El 6 de mayo de 1881, en una posada del pueblo Pan de Azúcar, moría Jacinto Vera, el primer obispo uruguayo. Fue durante uno de sus numerosos viajes misioneros.
Vera nació el 3 de julio de 1813, en plena navegación durante el viaje en el que sus padres, provenientes de las islas Canarias, se trasladaban como inmigrantes al Uruguay.
La suya fue una vida de peregrino; una peregrinación espiritual que incluyó junto a los viajes misioneros, el destierro y la marginación.
A los 19 años, luego de varios ejercicios espirituales, se sintió llamado al sacerdocio. Fue ordenado sacerdote en 1841 luego de realizar sus estudios de teología en el seminario de los jesuitas en Buenos Aires.
De regreso a Uruguay, fue nombrado teniente cura y después párroco de Canelones, a unos 59 km de Montevideo. Sucesivamente, en 1859 fue designado Vicario Apostólico de Montevideo donde se dedicó a la tarea de organizar la Iglesia uruguaya, luego de las luchas por la independencia.
Fue consagrado obispo en 1865, sin embargo recién en 1878 se creó la diócesis de Montevideo de la que Jacinto Vera fue su primer obispo.
Estuvo presente en el Concilio Vaticano I, comenzado en 1870 e interrumpido abruptamente por la invasión y ocupación de Roma por parte del Reino de Italia.
En 1880 se inauguró el primer seminario de Montevideo para la formación de los sacerdotes uruguayos. Vera fue un apóstol del Evangelio recorriendo varias veces el país en sus viajes misioneros.
El proceso canónico para llegar a la declaración de Jacinto Vera como santo tiene todavía varias etapas. Y la declaración de venerable constituye el ingreso a la fase que lleva a la canonización, ya que el Papa autoriza el examen de su causa y considera “heroicas” las virtudes de este sacerdote.
Escribió sobre Vera el diario La Democracia a su muerte: “Fue el padre de todos los desgraciados... Hizo de la caridad una obra viva. Sus bienes eran el patrimonio de los menesterosos. Su palabra era siempre animada y alentadora, y parecía buscar en la intimidad de todo hombre alguna cualidad generosa que pudiese amar, para hacerla destacar a sus propios ojos". “Su vida era de una simplicidad heroica. De una naturaleza tan suave como enérgica, poseía el valor del guerrero con la mansedumbre evangélica".
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