Francisco tiene el mundo como responsabilidad y como preocupación. Se ocupa de la situación y los problemas globales, pero sigue con atención todo lo que sucede en Argentina.
Con su estrategia de los gestos y evitando pronunciarse de manera directa ha demostrado que está siempre atento a la realidad de su país. Lo saben los funcionarios del Gobierno que no ocultan su permanente malestar por los dichos y los actitudes de Bergoglio que contradicen al oficialismo. Pero más allá de eso el Papa también atiende las cuestiones estructurales de la Iglesia local. Desde que Jorge Bergoglio fue elegido como máxima autoridad de la Iglesia Católica, el 13 de marzo de 2013, el episcopado argentino registró cambios importantes en su conformación debido a la intervención directa del Papa. En la actualidad son 40 los obispos argentinos cuyas designaciones pasaron por la firma de Francisco, sobre un total de 83 que tienen responsabilidades directas como titulares de jurisdicciones eclesiásticas o auxiliares de las mismas.
En la Iglesia Católica el procedimiento para la designación de los obispos suele recorrer un camino de consultas internas. Primero son los mismos obispos quienes sugieren candidatos para los cargos y eventualmente también se recaban opiniones de los sacerdotes. No así de la feligresía. Pero los nombres se elevan al Vaticano, a la Congregación para los Obispos y a la Secretaría de Estado, organismos encargados de elevar las propuestas al Papa. Habitualmente el pontífice sigue las recomendaciones de sus asesores porque no conoce directamente los antecedentes de los postulados. No sucede así en el caso de Argentina. Bergoglio tiene conocimiento personal o recibe referencias directas de los candidatos y está en condiciones de tomar decisiones de acuerdo a su propio criterio.
El episcopado católico argentino se ha caracterizado por su conservadurismo, algo que quedó especialmente de manifiesto durante la última dictadura militar, pero que ha sido un rasgo extendido en el tiempo. En ello no solo influyó el perfil propio de la Iglesia local, sino la estrecha relación de la jerarquía con los diferentes gobiernos y con actores políticos conservadores en el país. Y más de una vez cuando desde la iglesia local se propusieron a Roma nombres de posibles obispos que no conformaban al poder político de turno la relación entre el Vaticano y los distintos gobiernos hizo que tales designaciones no se concretaran. Siendo arzobispo de Buenos Aires y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina el propio Jorge Bergoglio vio como sus candidatos a obispos eran desestimados por el cardenal Angelo Sodano, entonces Secretario de Estado. Sodano era amigo y estaba asociado en negocios con
Esteban “Cacho” Caselli, ex Secretario de Culto y embajador en el Vaticano durante el gobierno de Carlos Menem. Tuvo estrecha vinculación con la curia romana desde antes de asumir esas funciones y su influencia se extendió mucho tiempo después de terminadas las mismas.
Desde que asumió el pontificado Bergoglio postuló la idea de los “obispos con olor a oveja” para significar que quería ministros cercanos a los pobres. Francisco nombró como obispos a sacerdotes que venían desarrollando sus actividades en barrios populares como Gustavo Carrara (auxiliar de Buenos Aires) y Jorge García Cuerva, actualmente a cargo del obispado de Ríos Gallegos. Pero también bajaron significativamente las edades de los nuevos obispos en un episcopado cuyo promedio de edad era antes muy elevado. Carrara, nombrado en 2017, cumplirá 46 años el próximo 24 de mayo, es el más joven de los obispos. Sus colegas Marcelo Margni (auxiliar de Quilmes) nació en 1971 y Gustavo Montini (Santo Tomé) en 1970. El mencionado García Cuerva, Roberto Alvarez (auxiliar de Comodoro Rivadavia), Dante Braida (nuevo obispo de La Rioja) y Gabriel Mestre (Mar del Plata) nacieron en 1968. Todos ellos fueron nombrados obispos por Francisco.
En la lista de las designaciones del actual Papa también se ubica Gustavo Zanchetta, renunciante obispo de Orán, hoy sometido a juicio por abusos sexuales e irregularidades económicas por el propio Vaticano. En este caso Francisco no solo lo hizo obispo, sino que después de su renuncia a Orán aludiendo motivos de salud, lo designó asesor de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, cargo del que ahora fue removido mientras se adelantan las investigaciones. En el Vaticano dicen que no tenían información sobre estas denuncias antes de la elección de Zanchetta como obispo.
Otro de los nombramientos de Bergoglio que ha originado críticas desde dentro y desde fuera de la Iglesia, fue la designación de Santiago Olivera como obispo castrense, quien recibió también muestras de repudio por sus pronunciamientos en favor de represores condenados y hoy detenidos por delitos de lesa humanidad y por su afiliación a la “teoría de los dos demonios”.
Pero Bergoglio no solo tuvo intervención directa en las designaciones episcopales, sino también moviendo el tablero para ubicar en sitios de la mayor relevancia a figuras de su confianza. Apenas 25 días después de asumir su función el Papa hizo arzobispo al sacerdote Víctor Manuel Fernández a quien, cuando era arzobispo porteño, había nombrado como rector de la Universidad Católica Argentina. Fernández es uno de los más reconocidos teólogos argentinos y en la Iglesia latinoamericana y ha sido y sigue siendo una fuente de permanente consulta del Papa. Hoy Fernández es arzobispo de La Plata, una de las sedes episcopales más importantes del país, donde reemplazó el año pasado nada menos que a Héctor Aguer, un militante de las causas ultraconservadoras y adversario de Bergoglio en la interna eclesiástica. En Buenos Aires y para ocupar el lugar que él mismo dejó vacante, Bergoglio nombró e hizo cardenal a Mario Poli, un obispo de bajo perfil pero de su absoluta confianza. En Mendoza, una arquidiócesis también estratégica pero de perfil muy conservador y afectada por denuncias de abusos sexuales, asumió a fines del año pasado el obispo Marcelo Colombo, proveniente de La Rioja. Se trata de otro obispo con fuerte compromiso social, muy cercano al Papa y que en su anterior destino llevó adelante la tarea de promover, con el apoyo de Francisco, la beatificación del obispo mártir riojano Enrique Angelelli.
Otro capítulo en la estrategia trazada por Bergoglio para cambiarle la cara al episcopado argentino tiene que ver con los cargos en la Conferencia Episcopal. Los nombramientos en ese cuerpo se hacen por votación democrática de los obispos reunidos en asamblea. Pero no menos cierto es que previo a la votación hay consultas, diálogos y también mensajes que van y vienen a Roma, por lo menos con este Papa en funciones. Pocos dudan de que Oscar Ojea, obispo de San Isidro, era el candidato señalado por Bergoglio para asumir la presidencia del episcopado después de dos periodos (2011-2017) de José María Arancedo, un hombre sin iniciativas, temeroso en sus acciones y de perfil conservador. Ojea, que antes fue presidente de Caritas, asumió en noviembre de 2017 y desde entonces se mostró dispuesto al diálogo con todos los actores de la sociedad, con organismos defensores de los derechos humanos, con los gremios, los dirigentes políticos y sociales. Es un hombre preocupado por los problemas de la sociedad más allá de los intereses estrictamente eclesiásticos. Habla permanentemente con Bergoglio y es un firme defensor del estilo pastoral del Papa. La Comisión Ejecutiva se completa con un equipo de incondicionales del Papa, aunque con diferentes perfiles: Mario Poli, Marcelo Colombo y el secretario general Carlos Malfa. Todos tienen diálogo directo con Francisco.
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