El obispo de San Isidro y presidente de la CEA ratificó la inoportunidad de un debate sobre un tema tan delicado en plena crisis sociosanitaria. Lo hizo en una entrevista con Perfil.
"Tenemos que buscar el modo en que la política pueda dirigir la economía", expresó el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Vicente Ojea, en una entrevista para el diario Perfil realizada por Jorge Fontevecchia.
En la conversación con el cofundador del periódico, el prelado sanisidrense habló de temas de actualidad, sobre todo del tema del aborto, del papa Francisco e hizo hincapié en la doctrina social de la Iglesia.
Asimismo, lamentó que en los argentinos haya un gen autodestructivo que no les permite disfrutar de la obra de su compatriota el pontífice.
—Hace un tiempo usted dijo que era muy bueno que en la Argentina no existiera un partido católico. ¿Es la particularidad de la política argentina comparada con otros países católicos?
—Es muy importante en este momento que no haya partido católico. Como dice el Papa en la encíclica, Fratelli tutti, la política dejó de ser un debate de ideas para convertirse en un escenario de violencia, de destrucción del adversario. El rescate de la política por parte de los católicos debería ser ir hacia un debate de ideas, hacia el respeto mutuo, incluso dentro de los mismos católicos. Hay que aprender o reaprender todo este tema complejo del diálogo. Volver a escucharnos, incluso los que compartimos la misma fe.
—¿Qué grado de similitud hay entre el peronismo y la doctrina social de la Iglesia?
—La doctrina social de la Iglesia nace ante un tema de la sociedad industrial y la explotación del trabajador. En primer lugar, cala muy hondo en los sectores del pueblo trabajador. El peronismo tomó y explicitó en su doctrina elementos precisamente de la doctrina social de la Iglesia. Me gustaría que la doctrina social hubiera sido más profundizada. Esto puede crear una cantidad de prejuicios que se dan mucho en la Argentina de hoy. Ante el mínimo prejuicio no se lee, porque hemos formado sectas mediáticas por afinidades. Directamente al otro no lo leo porque pienso que llega envenenado. Perdimos un esencial estupor frente al pensamiento, que tiene que ver con la escucha. Es muy importante que el Papa haya sacado esta encíclica, que es la síntesis de su pensamiento social. Una invitación renovada a repensar cosas que se han dicho muchas veces y que tienen muchísimo tiempo en la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo, la función social de la propiedad privada, la destinación común de los bienes.
—En una de sus reflexiones, casualmente sobre la pandemia, utilizó el término “relaciones diabólicas” y mencionó en su etimología griega que “diábolos” significa dividir, separar, desunir, destruir. ¿La grieta y la polarización serían una diabolización de las relaciones políticas?
—Pienso que sí. Fíjese en la Argentina. Da la impresión de que tenemos una especie de gen autodestructivo. Tenemos un ídolo popular que dio una alegría enorme a los argentinos. Disfrutamos de un campeonato mundial que quedó en el recuerdo de muchos y pasó a las generaciones siguientes. Pero no podemos hacerle un homenaje, porque enseguida se divide la comunicación. También se divide cierto tipo de gesto. Y todo vuelve a ser división y polémica. Ni siquiera cuando tenemos la oportunidad de decirle gracias a ese ídolo por todo lo que dio. Daría la sensación de que tenemos algo divisivo que está conspirando para que no podamos entendernos. Es bastante extraño y singular.
—¿La cultura del encuentro de la que habla Francisco en “Fratelli tutti” sería la vacuna antigrieta?
—Pienso que la cultura del encuentro abriría un proceso para sanar heridas. Nuestra patria nace de una división también. No resolvimos divisiones muy profundas desde los unitarios y federales. Heredamos eso. La cultura del encuentro sería la apertura de un proceso que nos permita ponernos en sanación. Cuando hay encuentro verdadero uno puede preguntarse si hay algo que no terminó de escuchar bien del otro. Algo para volver a escuchar.
—Usted dice “ser pueblo es un trabajo arduo a través del diálogo y del encuentro y ser pueblo es eso: es un proceso de diálogo, de amalgamamiento para convertir una suma de personas en pueblo”. ¿La polarización es la negación de un pueblo? ¿Es lo que lleva a que no haya pueblo, sino meramente sociedad?
—El concepto de “pueblo” es muy resistido en el momento actual. Decimos “la gente”, no hablamos de “pueblo”. Nosotros lo tomamos de la teología. El Papa también. En el Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia es definida como pueblo, pueblo de Dios. Una idea es tomada de un texto de San Cipriano, un padre de la Iglesia del siglo IV. Dice que “la Iglesia es un pueblo unido, pero no por cualquier unidad sino por la unidad de la Trinidad”. La Trinidad es dinamismo y es relación. La Trinidad es Dios que sale de sí mismo continuamente y vuelve a recibirse; Padre, Hijo y Espíritu Santo. El pueblo se ancla en esta vida trinitaria. Reproduce las relaciones culturales, sociales. En la medida que esas relaciones crecen, se articula un proyecto. Un líder político sería el que interpreta o intenta dar cauce a ese proyecto, y el populismo sería el que utiliza eso para beneficio personal, para perpetuarse en el poder. A partir de la comprensión de este pueblo de Dios que es la Iglesia, esta se encarna en todos los pueblos de la Tierra. La Iglesia pueblo se encarna en todos los pueblos de la Tierra. La polarización atenta contra este camino del pueblo hacia un destino, hacia un proyecto.
—¿Es algo análogo a lo que sucede con el cuerpo físico y el alma metafísica? El cuerpo y la sociedad estarían caracterizados por lo material; mientras pueblo y alma serían entidades ontológicas.
—De alguna manera sí. Reproducimos en nosotros ese tipo de diálogo o relaciones. También se puede hablar del alma de los pueblos como algo muy profundo. El Santo Padre también utiliza ese concepto cuando se pregunta qué nos va a decir el Señor al fin de los tiempos. La pregunta es dónde está tu hermano; la pregunta bíblica. “¿Dónde está tu hermano?” es la pregunta a Caín una vez que mató a su hermano. Caín dice “no sé”. Primero miente. Pero el tema no es la mentira, sino lo que dice después: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”. Lo hace como negándole a Dios la potestad de poder hacer esa pregunta sobre el cuidado y sobre la responsabilidad. Esta pregunta la utiliza el Papa para decir “yo creo que el alma de los pueblos, superando toda anestesia de la conciencia, responderá que sí”. Es algo que en este tiempo de pandemia planteó en una de sus homilías.
—Usted también planteaba la Iglesia al servicio del diálogo y en 2001 su predecesor en San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, tuvo una muy activa participación en el aporte que hizo la Iglesia en su momento como pacificadora en la crisis 2001/2002. ¿Tendrá la Iglesia ese rol en la pospandemia?
—Sí, pero no de la misma manera. No convocando, sino acudiendo a una convocatoria. Colaborando para que los sectores puedan dialogar. Tiene que haber una base para un consenso, pero esta base está más allá. Se encuentra antes que nosotros y estará después de nosotros. Es necesario un reconocimiento de todos. El Papa plantea el tema de la dignidad humana como base. Pero esto debe ser una convicción anterior al diálogo. Por eso es muy importante que el diálogo esté asentado en el pueblo, que tenga una aceptación del pueblo. Si no, se convierte en un diálogo de elites. La palabra “acuerdo” está muy bastardeada, el pueblo sospecha que se puede estar haciendo algo oscuro. Es muy importante esta referencia y este consenso. Tiene que ser necesariamente por convicción y no por algo pactado. Tiene que ser más profundo. La Iglesia puede ayudar en este sentido. Está dispuesta a hacerlo.
—¿Qué representa que el nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, sea católico?
—El presidente tuvo expresiones que tienen que ver con nuestra doctrina. Es algo que saludo. El respeto por los tratados sobre el cuidado del planeta tiene una importancia enorme, sobre todo después de la encíclica Laudato si'. Su postura en el tema de las migraciones nos parece clave en este momento. El Santo Padre promueve el tema de las migraciones, la acogida, la promoción, la integración, la protección del migrante; la riqueza que trae la cultura. Es un modo de estar abiertos al diálogo, la caridad y la amistad sociales. Cuando se trata de un político católico prefiero determinar qué cosas estamos diciendo que se vinculan a la fe católica.
—¿Pero lo entusiasma?
—Me entusiasma. También me entusiasma haber terminado un ciclo en el que cada declaración del Presidente era algo que se daba de bruces con el diálogo y el entendimiento.
—Usted y también el Papa dicen que los subsidios no pueden ser permanentes, que las personas necesitan integrarse al sistema productivo no solamente en términos materiales sino también existenciales. Mauricio Macri los aumentó en cantidad. Hay quienes piensan que la perpetuación de los subsidios paradójicamente es una política neoliberal. Mantener a una cantidad de personas fuera del sistema de producción de manera permanente.
—El anterior gobierno quiso llevar adelante una contención social. Tuvimos mucho vínculo con el Ministerio de Desarrollo Social del gobierno anterior. Era necesario. Veíamos que, si no, íbamos al caos. Si los movimientos populares no hubieran contenido esa realidad, hubiéramos tenido problemas serios. En medio de eso se hizo el relevamiento de los barrios populares, un ejemplo de diálogo entre el Ministerio de Desarrollo Social, la Jefatura de Gabinete en una primera instancia, y los movimientos populares. Para ello se llamó a Un Techo Para Mi País y a Cáritas. Fuimos testigos de un diálogo difícil. Había posturas diferentes. A cada rato uno podía levantarse de la mesa. Incluso hubo momentos en los se cortó, pero se pudo hacer un relevamiento de los barrios populares, establecer un domicilio legal. Fue una enorme conquista para la gente que vive en villas de emergencia y se adquirió el derecho formal a los servicios. Todo esto fue un paso grande, a mi modo de ver, que se realizó en el anterior gobierno. Si bien la urgencia hace necesario a un subsidio, la meta tiene que estar en dar trabajo genuino. Allí las personas pueden desarrollarse y sentir pertenencia. En la encíclica Fratelli tutti, cuando el Papa habla de la mejor política en el capítulo quinto, cómo incidir en un proceso de creación de trabajo es parte de la responsabilidad del político. Tanto como ocuparse por los últimos en primer lugar. Es un llamado a concebir la política como un ocuparse por los últimos, como incluir.
—Dijo que “la Iglesia rechaza distintas formas económicas, pero no rechaza el capitalismo sino su absolutización; que en lugar de un medio se convierta en fin, que sea el único regulador social. La economía se dedica a los medios y la política a los fines”. ¿Hay algún país que haya conseguido ese objetivo?
—El tema del capitalismo es mundial. No creo que haya países donde se haya logrado esta sujeción plena de la economía a la política. El Papa está detrás de provocar un pensamiento para humanizar el capitalismo, establecer una normatividad ética en el sistema financiero internacional. Invitarnos a pensar que de este modo no se puede continuar. La pandemia demostró la necesaria interdependencia de todos nosotros. Estamos frente a una situación que atacó e interesó a todos. Se ve con claridad la concentración impresionante de riqueza en un porcentaje mínimo de personas dentro de la humanidad. Junto con el Santo Padre proponemos una instancia de reflexión para detenerse y pensar. El mercado no puede regularlo todo. Es imposible, ya dio muestras de su fracaso. No puede constituirse en regulador o no puede ser lo que se autorregule. Pero el Estado no puede resolver todo. No podemos ser estadocéntricos. Tenemos que buscar el modo en que la política pueda dirigir la economía. Cuando digo la política digo los intereses de todos. Y la posibilidad de que todos puedan estar incluidos, sentarse a una misma mesa y que la política pueda interpretar sus sentimientos.
—¿Los países que funcionan mejor son los que tienen menor concentración de riqueza en pocas manos, lo que normalmente mide el coeficiente de Gini sobre la distribución de la renta?
—Es uno de los elementos. Habría que ver el grado de participación de todos los bienes comunes. Hay muchos tipos de bienes, no solamente los económicos. Pero me parece que sí.
—¿Cómo se puede encontrar el equilibrio entre alentar el aumento de la generación de riqueza y la igualdad?
—En una comunidad cada uno puede desarrollar aquello que le es propio. El científico, la ciencia; lo mismo aquel que tiene que ver con la economía, el desarrollo de la economía. Deberíamos vernos como capacitadores para que cada uno pueda aportar sus talentos, yo creo que el mundo pierde muchísimo de su riqueza al estar tantos impedidos de aportar los talentos, los talentos propios. Recuerdo una parroquia cerca de donde estamos haciendo esta entrevista. Teníamos un hogar de hombres en situación de calle. Una señora me dijo que había un huésped que era un artista. Había un lugarcito para pintar. La señora me propuso después de la misa de la tarde exponer las obras de este muchacho que había podido encontrar en un clima de mayor paz y bien comido y bien dormido la posibilidad de desarrollar este talento. Vendió tres cuadros, y pudo salir de la calle. No teníamos un porcentaje alto de salida; era una población compleja. Si cada uno en una comunidad puede aportar su talento, si podemos vivir la solidaridad con la subsidiaridad, ese trabajo es de abajo para arriba y de arriba para abajo, encontraríamos un equilibrio y aprenderíamos mucho más unos de otros. Si no, estamos condenados a que una elite sea la que tome decisiones y el pueblo esté como rehén.
—¿Hay un grado de desigualdad que podría ser moralmente aceptable si genera mayor riqueza para la suma de la sociedad?
—Creo que no. Por lo menos tiene que estar abierta la posibilidad para que aquel que esté lejos pueda acercarse. Somos diferentes y tenemos que aprender a convivir con la diferencia y aceptarla. Pero debemos tener las oportunidades de igualdad que exige la dignidad de la persona. No por haber nacido en un lugar o por tener limitaciones una persona no tiene derecho a una vida digna.
—El capitalismo plantea desigualdades. Quiero interpretar si la mirada a la economía a la que usted adscribe acepta algún grado de desigualdad en la medida en que sea en beneficio de la suma del total de la sociedad.
—Naturalmente siempre hay algún grado de desigualdad entre los seres humanos.
—Cuando el Papa decía “hagan lío”, ¿podríamos decir que Greta Thunberg, por ejemplo, la líder ecologista, sería una buena representante de esa forma de hacer lío que termine siendo positiva para la sociedad?
—Sí. Pero tiene que haber más líos; es un modo de hacer pensar, de hacer tomar conciencia. Debemos tener la apertura de reconocer lo que está haciendo ella antes que encontrarle defectos o carencias o los límites que puede tener.
—¿Y el “lío” que hace Juan Grabois también es positivo?
—Sí. Me parece que hace pensar. Me parece que hace sus planteos con honestidad. Puedo estar de acuerdo o en desacuerdo, pero me da la impresión de que es un modo de hacer lío, de hacer pensar, aunque podemos compartir o no estar de acuerdo.
—Monseñor, usted fue ordenado obispo en la Catedral por el cardenal en ese momento, Jorge Bergoglio, pero también estaba el obispo de La Plata, hoy emérito, Héctor Aguer, que ideológicamente representan posiciones distintas dentro de la Iglesia. ¿Cómo logra usted conjugar esas dos posiciones en su ordenación?
—Con Héctor Aguer somos compañeros. Estudiamos juntos en el seminario, hay una estima generacional. El cardenal Bergoglio me había llamado al Episcopado. Así que le pedí a Héctor Aguer. No me costó nada porque pienso que las relaciones entre las personas son lo más importante, más allá de las diferencias.
—¿De dónde proviene su interés por la etimología?
—Creo que por haber estudiado latín en el seminario. Ayuda a entender algunas cosas. Hoy estaba viendo el tema de la hospitalidad, un tema muy profundo que nosotros hemos perdido culturalmente.
—Emmanuel Levinas es filósofo de la hospitalidad también.
—El término host se emparienta con la raíz “host”, que es enemigo. En ese idioma, anfitrión y forastero es lo mismo. El que recibe y el que es recibido se nombran con la misma palabra: hospes (N. de la R.: de donde viene huésped). Pero enemigo, que es hostes, se convierte en hospes. La hospitalidad significa la lucha por hacer del enemigo un amigo. Algo que está en la raíz de la palabra.
—Usted utilizó la etimología para llegar a la cura por la palabra. El psicoanálisis de Freud plantea exactamente lo mismo. Lo no dicho, lo que no se puede poner en palabras, se convierte en trauma y plantea el psicoanálisis como un sistema de cura por la palabra. ¿Qué relación encuentra entre psicoanalizarse y confesarse?
—Una cosa es psicoanálisis como teoría, otra cosa psicoanálisis como técnica o práctica. El descubrimiento del inconsciente es algo trascendente en la historia. Ahora se han superado algunas cosas, hay distintas escuelas y demás. Pero el trabajo terapéutico siempre es importante. Aquellas personas que acceden pueden recibir grandes bienes, tanto a través de la terapia psicoanalítica como a través de otras que coinciden en esto de la cura por la palabra. Pero aquellos que no pueden acceder, por ejemplo, los miembros de los hogares de Cristo que están saliendo de las adicciones en concreto, también se van curando a través de la palabra, hablando de sus problemas, sacando a la luz sus problemas. Es la comunidad misma la que recibe a través de sus manifestaciones esta posibilidad de sanarse mutuamente. Contamos también con las relaciones de amistad, a las que necesariamente nos gusta volcarnos. Necesitamos volcarnos, expresarnos. Cuando vamos saliendo de nosotros mismos encontramos este bálsamo o esta situación de serenidad de estar mejor y de sentirnos mejor. La técnica es buena aplicada a una cura en la que no se puede tener acceso al psicoanálisis. Soy testigo de que eso camina bien.
—¿Se psicoanalizó alguna vez?
—Sí. Tenía 28 años. Hice psicoanálisis dos años. Me hizo mucho bien en ese momento de mi vida sacerdotal.
—Aguer tiene una preocupación particular por la filosofía.
—Sí. Era muy estudioso.
—¿Cómo funcionó la filosofía como herramienta de conocimiento en su tarea sacerdotal?
—No tuve la concentración de mi compañero de estudios, pero reconozco que puede haber influido. Fui feliz leyendo a Martin Heidegger, por ejemplo, intentando entenderlo. También a través de la escolástica, que es el primer camino que nos enseñaron en el seminario.
—Platón decía que el alma no es algo dado, que uno se la tiene que ganar. ¿Le gusta esa idea?
—Hay algo cuando nacemos, a través del primer contacto con nuestros padres. A través de nuestra primera salida del desamparo, porque todos nacemos llorando. Es un shock nacer. Es estar solo, fuera de ese ambiente cálido en el seno materno. El primer sentido que se desarrolla es la escucha. En el momento en que se corta el cordón umbilical somos expulsados de algún modo, arrojados a la existencia. La experiencia de quien nos lleva al pecho o de quien nos habla, las palabras cariñosas que recibimos en ese momento, conforman una experiencia de vida en la que el alma ya está, pero al mismo tiempo sobre esa alma se van acopiando experiencias que tienen que ver con el desamparo en este caso y con el cuidado también.
—¿Sigue en contacto con monseñor Aguer?
—Ahora hace un tiempo que no lo veo. Durante estos años tuvimos contacto.
—¿Y cuál es su contacto, independientemente de que no sea físico, con el papa Francisco? ¿Con qué frecuencia se comunica con él?
—Viajo a Roma una vez al año, el año pasado viajé dos veces porque estuve en el Sínodo de la Amazonia. Frente a algún tema puntual recibo alguna llamada telefónica.
—No es un contacto muy estrecho.
—Es estrecho en el sentido del afecto y de la comunión con él. Me gustaría que fuera mucho más estrecho.
—A aquella persona que usted conoció cuando era obispo auxiliar, ¿se la imaginó en algún momento como Papa?
—Nunca. Viví una sorpresa enorme cuando fue elegido papa. Fue una alegría muy grande. Voy a contarlo. Hicimos sonar las campanas en la Catedral de San Isidro. Realmente estaba muy contento. Sabía de su capacidad, pero no lo esperaba. Para nada. Había estado con él hacía 15 días. Hablamos. Me contó de la parroquia donde iba a ir a confesar, de su retiro. Entonces, me impactó mucho. Fue tan impresionante para mí que esa misma noche soñé que un cardenal vestido de rojo me decía que no era verdad. Soñé que era mentira. Le escribí. Me contestó, cerca de mayo. Se divirtió bastante con el relato de mi sueño.
—¿Y esa persona con la que usted estaba trabajando codo a codo es distinta a esta?
—En mi caso personal no. Hay continuidad. Pudo desplegar una cantidad de cosas que acá no. Pero es la misma persona.
—En Buenos Aires tenía un ceño más adusto. En Roma se lo ve más frecuentemente con una sonrisa.
—Fue obispo auxiliar tres años. Le puedo decir que nos reíamos bastante. Al interior tenía cosas muy divertidas. Le encantaba inaugurar una reunión con un chiste. Quizá hacia afuera se sentiría más exigido. Yo no veía un gesto adusto. Percibo una continuidad. El Jorge que traté siendo mi obispo es el mismo que ahora es papa. Y mi vínculo ha sido continuo.
—¿Ideológicamente también es el mismo?
—Sí.
—¿El cambio de escala no modifica su mirada ideológica?
—Basta mirar sus intervenciones en la Jornada de Pastoral Social o en las Jornadas para Educación. Es interesante rastrear sus homilías y sus intervenciones durante el tiempo que fue arzobispo de Buenos Aires. Uno de los enormes problemas que hay con el Papa es que no lo leemos. No percibimos los detalles. Por ejemplo, el rosario que regala o la persona que recibe. Vivimos al Papa como una especie de sujeto de la prensa del corazón. Lo que en España es prensa del corazón aquí se llama prensa amarilla. En nuestro país se esmeriló la figura del Papa. Escucho a veces radio y las cosas que dicen sobre él me parecen realmente increíbles. Es una lástima.
—¿Si uno lo leyera vería que el Papa decía lo mismo cuando era cardenal u obispo?
—Sí.
—¿Podrá ser que la incidencia de su palabra cuando no era papa era mucho menor y entonces hoy irrita más?
—Puede ser. Es interesante. Ahora está amplificado su lugar. Los argentinos tenemos que permitirle ser papa. Es permitirle a un argentino hacer mucho por la unidad. Evitar el autoboicot, que aparezca ese gen autodestructivo del que hablaba. Ese gen que nos impide disfrutar de una personalidad argentina que está haciendo un papel maravilloso en el mundo.
—En un reportaje como este Valdés contó cómo conoció al Papa y tenía que ver con que era el barrio Mujica, la villa que está frente a Retiro. En la época de Menem existía la posibilidad de erradicarla. Valdés cuenta que Bergoglio en ese momento llamó a la hermana del padre Mujica para proponerle llevar a la Villa 31 una especie de santuario y declararla santuario, de manera que nunca pudiera ser removida. ¿El objetivo del Papa era que se mantuviese así una suerte de foto para que todos los días las personas de clase media y vida acomodada vieran la Villa 31 como una herida que necesita ser curada?
—Cuando era arzobispo decía que había que santuarizar las parroquias. El tema del santuario está muy arraigado en él. Se vincula a la religiosidad popular. Les dio nueva vida a santuarios, por ejemplo el San Nicolás de Bari en Barrio Norte. Les dio mucha importancia a santuarios como San Cayetano, como San Pantaleón, después San Expedito. Era remarcar la necesidad del pueblo sobre lo religioso y brindárselo del mejor modo. No conocía lo que usted cuenta. Pero tiene que ver con hacer que un lugar, con la presencia de una persona querida que entregó su vida de una manera martirial, pueda ser un sitio de aproximación de mucha gente de este barrio. Se vincula más con el pensamiento religioso. Aprovechar todo lugar que resulte convocante.
—Dijo que en San Isidro la parroquia más visitada es la de La Cava y que los pobres terminan siendo objeto de visita. Me tocó vivir en Brasil, y uno de los tours principales en Río de Janeiro es la visita a Rocinha, la favela más grande del país. También en la Villa 31 antes de la pandemia había visitas para turistas.
—En San Isidro se ubica una villa, que no es muy grande. Tendrá 2.700 familias. Pero está en un pozo. La densidad de la población es enorme. Cuando llueve la vida es imposible. Esto en un marco de un partido que tiene un poder adquisitivo importante. Hubo muchas intervenciones en la villa, motivadas por la buena voluntad y por diversas ONG. Hubo planes de vivienda que fracasaron. Es una villa muy observada por el otro sector. A veces se hicieron intervenciones no del todo armónicas para la gente.
—Una suerte de folclorización de la pobreza.
—Claro. Los lugares con una vida muy pobre y con carencias no deben ser visitados como una curiosidad.
—¿El aborto puede ser un tema de ruptura entre el actual gobierno y la Iglesia? ¿Puede tener consecuencias en el apoyo que le brinda el Gobierno a la Iglesia y la Iglesia al Gobierno?
—El aborto es un tema muy delicado. Desde el primer momento en que asumió el Presidente, cuando el ministro de Salud Ginés González García hizo las declaraciones sobre el protocolo, vimos al Presidente y discutimos el tema. Conocíamos su pensamiento antes de ser candidato. Siempre que pudimos le manifestamos nuestro profundo desacuerdo, más en este momento donde no es prioridad el tema. Está a la vista lo que pensamos. En este y en todos los gobiernos vemos cuáles son las medidas que se proponen. Así es como damos nuestra opinión. No hacemos distinciones: hay gobiernos que proponen distintas salidas que tienen que ver con la organización de la sociedad. Y nosotros tomamos posición.
—¿No es oportuno por la pandemia?
—Vivimos una crisis en la política de salud pública. Con todos los problemas de la salud pública en nuestro país, proponer el aborto en este contexto es una locura.
—Algunos señalan que el presidente Alberto Fernández volvió a poner el tema en la agenda pública justo en el momento en que su gobierno hizo un leve giro hacia la derecha a cierta ortodoxia fiscal para equilibrar políticamente. ¿Hay oportunismo político?
—No lo sé. Sabíamos que lo iba a presentar, pero no conozco su intencionalidad.
—¿Cuál sería su mensaje final para la pospandemia?
—Estamos ante una oportunidad. Toda crisis es oportunidad. Nos toca y nos ha tocado a todos. Es importante saber que no vamos a volver a una normalidad, porque con más desocupación y con más pobreza no es normalidad. Debemos buscar los medios para encontrar espacios de fraternidad, espacios donde quienes pensamos distinto, quienes somos distintos o quienes hemos tenido una educación distinta, sensibilidades distintas, culturas distintas, podamos hacer el humilde ejercicio de encontrarnos para ver qué salida le vemos a cada cosa. Cuando hablaba del diálogo, san Pablo VI decía que había que ser claro. Uno no puede traicionarse a sí mismo. En segundo lugar, decía que había que ser afable, como recoge también el papa Francisco en la encíclica. No usar epítetos humillantes, descalificadores. Hay que ser confiado. Creer que puede haber una posible modificación a partir de la escucha. Comprender por qué el otro o la otra me dicen esto o salen con esto. Finalmente, se necesita prudencia, porque hay que ponerse en el lugar de otro. Tenemos que darnos el permiso para poder soñar juntos, como dice el Papa. El papa Francisco habla mucho de sueños. Soñar implica rescatar mucho del pasado. Como el buen samaritano frente al caído, hay que entender que los tiempos que vamos a vivir serán sumamente desafiantes. Hay que decirle no al miedo, no a la parálisis, no a encerrarse en el aislamiento. Pensamos con el papa Benedicto que la fe nos saca del aislamiento y nos da una familia. Esa dimensión de la fe tenemos que vivirla, porque si no no somos cristianos de verdad.+
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