Dios ha puesto su mirada en este pequeñísimo barro de este mundo. Mientras somos ciudadanos de esta tierra el compromiso de la fe lo asumimos con nuestra tarea desde la Palabra. Para que permanezca la Palabra, necesitamos como María, guardarla en nuestro corazón y hacerla nuestra.
Hoy somos invitados a hacer memoria agradecida de las gracias que Su Palabra nos ha regalado.
“Y Jesús les hizo esta comparación: «Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca. Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Lucas 21,29-33
María nos enseña un camino de luz que vamos transitando mientras los acontecimientos históricos nos van sorprendiendo. Somos hombres y mujeres de la historia y creemos en el Dios que es Señor de la historia, en donde Él muestra su presencia y nos deja la palabra desde donde nos vamos haciendo peregrinos de la eternidad mientras somos ciudadanos de la tierra. El compromiso de la fe la asumimos en nuestra tarea en el mundo desde la Palabra: “el cielo y la tierra pasarán pero tus palabras no pasarán”.
Para que permanezca la Palabra necesitamos como María, “guardarla en nuestro corazón”. Dios también nos invita a nosotros a hacer memoria, a agradecer, a volver a pasar por el corazón las gracias de la Palabra de Dios que le han dado firmeza a nuestra fe. Dios pareciera que calla, y uno tiende a aferrarse casi desesperadamente a aquellas vivencias en torno suyo. Es importante volver a pasar por el corazón y con afecto aquellos tiempos en donde su presencia fue palpable, y desde ahí descubrir cuánto Dios ha custodiado nuestras vidas, y permanecer ahí con agradecimiento a la espera de nuevas gracias.
María guardaba la Palabra en su corazón
La grandeza de María radica en que cuando no entiende nada no reacciona con susto y angustia sino que toma la actitud propia de los pobres de Dios, llena de paz, paciencia y dulzura. Guarda las palabras de Dios y a ella se consagra.
Es propio del corazón frágil y pobre entrar en sintonía con la Palabra que siempre nos supera con calma. El “hágase” de María no es un momento de su vida sino el comienzo de un modo y un estilo preparado desde antes por Dios. Toda su vida será un “hágase en mí lo que tu has dicho”. Ojalá nosotros también podamos decir como María “que se haga esta palabra en mi vida” que no sea sólo palabra que contenga conocimiento e información, sino desde el corazón con esas palabras cargadas de afecto y promesa.
Este hágase en María que aparece claramente en el momento de la anunciación y que le acompaña en todo tiempo, reconocido por Jesús en Caná de Galilea “hagan todo lo que Él les diga”. Ahí tiene María la certeza que en el cumplimiento de la voluntad de Dios está la salida a todas nuestras penurias. La ausencia del vino en la boda que tiene todo un simbolismo de unión de Dios con su pueblo, aparece María interviniendo con confianza: “Hagan todo lo que Él les diga”. Ella sabe que en la obediencia en el decir de Dios está la salvación y la plenitud, sabiendo que siguiendo su Palabra no hay posibilidad de errar. La madre de Dios es la más elogiada de todas en esa misma expresión donde parece tomar distancia “¿quién es mi Madre y quiénes son mis hermanos?. Los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen son mi madre y mis hermanos”.
En la cruz este misterio de la Palabra llega a su culmen “Mujer, ahí tienes a tus hijos”. María nos engendra con tremendos dolores morales dándonos luz a la vida de Dios. Este hágase en mí, también de Jesús en su “pero que se haga tu voluntad y no la mía”, viene de lo aprendido de María quien lo engendró en la obediencia y la ofrenda qué Él también fue incorporando a su vida.
“Hágase tu voluntad”, que lo podamos decir nosotros también en nuestras vidas. Que lo aceptemos y desde esa nueva voluntad, la de Dios en nuestro propio corazón, nos animemos con Él a dar vuelta la realidad que se nos confía. Cada uno de nosotros encuentra en sus escenarios de trabajo, familia y compromiso comunitario un montón de circunstancias que no son ni las soñadas ni las pensadas pero son los lugares donde Dios nos pide que confiemos más allá de nuestra pobre mirada y nos invita a confiar en Dios que ve más lejos. Desde allí Dios nos invita a decir “que se cumpla en mí lo que has dicho” confiando en su poder que cuando Él lo disponga se va a manifestar en medio nuestro.
Santa Teresita y la Palabra de Dios
En un momento del camino espiritual de Teresita en el Carmelo, encuentra la verdadera luz que va a ser guía y compañía en todo su peregrinar: ni más ni menos que la Palabra de Dios.
Aquí está el centro de la espiritualidad de Teresita, que nos deja en esto una lección. Decía Juan Pablo II en el 75 aniversario del Pontificio Instituto Bíblico de Roma: “La Iglesia siente cada día la necesidad de impregnarse de la Sagrada Escritura para leer allí todo lo que ella es y lo que está llamada a ser. No existe auténtica vida espiritual, eficaz catequesis o actividad pastoral alguna que no exija este retorno constante a los libros sagrados.”
El Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, recomienda insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de la Escritura, “para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo. Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo.” También recomienda de buena gana que nosotros, los creyentes, acudamos al texto bíblico en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios, y en la lectura espiritual: “La Sagrada Escritura ha de ser la base de la formación en cada uno de nosotros.” dice el texto.
Teresita del Niño Jesús entendió esto de una manera vital, existencial y muy gráfica. El corazón seducido de Teresita sacaba su fuerza de la Palabra de Dios. Encontramos una enseñanza bellísima en esta dimensión bíblica del corazón de la pequeña Teresita. Ella no era una estudiosa de la Biblia, puesto que en ese tiempo se estudiaban muy poco las Sagradas Escrituras. En el Convento, en la vida religiosa y en general en la Iglesia, el Antiguo Testamento casi no se leía. En el convento no tenían la Biblia completa. Pero Teresita le pide a su hermana Celina los cuatro Evangelios, con las cartas del Apóstol San Pablo. Cuando los tiene, se los cuelga al cuello. En vez de la cruz, se cuelga la Biblia. Un gesto simbólico muy fuerte. El Papa Francisco, siguiendo el corazón teresiano, nos dice que no perdamos la sana costumbre de llevar con nosotros a todas partes, entre nuestras cosas, un pequeño evangelio que nos acompañe en el camino.
Teresita, la misionera
La Teresita primera, la que fue llevada por el ambiente un tanto enfermo, penitencial, se había puesto una cruz con unos pinches de metal. Ahora ha cambiado: la verdadera oblación está en llevar la Palabra de Dios en lo profundo del corazón. Las hermanas primero dijeron “¡Qué horror!, ¿qué hace con este libro?”. Después les fue gustando y todas terminaron de algún modo con el mismo gesto.
Teresita se cuelga del corazón la Palabra de Dios y es allí donde va a encontrar las respuestas a las cosas importantes. Allí encuentra la respuesta definitiva a su vocación, lo cual no era fácil de discernir porque Teresita quería hacer y ser de todo (carmelita, soldado, misionera, sacerdote…). Pero a la luz de la Palabra decide ser el amor en el corazón de la Iglesia.
Entre los textos más significativos, ella pone de manifiesto el siguiente: Marcos 3-13: “Habiendo subido Jesús a un monte, llamó a los que Él quiso, y ellos acudieron a Él”.
Allí encuentra Teresita el misterio de su vocación: “he aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida y el misterio sobre todo de los privilegios que Jesús ha dispensado en mi alma. Él no llama a los que son dignos, sino a los que quiere.” Y encuentra también, dentro de la dimensión de pequeñez en la que se reconoce lejos de todos los santos, que esos deseos grandes de amor y de santidad están porque Dios así lo quiere.
Y en esa pequeñez Teresita descubre la clave, a la luz de Proverbios 9, 4: “Si alguno es pequeño, que venga a mí.” Cuenta Teresita: “me acerqué por lo tanto, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Continué mis pesquisas y he aquí que hallé: “como una madre acaricia a su hijo, así Yo los consolaré. Los llevaré en mi regazo y los meceré sobre mis rodillas.” Entonces Teresita exclama: “¡Oh, Dios mío, has rebosado mi esperanza y quiero cantar tus misericordias!
Teresita en su Biografía habla de cómo la Palabra de Dios ha venido a dar respuesta a ese peregrinar suyo, dificultoso pero confiado, sostenido y consolado en Dios. “Ésta no es mi vida, son pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado acercarme” -dice Teresita. Me encuentro en una época de mi existencia en que pude echar una mirada sobre el pasado. Mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas externas e internas. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que se ha realizado en mí lo del Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta.” Siempre se me ha mostrado el Señor compasivo y lleno de dulzura, lento a castigar y abundante en misericordia.”
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