Hacia el Sínodo de octubre, pasando por el Encuentro mundial de la Familias en Filadelfia
por Luis Badilla
“Durante el Sínodo los medios de comunicación hicieron su trabajo (…). Pero a menudo la visión de los medios de comunicación contaba un poco con el estilo de las crónicas deportivas, o políticas: se hablaba con frecuencia de dos bandos, pro y contra, conservadores y progresistas, etc. Hoy quisiera contar lo que fue el Sínodo”. El 10 de diciembre de 2014, al día siguiente del primer round del Sínodo sobre la Familia, el Papa Bergoglio se convierte en periodista improvisado y cuenta, en la audiencia del miércoles, cómo fueron realmente las cosas. Es la primera de las 27 catequesis sobre la familia que cubrieron un período de ocho meses y cuyo objetivo era llegar a la XIV Asamblea General Ordinaria del próximo octubre con una reflexión progresiva y amplia sobre el “planeta familia”. Pero eso no es todo.
Las homilías pronunciadas con regularidad por Francisco durante ese tiempo tuvieron el mérito de dejar en claro la profunda reflexión que está realizando la Iglesia para llegar a una pastoral renovada sobre la familia. Y Francisco, con la experiencia del pastor que tiene “olor a oveja”, fue penetrando en cada oportunidad hasta el corazón de muchos temas sensibles: maternidad, paternidad, noviazgo, matrimonio, divorcio, trabajo, ancianos, niños, educación. Desarticuló también, ya desde su primera catequesis, las lecturas que tienden a identificar la realidad sinodal con una especie de “parlamento” de la Iglesia Católica. “Debemos saber que el Sínodo no es un Parlamento”, explica Francisco, sino “un espacio protegido para que el Espíritu Santo pueda obrar”. Esta imagen del espacio protegido indudablemente es muy evocativa, sugiere el modus operandi de la Iglesia católica en la encrucijada de decisiones importantes. Y en efecto, tal es el tema de la familia cristiana, a la que han puesto en crisis tantos factores de tensión, desde la aceleración de los ritmos vitales hasta la carencia de relaciones concretas, desde el desconcierto de los agentes educativos hasta la crisis económica. Todo lo cual hace perder de vista su meta sublime, que es la generación de nuevas vidas inmersas en la luz de Cristo.
Desde Nazareth hasta hoy. El pensamiento del Papa es deductivo, parte del modelo de Nazareth, que es el tema de su segunda catequesis, para observar en transparencia qué es lo que no funciona bien en las familias de hoy y qué puede ayudarnos a hacer coincidir las dos imágenes. Reflexionando sobre los treinta años que transcurrió Jesús en la periférica Nazareth, treinta años de vida normal, de sencilla y bellísima vida familiar, comenta: “Ciertamente, no resulta difícil imaginar cuánto podrían aprender las madres de las atenciones de María hacia ese Hijo. Y cuánto los padres podrían obtener del ejemplo de José, hombre justo, que dedicó su vida a sostener y defender al niño y a su esposa —su familia— en los momentos difíciles. Por no decir cuánto podrían ser alentados los jóvenes por Jesús adolescente para comprender la necesidad y la belleza de cultivar su vocación más profunda y de soñar a lo grande”. A madres, padres e hijos dedica tres catequesis riquísimas. Francisco pasa de las “píldoras” de Teología a los relatos personales, para llegar a decir verdades que en primer lugar son cosas de sentido común. Porque sus palabras nacen del deseo íntimo y profundo de algo que está faltando, que ha sido eliminado o que se está perdiendo. “Una sociedad sin madres –afirma- sería una sociedad inhumana, porque las madres saben siempre dar testimonio, incluso en los peores momentos, con ternura, dedicación y fuerza moral”; “El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida de los padres, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presentes”; “La devaluación social de la alianza estable y fecunda del hombre y de la mujer es ciertamente una pérdida para todos”. También a propósito de los hijos y del problema de la educación, plantea interrogantes urgentes que se hacen cargo de un inquietante vacío abierto a nuestros pies. “La pregunta: ¿cómo educar? ¿Qué tradición tenemos hoy para transmitir a nuestros hijos? Intelectuales «críticos» de todo tipo han acallado a los padres de mil formas, para defender a las jóvenes generaciones de los daños —verdaderos o presuntos— de la educación familiar. La familia ha sido acusada, entre otras cosas, de autoritarismo, favoritismo, conformismo y represión afectiva que genera conflictos. De hecho, se ha abierto una brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela; el pacto educativo hoy está roto.”
Una familia carente de tantas cosas. El tiempo, las relaciones, el trabajo, la ternura. Carencias que pueden nacer de sistemas sociales y económicos centrados en la productividad o de modelos culturales que se apoyan en el individualismo y el aislamiento narcisista. Entonces “la vida se ha alargado: la sociedad, sin embargo, ¡no se ‘ensanchado’ a la vida!”. Francisco piensa en la caída de la tasa de natalidad en los países ricos como un indicador inquietante de “depresión” moral. Y en la otra cara de la moneda, el alarmante desinterés por los ancianos y los enfermos, descartados por el sistema porque no son productivos y requieren tiempo, paciencia y empatía. A las familias heridas la indicación es sencilla: escuchar, guiar, acoger. También a los bautizados divorciados que han construido una nueva convivencia la Iglesia tiene el deber de dar testimonio de “una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad”. Si el matrimonio está en crisis, si las familias están heridas, si los jóvenes, por miedo, optan por la convivencia temporaria, la respuesta se encuentra en la renovada belleza del lazo indisoluble entre el hombre y la mujer en presencia de Dios. “El testimonio de la dignidad social del matrimonio llegará a ser persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae”.
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