos como Jesús: compartamos, llevemos los pesos los unos de los otros, mirémonos con compasión, ayudémonos mutuamente”.
Para concluir, el Santo Padre animó a preguntarse: “¿yo soy una persona que divide o que comparte? No caigamos en el chisme que daña, que mata a la sociedad, que mata la fraternidad”.
“Y ahora recemos a la Virgen, que dio a la luz a Jesús sumergiéndolo en nuestra fragilidad para que recuperásemos la vida”, finalizó.
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