«Cada Eucaristía debe ser un Emaús» afirma Mons. Miguel Cabrejos en su comentario sobre la liturgia del Tercer Domingo de Pascua que asegura tiene al centro una de las más extraordinarias páginas del Evangelio de San Lucas
Estamos en camino
Uno de los episodios de la Palabra Santa, que se ha convertido en un gran símbolo litúrgico de la Eucaristía, la música y la literatura; pues mucho se ha escrito sobre Emaús. La exhortación del prelado es a escuchar su palabra y participar en la Eucaristía, porque solo así podremos “reconocerlo” y decirle: “Quédate con nosotros Señor, porque se hace tarde”.
De acuerdo con el relato evangélico nos hallamos ante dos de los discípulos que estaban en camino hacia una aldea llamada Emaús. Mientras discutían, Jesús en persona se acercó y caminó con ellos. Pero sus ojos eran incapaces de reconocerlo. Entonces Él les dijo: ¡necios y duros de corazón para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo soportase todo eso para entrar en su gloria?.
Y empezando por Moisés y todos los profetas, les explicó todo sobre lo que aparece sobre Él en las Escrituras. En Emaús, Él entró para quedarse con ellos. Cuando se puso a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio. Fue cuando abrieron sus ojos y lo reconocieron, pero El desapareció de su vista.
Un encuentro inesperado
Al respecto, el presidente del Celam indica que este encuentro con el Cristo resucitado es presentado por San Lucas como un escenario en cuatro actos. En un primer momento entran en escena dos discípulos, Cleofás y otro seguidor desconocido de Cristo «ellos van de camino, discutiendo, con el rostro triste,” imagen que según el prelado es un «retrato vivo de la crisis de fe, de la desilusión, una discusión vana que busca llenar un vacío, que con el paso del tiempo se hace más angustioso. No obstante, de repente se enciende una pequeña luz: aparece otro hombre con quien hablar.
En segundo lugar, está el discípulo que tiende a la incredulidad, pronunciando aquella famosa frase: “Aquel Cristo, en el que se había esperado había sido “un hombre poderoso en palabras y obras” fue al final un fracaso porque “nuestros sacerdotes y nuestros jefes lo crucificaron,” incluso suscitó una ilusión de mujeres que “vinieron a decirnos que tuvieron una visión de ángeles”.
Situación que en palabras del presidente de la Conferencia Episcopal peruana da paso al tercer acto, con la figura del extraño que haciendo un viaje por la sagrada escritura al ritmo de los pasos hacia Emaús, lo que nos vuelve a proponer el Credo cristiano. Palabras ante las que el corazón de los dos discípulos vuelve a “arder”. Si bien el obispo peruano asegura que aquí aún no hay una evidencia de fe, es preciso revivir los sentimientos de aquel día en el que habían oído hablar por primera vez de Jesús de Nazaret.
Compartir la experiencia
Podemos decir entonces que aquí se alcanza la meta geográfica o espacial de Emaús; pero solo hasta el cuarto acto se obtiene la meta espiritual. «San Lucas nos muestra que los gestos de una cena en una casa modesta reemplaza los gestos de otra cena, aquella que recordamos en la última tarde terrena del Cristo,» agrega.
Así al tomar el pan, pronunciar la bendición, partirlo y entregarlo a los discípulos, todo cambia porque es «ante el pan eucarístico partido cuando sus ojos se abrieron y lo reconocieron» lo que en la Biblia entendemos como el verbo de la fe.
Si bien la chispa había comenzado a arder durante el viaje, Mons. Cabrejos nos explica que ahora es como si fuese un incendio «ellos no pueden tener cerrada su casa y en su conciencia la experiencia vivida. Por eso “parten sin demora” con el propósito de anunciar en Jerusalén su alegría.
Recibirlo y reconocerlo
Para el arzobispo de Trujillo se trata de una estupenda narración evangélica, «la historia de un viaje espiritual a través de las calles desoladas de la duda, en medio de la tierra oscura de la crisis de fe». En este sentido la invitación del prelado es a descubrir en el relato de San Lucas dos acciones fundamentales. La primera explica comenzó con Moisés y los profetas a quienes les explicó todo lo que de aparecía Él en las Escrituras” y en segundo lugar porque él tomó el pan, lo partió y se los dio.
Aquí podemos descubrir que hay una palabra y un pan de Jesús. Dos signos que hoy hacen posible la experiencia de Cleofás y su compañero. «Cristo resucitado celebró aquel día y celebra hoy la liturgia de la Palabra y de la Eucaristía».
Así Mons. Cabrejos recuerda que cada uno de nosotros puede ser protagonista de este evento porque, «Cristo pasa continuamente por nuestros caminos llamando a nuestras puertas» y de nosotros depende saberlo “recibir” y “reconocer,” porque en aquel discípulo anónimo de Emaús, el compañero de Cleofás, podemos identificarnos todos, en realidad todos somos viajeros perpetuos de aquel camino simbólico.
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El Emaús espiritual
De hecho, el obispo peruano explica que es significativo que los estudiosos no se hayan puesto de acuerdo sobre la identificación geográfica de la aldea de Emaús, porque de acuerdo con la versión original del versículo 3 se habla de una localización de 60 estadios o aproximadamente 7 millas, mientras que otro código antiguo habla de 160 estadios o 18 millas, propuestas y conjeturas que frente a su ubicación se han multiplicado a lo largo de la historia.
Pero más allá del Emaús topográfico debe estar el Emaús espiritual, en el que cada semana al llegar el domingo buscamos cuando escuchamos a Cristo que nos habla a través de su Palabra y nos la gracia de partir con él su pan, para reconocerlo en la fe y el amor.
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