Como parte de una breve visita a su país natal, el sacerdote argentino y candidato al Premio Nobel de la Paz, Pbro. Pedro Opeka, brindó una conferencia donde habló de su trayectoria y dio su mirada sobre la realidad argentina.
Todos los adjetivos le quedan chicos. No es humilde. No es sencillo. No es simpático. Es muchísimo más que eso. Tiene la mirada clara del que ha visto mucha oscuridad y se le derrama la esperanza en cada gesto. Camina lento, se lo nota cansado. Pero sigue. En medio de una agenda tan apretada como diversa, él se mueve con la inocencia del que sigue creyendo en los milagros casi sin darse cuenta que él mismo es un milagro. Su obra lo es. Y así lo interpretaron las personas que se movilizaron para verlo de cerca. Muchos dijeron que era como estar en presencia de un santo.
Nació en San Martín, Buenos Aires, Argentina. Trabajó con su padre esloveno en la industria de la construcción. A sus 17 años, leyendo los Evangelios descubrió a un hombre llamado Jesús que lo “convenció” con lo que había hecho, vivido y denunciado: “Esa simplicidad, humildad, coraje y valor que tenía Jesús me convenció y pensé: “A Él, a Este Señor, yo lo quiero imitar’. Estoy tratando de hacerlo desde entonces, relató.
Un 20 de agosto de 1968 partió en barco hacia Madagascar. Pasó allí dos años de misionero como seminarista. Luego regresó a la Argentina y se ordenó sacerdote en la basílica de Luján el 28 de septiembre de 1975. Sus primeros 15 años trascendieron sobre la costa sureste, dentro de la selva tropical en un pueblo llamado Vangaindrano. Entre creaciones de dispensarios para salud, educación y cooperativas de trabajo, el Padre Opeka padeció paludismo y parasitosis. Para tratar las enfermedades, debió viajar a Antananarivo, la capital del país, en donde se instaló hasta la actualidad. “No vi pobreza, ahí conocí la miseria -comentó el sacerdote-. Cuando llegué vi miles y miles de personas que vivían de uno de los basurales más grandes del mundo. Esa noche no dormí y le pedí a Dios que me diera fuerzas para rescatarlos de ahí”.
¿Con qué se encontró en esta visita a la Argentina?
Encontré a la Argentina un poco dividida. Cuando me fui de aquí hace 50 años la Argentina estaba más unida. Había más fraternidad, más amistad. Argentina estaba más unida. Somos el país más sureño de la tierra. Tenemos riquezas materiales, espirituales. Pienso que Argentina tiene todo para ser más feliz a sus ciudadanos. Tenemos que darnos una mano para el bien, no para el mal. Cada persona, desde el lugar que ocupa, tiene que hacer una autocrítica. No todo tiene que ser ganancia. Si hay que ganar, ganaremos. Pero hay que saber compartir. Entender que todos participamos a la construcción de un país. Yo predico con el ejemplo que hay que compartir. Que hay que ser responsables. Que quien no tenga lo mismo que uno pueda tener una vida más humana. Tenemos que ser responsables de los otros. Hay que combatir ese mal que nos invade de querer ser siempre más que el otro. De aparentar ser siempre más vivos y pasar todas las rayas. Se trata de respetarnos. Si queremos vivir juntos tenemos que hacerlo. Yo llamaría a todos mis hermanos a que reflexionemos. Pasamos una sola vez por esta tierra ¿Porqué hacer el mal? ¿Porqué ocuparnos solo de nosotros mismos? Tenemos que pasar con honor. El otro día me dieron una distinción en una Universidad y canté el Himno luego de muchos años. Y en la parte que dice “Juremos con Gloria morir”, pensé en cuántos de los argentinos nos damos cuenta de lo que decimos cuando cantamos el himno. Lo cantamos pero lo olvidamos. En el himno tenemos un buen proyecto de vida.
¿Está al tanto de la situación del basural de Mar del Plata?
Hace un rato tuvimos una reunión con gente comprometida con eso. Una señora me contó que hace años que trabaja ahí, y además va a la escuela por la noche a aprender a leer y escribir. Yo la abracé. María se llama. Hay muchas personas de buena voluntad en Argentina. Hay mucha generosidad y eso tiene que comunicarse. La noticia no tiene que ser siempre aquella que tiene que ver con lo malo. Hay que resaltar las buenas noticias para que otros tomen ese ejemplo. Estoy contento con ese encuentro, aunque no es la misma realidad. No podemos comparar la pobreza de Madagascar que la de Argentina. No es la misma pobreza. Allá en la basura no hay nada. La que llega al basurero fue ya rebuscada dos veces. Allá se vive con dos dólares por día y nadie puede vivir así. Todo es carísimo. Y ese pueblo necesita que se le ayude y todos tenemos una deuda con ellos.Nosotros los blancos. Hay que ayudarlos. Cuando los dirigentes suben y les roban al pueblo, la comunidad internacional debe preguntarles qué hacen. Deben dar explicaciones. Quiénes son los soberanos. Ellos o el pueblo. Soberano es el pueblo. El poder es para ayudar y servir. No para servirse uno.
¿Es verdad que el fútbol lo acercó a la gente?
En ese entonces no había turismo y la presencia de un blanco era notoria. Empecé a jugar fútbol con ellos y metía goles y nos abrazábamos con el equipo, saltábamos unos sobre otros. Tenía 22 años. Con el fútbol yo abría puertas. Que un blanco abrace a un hermano africano porque hizo un gol y que salten y lo festejen juntos era una nueva manera de ver a un blanco. No eran sólo franceses que daban órdenes.
¿Qué opina del rumbo económico del gobierno y el aumento de pobreza en el país?
No conozco la realidad argentina. No quiero dar ideas de algo que no conozco. Allá en Madagascar no hay ninguna noticia de América del Sur. Tengo mucha confianza en que esa pregunta la puedan resolver los que están aquí presentes. Y que el pueblo no esté a favor de las finanzas sino a favor del pueblo. De la gente. Hay que hacer algo por los hermanos. Se están haciendo armas en lugar de escuelas.
¿Cuál es su relación con el Papa Francisco?
En los últimos meses fue muy buena. Parece que me conoce. Y me dijo que fui su alumno. Me vio hace un mes y medio y me dijo: “Pedro cómo te va. Qué lío estás haciendo en Madagascar”. Porque los obispos de Madagascar le han hablado. Dos veces, toda la Conferencia Episcopal dijeron: ·Esto es en serio. Y pasaron dos días con nosotros.
También le dicen La Madre Teresa con Pantalones. El albañil de Dios. El apóstol de la basura. Pero ningún apodo define la complejidad de la simpleza de este hombre que contra todo,
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