El cardenal George Pell murió inopinadamente el 10 de enero, diez días después de Joseph Ratzinger. Pero tuvo tiempo de escribir una valoración teológica sobre su obra, que ha publicado póstumamente Il Timone en su número de febrero, como parte de un especial sobre el Papa alemán en el que participan, junto a otros colaboradores, siete cardenales además del fallecido: Angelo Bagnasco, Willem Eijk, Gerhard Müller, Mauro Piacenza, Camillo Ruini, Robert Sarah y Matteo Zuppi.
Un testigo auténtico: teología, liturgia y martirio
Ningún Papa en la historia ha publicado una teología tan elevada sobre tanta variedad de argumentos como el Papa Benedicto XVI.
Otros Papas han hecho contribuciones importantes al desarrollo de la doctrina, como León Magno en el concilio de Calcedonia, o el Papa Juan Pablo II, sobre todo con las dos encíclicas morales Veritatis Splendor y Evangelium Vitae, en las que Joseph Ratzinger, en calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo un papel significativo.
Cuando yo era seminarista en Roma durante el Concilio, Joseph Ratzinger, como peritus, no era muy conocido en mi círculo, ni era considerado especialmente radical. En el mundo anglosajón se dio a conocer sobre todo después de las convulsiones del mayo del 68.
A mediados de los años 60, antes de la crisis del 68, Ratzinger escribió: "Si la Iglesia se adaptara al mundo de cualquier modo que comporte un alejamiento de la cruz, esto no llevaría a una renovación de la Iglesia, sino solo a su muerte". Mientras algunos de los opositores de Ratzinger han cambiado, su marco teológico básico ha permanecido inalterado, sin ningún cambio de ruta, también después del 68. Sus cambios de postura más importantes atañen a la liturgia y la eclesiología.
El tomismo
La actitud de Ratzinger respecto al tomismo se puede considerar opuesta al descrito como tomismo leonino o barroco, que floreció en muchos seminarios antes del Concilio, y también en su oposición a Suárez.
Ciertamente, la mayor parte de los manuales escolásticos escritos en latín que se estudiaban en filosofía en los años 60 en Australia eran áridos, obsoletos, impersonales y mecanicistas.
Fue precisamente ese impersonalismo el que empujó al joven Karol Wojtyla a escribir una tesis sobre el personalismo de Max Scheler y sobre la sensibilidad hacia la experiencia humana en su fenomenología. Casi todos los seminaristas de los años 60 compartían al unísono el escepticismo de Ratzinger respecto al tomismo de los manuales.
Una entrevista de EWTN al cardenal Pell tras la muerte de Benedicto XVI.
Sin embargo, no hay que interpretar su escepticismo de manera tan exasperada, porque Ratzinger, como la mayoría de los católicos, es deudor de Santo Tomás por miles de motivos, sobre todo en el campo de la moral, y no es hostil al tomismo clásico en general o al propio Aquinate.
Relación con el santo de Hipona
Se puede considerar que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI tomó de San Agustín su concepción de la centralidad del amor (como demuestra su primera encíclica Deus caritas est) y el vínculo fundamental con la verdad; la convicción de que la fe no puede estar radicalmente separada de la razón; y su devoción de la belleza trascendental en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, la liturgia.
Hay quien ha querido contraponer el tomista Juan Pablo II al agustino Benedicto. Se trata de personalidades distintas, con dotes y formaciones diferentes.
Juan Pablo II procedía de una Iglesia que luchó contra el nazismo y el comunismo y que vio a ambos bajarse del escenario de la historia. Estudiaba derecho en la universidad, estuvo obligado a los trabajos forzados, era un líder nato y un poeta, un actor y un optimista. La filosofía y la espiritualidad fueron sus estudios de doctorado.
También el papa Benedicto creció en la fuerza comunitaria de la Baviera católica, pero los católicos alemanes no pudieron impedir el ascenso al poder de Hitler y compartieron los desastres que este causó a su pueblo.
Benedicto es un hombre de honda espiritualidad, de una genuina amabilidad y de una enorme cultura que se desarrolló a través de una vida dedicada al estudio y la escritura. Y sin embargo, la colaboración entre el papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger ha sido una de las más brillantes y eficaces de la historia de los Papas y de la Iglesia, pues ambos supieron dialogar con el mundo del saber y se enfrentaron a la cultura de la muerte.
La liturgia y el testimonio
Mucho antes del Concilio, el joven Ratzinger mostró interés en la reforma litúrgica. Muchos se sorprendieron de lo francos y provocadores que fueron sus comentarios sobre algunos aspectos de los desarrollos litúrgicos posconciliares.
Considera que algunas liturgias contemporáneas son formas de apostasía, similares a la adoración del becerro de oro por parte de los judíos. En su opinión, el santo sacrificio de la misa es un acto de culto, no una comida en compañía, por lo que reducir la eucaristía a una exaltación de la comunidad local es una alteración radical de las prioridades obligadas. La verdadera renovación litúrgica ha sido obstaculizada por fuerzas burocráticas filisteas o secularistas.
De cualquier manera, sé que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI nunca habría enfatizado mucho la importancia de una determinada teología en la producción de la vitalidad católica, porque en el fondo estaba en línea con el poema Stanislaw, de Juan Pablo II, en el que podemos leer: "Si la palabra no convierte, la sangre lo hará".
Ratzinger siempre indicó que nuestro ideal debe ser el mártir, el testimonio: una vida que coincida con la verdad.
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