En el sexto domingo del tiempo ordinario, la liturgia nos muestra a Jesús que a través de un esquema de contraposición define la relación entre el Evangelio y el modo en que era interpretado y vivido en el Antiguo Testamento. Así lo recuerda Mons. Miguel Cabrejos en su reflexión dominical.
El presidente del Celam explica que situaciones como el homicidio, el adulterio, el divorcio, los juramentos, la ley del Talión y el amor al prójimo; son temas que se confrontan en el relato evangélico. Los cuatro primeros aparecen en forma de antítesis, pero siempre invitando a volver al Evangelio de Mateo para reconocer que el paso de Cristo por el mundo sanó toda enfermedad, toda dolencia.
Una interpretación literal
Jesús nos ofrece una declaración paradójica “No piensen que yo he venido para abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir sino a dar cumplimiento. En verdad les digo que no pasará ni una coma o un signo de la ley sin que todo se haya cumplido,” se lee en la palabra Santa; frente a lo que Mons. Cabrejos indica que Jesús reconoce en el Antiguo Testamento la palabra de Dios, aún en los detalles sencillos, lo que puede cuestionarnos sobre las razones que justifican esta polémica en la que Jesús establece el contraste entre el pasado y el presente con la frase “han oído ustedes que se dijo a los antiguos… Pero yo les digo…”
Al respecto, el presidente de la Conferencia Episcopal peruana advierte que la respuesta no se encuentra en el Antiguo testamento, sino en una interpretación reductiva de los escribas y fariseos, conocidos por su deseo de mostrar a los demás altos niveles de espiritualidad. Jesús, aparece atacando las expresiones de degeneración, una condena peligrosa que se siente de manera latente en el judaísmo, pero que termina por corroer al fiel cristiano.
Actitud que, en palabras del obispo peruano, nace de una lectura literal y legalista de la Palabra de Dios, lo que explica con ejemplos, porque si el mandamiento dice “no matarás» sería suficiente con evitar el homicidio. Si en la ley la solicitud habla de no cometer adulterio, sería suficiente con no tener relaciones con mujeres comprometidas, esto también puede aplicarse al divorcio o el perjurio, si de adherirse a las leyes se refiere.
Romper esquemas
No obstante, el arzobispo de Trujillo nos muestra que Jesús en un espíritu de autenticidad, rompe este esquema y nos invita a pensar en el riesgo de contentarnos con la confesión de lo usual, lo habitual, aquello a lo que estamos acostumbrados. Mientras que Jesús, va más allá porque muestra con su radicalidad que los mandamientos «son solo signos esenciales de una actitud interior total que debe envolver todas las decisiones cotidianas».
«No se es justo solo con algunas acciones extremas o en algunas horas del día, sino si se es siempre y totalmente consagrado al servicio del prójimo respetándolo y ayudándolo» insiste Mons. Cabrejos; así como solo se puede hablar de fidelidad dentro del matrimonio, si existe una consagración total al amor en una plena dimensión, más allá del tiempo.
A los ojos de Jesús explica el prelado, el amor matrimonial se debe vivir con plenitud y radicalidad, no como si fuese una aventura o una experiencia transitoria y superficial. “Solo hay honestidad si se es siempre y totalmente consagrado a la verdad, aún en las cosas pequeñas,» porque como se dice en la vida cotidiana «el verdadero amor es el que despierta el alma,» llena e impulsa a la transformación. De esta forma podemos entender el sentido que ese «llevar a plenitud» que Cristo anuncia y según el cual ha venido a dar cumplimiento.
Adhesión plena
Para Monseñor Cabrejos esta postura transforma por completo la religión porque pasa de «la observancia de un código, de una observancia de normas circunscritas a una adhesión total de la conciencia y la existencia».
Los rabinos del Antiguo Testamento hablaban de 613 preceptos de la ley, de ellos 248, correspondían al número de huesos del cuerpo y 365 a los días del año. Para Jesucristo el mandamiento es uno solo y logra abrazar todas nuestras acciones e instantes de la vida.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo”. Por eso, San Agustín señalaría después «ama y haz lo que quieras,» frase con la que el prelado cierra su análisis de la Sagrada Escritura.
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