La visita concluyó con un encuentro entre el Papa y el presidente francés Emmanuel Macron, marcando un gesto de respeto mutuo entre la Iglesia y el Estado. Antes de su partida, Francisco firmó el libro de honor del Ayuntamiento de Ajaccio, dejando un mensaje de paz y esperanza para la comunidad corsa.
La isla de Córcega vivió una jornada histórica este domingo 15 de diciembre con la visita del Papa Francisco, quien presidió la clausura del Congreso «La Religiosidad Popular en el Mediterráneo» en Ajaccio. Este 47º Viaje Apostólico Internacional, cargado de gestos simbólicos y encuentros significativos, destacó la importancia del diálogo cultural y religioso en la región mediterránea, una cuna de civilizaciones marcada por la diversidad.
Un inicio entre lo sencillo y lo solemne
Antes de su partida, el Papa Francisco ofreció un gesto conmovedor al compartir un breve momento de oración y despedida con un grupo de personas sin hogar que buscan refugio en los alrededores del Vaticano. Acompañado por el Cardenal Konrad Krajewski, su limosnero, este acto inicial recordó el compromiso del pontífice con los más vulnerables, marcando el tono de una visita centrada en la comunión y el encuentro humano.
El avión que llevó al Santo Padre despegó a primera hora de la mañana desde el aeropuerto de Roma-Fiumicino con destino a Ajaccio, donde aterrizó puntualmente en el aeropuerto Napoléon Bonaparte. Allí, fue recibido por el ministro del Interior de Francia y por jóvenes que le ofrecieron flores en una cálida ceremonia de bienvenida, acompañada de himnos y cantos locales.
Un Congreso para iluminar el Mediterráneo
El Papa se dirigió al Palais des Congrès et des Expositions para la sesión de clausura del Congreso, que reunió a delegados de diversas culturas y religiones desde el 14 de diciembre. En su discurso, el Santo Padre destacó el papel vital de la religiosidad popular como un puente entre las tradiciones y un medio para preservar la espiritualidad en la vida cotidiana de las comunidades mediterráneas.
Hizo un llamado a redescubrir los valores que han dado forma a las civilizaciones a lo largo del Mare Nostrum, promoviendo un diálogo fecundo entre religiones, instituciones políticas y el conocimiento. «La religiosidad popular es la voz del pueblo que, a través de símbolos y gestos sencillos, busca un vínculo con lo divino. Es una luz que ilumina incluso en tiempos de incertidumbre», afirmó.
Encuentros y símbolos de unidad
La visita del Papa también estuvo marcada por momentos de oración y recogimiento. En el Baptistère Saint-Jean, Francisco aspergió a los fieles con agua bendita desde la papamóvil antes de continuar hacia la emblemática estatua de la Madunnuccia, protectora de Ajaccio. Allí, acompañado por dos niños que le ofrecieron un cirio, el pontífice encendió una vela, simbolizando su plegaria por la unidad y la paz.
En la Catedral de Santa María Asunta, Francisco lideró la oración del Ángelus rodeado de obispos, sacerdotes y fieles, mientras un coro local ofrecía cantos solemnes. La ceremonia, rica en simbolismo, subrayó el vínculo espiritual entre el Papa y las comunidades corsas.
Una misa multitudinaria para cerrar la jornada
La tarde estuvo marcada por la celebración de la Santa Misa en la Place d’Austerlitz. Con una asistencia estimada de 15,000 personas, entre fieles presentes y quienes siguieron la liturgia a través de pantallas en diferentes puntos de la ciudad, el Papa destacó la importancia del Adviento como un tiempo de esperanza y preparación espiritual.
En su homilía, el pontífice instó a los presentes a ser «constructores de puentes» en un mundo que enfrenta divisiones, resaltando el papel de la fe como una fuerza transformadora que trasciende fronteras. «La luz de Cristo nos invita a romper con las sombras del egoísmo y a abrirnos a la fraternidad», expresó.
Un legado para el Mediterráneo
La visita concluyó con un encuentro entre el Papa y el presidente francés Emmanuel Macron, marcando un gesto de respeto mutuo entre la Iglesia y el Estado. Antes de su partida, Francisco firmó el libro de honor del Ayuntamiento de Ajaccio, dejando un mensaje de paz y esperanza para la comunidad corsa.
El regreso del Papa a Roma cierra un capítulo más en su misión de tender puentes entre culturas, religiones y naciones. Ajaccio, con su historia mediterránea y su rica tradición espiritual, se convirtió por un día en el epicentro de un mensaje universal: la importancia de construir un futuro basado en el respeto, el diálogo y la fe compartida.
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