Ariel Torrado Mosconi, de Nueve de Julio, visitó la capital ucraniana donde mantuvo un encuentro con el arzobispo mayor greco-católico Sviatoslav Schevchuk. Abogó por la paz y aseguró que se puede hacer mucho por esta "martirizada" nación europea.
Luego de su paso por Portugal, donde visitó el santuario de Nuestra Señora de Fátima, y de participar de unos días de reflexión e intercambio con obispos de distintas partes del mundo en la ciudad portuguesa de Sintra, el obispo de Nueve de Julio, monseñor Ariel Torrado Mosconi partió hacia Varsovia, donde se encontró con el embajador ucraniano en Polonia, que le ofreció una insignia como signo de amistad con Ucrania y hablaron sobre la dolorosa situación que atraviesa la región.
Desde allí, el obispo partió hacia Ucrania, donde colaboró con la ayuda humanitaria en el paso fronterizo de Medyka, para luego dirigirse a Kiev, donde mantuvo un encuentro con el arzobispo mayor Greco Católico Ucraniano, Sviatoslav Schevchuk, quien formó parte de la Conferencia Episcopal Argentina. Durante la reunión, monseñor Torrado Mosconi renovó el compromiso, acompañamiento y oración de la Iglesia argentina en este momento de dolor a causa de la guerra.
Desde Kiev, el obispo de Nueve de Julio compartió con AICA una reflexión titulada “Todos hermanos, más allá de las distancias geográficas o culturales”. En sus palabras, observó: “Bien cabría la pregunta ¿qué hace un obispo argentino visitando Ucrania en medio de la guerra?”
Y explicó: “Por diversas circunstancias, la Divina Providencia me ha permitido tener una relación muy estrecha con Polonia. Varios sacerdotes polacos colaboran en la diócesis de Nueve de Julio, algunos desde hace muchos años, habiendo gastado sus vidas sirviendo al pueblo de Dios que peregrina en estas pampas bonaerenses. Pero además, el vínculo con mi diócesis fue acrecentándose en estos años por varios proyectos de intercambio y ayuda que estamos llevando adelante”.
“En los últimos meses la situación de la guerra llevó a un fuerte compromiso de Polonia con el pueblo ucraniano, recibiendo a más de tres millones de refugiados. Ellos me invitaron a acompañarlos en una misión de ayuda humanitaria a las zonas más afectadas de Ucrania. Su invitación era para mostrar cómo la realidad ‘sacrílega’ de la guerra no solo afecta a los países vecinos sino al mundo entero. La asociación que me invitó se llama ‘All brothers’ y muestra que, tal como nos enseña el papa Francisco en Fratelli tutti, todos debemos sabernos y sentirnos hermanos, no importan las distancias geográficas ni culturales”, detalló.
“Por las responsabilidades en mi diócesis la visita será por muy pocos días, apenas lo suficiente como para tener una experiencia directa de la realidad del sufrimiento de la gente y poder hacer un gesto simbólico de cercanía y solidaridad con las víctimas de la guerra”, aclaró el prelado.
En referencia a su encuentro con monseñor Schevchuk, relató: “He tenido la ocasión de visitar y estrechar un abrazo fraterno al arzobispo mayor de la Iglesia Greco Católica Sviatoslav Shevchuk, que fue miembro de nuestra Conferencia Episcopal Argentina, quien me manifestó su consuelo y gratitud al sentir la cercanía de todos los obispos argentinos con su ayuda y oración. Me transmitió lo importante que es la palabra de acompañamiento de los pastores para los fieles ucranianos que forman parte de la Iglesia católica que son una minoría en el país ante una gran mayoría de cristianos ortodoxos”.
“He podido recorrer en las periferias de Kiev las zonas más afectadas y contemplar de manera directa la destrucción que produce la barbarie de la guerra. Tal como dice el Papa "la gente común paga en su piel la locura de la guerra", consideró. “Valoro sobre todo haber tenido la posibilidad de tomar contacto personal con algunas víctimas y orar con ellas. Llevo grabado en mi memoria tantos rostros de niños y ancianos marcados por el sufrimiento y la crueldad de la guerra”, lamentó.
“He podido experimentar en carne propia la zozobra e inquietud que se vive cuando el sueño de la noche es interrumpido por las sirenas de las alarmas. Lo triste que es ver las esquinas y las entradas de cada pueblo con trincheras y protecciones ante la amenaza del ingreso de los tanques de guerra. El silencio que se produce en las ciudades después del toque de queda”.
“Los trastornos y consecuencias que puede dejar la guerra en todos los afectados son siempre imprevisibles. Recemos para ‘que los enemigos vuelvan a la amistad, el perdón venza el odio y la indulgencia a la venganza’”, exhortó el obispo.
Finalmente, consideró que “también nosotros desde la Argentina podemos hacer mucho por la ‘martirizada Ucrania’ a través de nuestra oración, cercanía espiritual y ayuda solidaria. Pero además tenemos que vivirlo como una oportunidad para educar para la paz en nuestro país. Insistir en la importancia del diálogo para la solución de los conflictos y desterrar de nuestros niños y jóvenes la cobarde tentación de la violencia. Recordar las palabras del papa Francisco que ‘hace falta más valor para la paz que para hacer la guerra’”, animó.
“Todos somos hermanos y la violencia fratricida, presente desde el origen de la humanidad, ha regado la tierra de sangre inocente que sigue clamando a Dios por la paz y la justicia. Ojalá que sepamos escuchar el llamado del papa Francisco a sabernos y reconocernos todos hermanos”, anheló.
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