Francisco visita la sede del Ayuntamiento de la capital italiana: «La ciudad es un organismo delicado que necesita cuidado humilde y asiduo, además de valor creativo». Virginia Raggi anuncia la creación de una beca de estudios dedicada a la Laudato si’
«¡No se teman la bondad ni la caridad! Ellas son creativas y generan una sociedad pacífica, capaz de multiplicar sus fuerzas, de afrontar los problemas con seriedad y menos ansiedad, con mayor dignidad y respeto por cada uno y de abrirse a nuevas oportunidades de desarrollo». En un Campidoglio todavía sacudido por arrestos, investigaciones y escándalos de corrupción de los últimos días, la atmósfera es serena mientras el Papa Francisco pronuncia su discurso ante la Administración de la capital italiana.
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«La “Ciudad eterna” es como un enorme cofre de tesoros espirituales, histórico-artísticos e institucionales, y al mismo tiempo es el lugar habitado por cerca de tres millones de personas que aquí trabajan, estudian, rezan, se encuentran y llevan adelante su historia personal y familiar, y que en su conjunto son el honor y el esfuerzo de todo administrador, de todo aquel que trabaje por el bien común de la ciudad», dice el Papa. «Es un organismo delicado, que necesita cuidados humildes y asiduos, además de valor creativo para mantenerse ordenado y vivible, para que tanto esplendor no se degrade y al cúmulo de las glorias pasadas se pueda sumar la contribución de las nuevas generaciones, su específico genio, sus iniciativas, sus buenos proyectos».
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Los aplausos son espontáneos mientras habla el Papa y, en el Aula Giulio Cesare se escuchan en varias ocasiones los bostezos y los grititos de los niños presentes, hijos y nietos de los empleados. Varios niños también están fuera del aula, en la zona de Sixto IV, esperando desde las 8 de la mañana la llegada del Pontífice argentino, cuarto Papa que visita la colina Capitolina en donde nació la ciudad eterna. Francisco llegó en coche hacia las 10.15, con unos 15 minutos de antelación respecto al programa, a pesar de haber visitado la Pontificia Universidad Lateranense, visita no programada, para dirigir sorpresivamente una de las meditaciones de Cuaresma.
Entre la música de los Fieles de Vitorchiano, las banderas al aire y un enorme arreglo de flores con el lema de su Pontificado (“Miserando atque eligendo”), el Papa, bajo una inesperada lluvia primaveril, fue acogido, en compañía del cardenal vicario Angelo De Donatis, fue recibido por la alcaldesa Virginia Raggi, visiblemente emocionada. Lo acompaña después hacia la Sala del Reloj del Palacio Senatorio para que salude a sus familiares. Al entrar el estudio de la alcaldesa, Bergoglio se asomó por unos instantes desde el balcón para admirar el sugerente panorama de la zona de los Foros Imperiales. Intercambia algunas palabras con la primera ciudadana.
La conversación privada se lleva a cabo pocos instantes después. Tras ella sigue el encuentro con el vice-alcalde Luca Bergamo, con los presidentes de los grupos de consejeros y con los dirigentes Capitolinos, a quienes Bergoglio entrega una copia del libro “Replantear el futuro de las relaciones” con sus discursos sobre Europa. El Papa después se traslada a la Sala de las Banderas para saludar a los Asesores capitolinos y a los presidentes de los Municipios y firmar el Libro de Oro Capitolino.
Hombro a hombro, Raggi y Bergoglio entran al Aula Giulio Cesare, tradicional lugar de reunión del consejo del ayuntamiento. Sentado en un sillón de terciopelo rojo, el Papa, con la junta casi completa, escucha el saludo de la alcaldesa, quien insiste en el compromiso para que Roma sea «cada vez más una metrópoli plural y abierta». Después toma él la palabra y, de inmediato, tutea a los que gobiernan la ciudad de la que es obispo y pastor.
A ellos el Papa Francisco recuerda la «peculiar identidad histórica, cultural e institucional de Roma», que también establece que «la Administración capitolina sea capaz de gobernar esta compleja realidad con instrumentos normativos apropiados y una congruente dotación de recursos». «Mucho más decisivo, sin embargo, es que Roma se mantenga a la altura de sus tareas y de su historia, que sepa también en las circunstancias mutadas del presente ser faro de civilización y maestra de acogida, que no pierda la sabiduría que se manifiesta en la capacidad de integrar y hacer que cada uno se sienta plenamente implicado en un destino común».
Precisamente la acogida es uno de los rasgos característicos del alma de Roma que, a lo largo de sus casi 2.800 años de historia, «ha sabido acoger e integrar a diferentes poblaciones y personas provenientes de todo el mundo, pertenecientes a las más variadas categorías sociales y económicas, sin anular sus legítimas diferencias, sin humillar ni aplastar sus respectivas características e identidades». Es más, Roma a prestado a cada una el «humus» para que surgiera «lo mejor de cada una y dar forma –en el recíproco diálogo– a nuevas identidades».
El Papa define la Capital italiana como «polo de atracción» para muchos estudiantes, turistas, peregrinos, prófugos y migrantes provenientes de todas las regiones de Italia y de muchos países del mundo. Bisagra, insiste Bergoglio, «entre el norte continental y el mundo mediterráneo, entre la civilización latina y la civilización germánica, entre las prerrogativas y las potestades reservadas a los poderes civil y las del poder espiritual».
Roma es, efectivamente, el centro del catolicismo, tierra de mártires, empezando por los apóstoles Pedro y Pablo, y meta de cristianos que, recuerda el Papa, «han contribuido a dar a la Urbe un nuevo rostro, que, incluso en la madeja de las alternas vicisitudes históricas, con sus dramas, luces y sombras, resplandece todavía hoy por la riqueza de los monumentos, de las obras de arte, de las iglesias y de los palacios», todo ello dispuesto de manera inimitable en las siete colinas, encabezadas precisamente por la Capitolina.
Todo este bagaje histórico y cultural «obliga al poder temporal y al poder espiritual a dialogar constantemente, a colaborar establemente en el recíproco respeto; y exige también ser creativos, tanto en el entretejer cotidiano de buenas relaciones, como al afrontar los numerosos problemas que la gestión de una herencia tan inmensa lleva necesariamente consigo», subraya el Pontífice.
También recuerda que el Congreso de hace 45 años, que pasó a la historia como el “Congreso sobre los males de Roma”, permitió «afrontar con mayor conciencia las reales condiciones de las periferias urbanas, a las que habían llegado masas de inmigrantes provenientes de otras partes de Italia». Ahora como entonces, las mismas periferias han visto la llegada desde muchos países de «numerosos migrantes que huye de las guerras y de la miseria, quienes tratan de reconstruir su existencia en condiciones de seguridad y de vida digna».
«Roma, ciudad hospitalaria, está llamada a afrontar este desafío histórico siguiendo el surco de su noble historia; está llamada a usar sus energías para acoger e integrar, para transformar las tensiones y problemas en oportunidades de encuentro y de crecimiento», recomienda el Papa. Que también exhorta a no olvidar «los recursos de creatividad y de caridad necesarios para superar los miedos que pueden bloquear las iniciativas y los posibles recorridos» que podrían «hacer que florecer la ciudad, fraternizar y crear ocasiones de desarrollo, tanto cívico y cultural como económico y social».
Para concluir, el Obispo de Roma asegura la ayuda de la Iglesia a la Ciudad y a todos sus habitantes, mediante, principalmente, la red de parroquias, escuelas e instituciones caritativas, y el «amplio y encomiable compromiso» de la red de voluntariado. «La Santa Sede –afirma el Papa– desea colaborar cada vez más y mejor por el bien de la ciudad, al servicio de todos, especialmente de los más pobres y desfavorecidos, para la cultura del encuentro y para una ecología integral».
Al final, después de la bendición y de encomendar a la ciudad a su patrona, la “Salus Populi Romani”, Raggi anunció la creación de una beca de estudios dedicada a la “Laudato si’”, la encíclica “verde” del Papa Francisco. Después se lleva a cabo el intercambio de los regalos: por parte del Papa, un mosaico que reproduce el Coliseo y las medallas del Pontificado. Llueve todavía cuando el Papa se asoma a la Logia del Palacio Senatorio, en donde están reunidos algunos ciudadanos bajo paraguas de colores. «Queridos romanos, ¡buenos días! Como su obispo, normalmente los encuentro en San Pedro, en San Juan o en las parroquias… Hoy me ha sido posible dirigirles la palabra y el saludo desde el Campidoglio, cuna de esta ciudad y corazón latiente de su vida administrativa y civil. ¡Gracias de su presencia y gracias por el afecto que tienen por el Sucesor de Pedro!».
El Pontífice recuerda también a los que «no comparten nuestra fe: para todos es mi cercanía espiritual, mi aliento a ser cada día “artesanos” de fraternidad y de solidaridad». «Como tanta gente en todo el mundo, también ustedes, ciudadanos de Roma, están preocupados por el bienestar y la educación de sus hijos, les importa el futuro del planeta y el tipo de mundo que dejaremos a las futuras generaciones», añade. «Pero hoy, y cada día, quisiera pedirle a cada uno de ustedes, según las propias capacidades, que se cuiden los unos a los otros, que estén cerca los unos de los otros, que se respeten recíprocamente. Así encarnarán en ustedes mismos los valores más bellos de esta Ciudad: una comunidad unida, que vive en armonía, que actúa no solo por la justicia, sino en un espíritu de justicia».
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