En el segundo domingo del tiempo ordinario el Evangelio sitúa como protagonista al precursor, el que prepara el camino del salvador, Juan el Bautista nos muestra a Jesús y Mons. Miguel Cabrejos nos recuerda que debemos disponer el corazón para recibirlo, sus palabras son como flechas dirigidas hacia un objetivo, como una señal que nos orienta hacia otra meta, mucho más grande. «Esa meta es Cristo. Aquel que se ofrece libremente a sí mismo para quitar del mundo el pecado y reconducir a Dios a todos sus hermanos en la carne,» afirma.
El presidente del Celam indica que, con sus frases Juan el Bautista perfila el rostro de Cristo como aquel que borra el pecado de la incredulidad y del odio del mundo. Aquel que nos precede en el tiempo, el cordero de Dios que recibe la misión de entregarse por amor, sobre quien desciende el Espíritu Santo y de aquello de lo que daremos testimonio como creyentes. “Cristo es, por excelencia, aquel que libera de toda esclavitud, es aquel que perdona,» indica.
El cordero y la paloma
Al respecto el prelado nos invita a elegir dos símbolos que se destacan en este pasaje evangélico: el cordero y la paloma. El primero de ellos, apreciado por el arte cristiano y la piedad popular en esta oportunidad nos lleva a liberarnos de las representaciones que lo relacionan con la mansedumbre para dar paso al de la víctima. «La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del Cordero que quita el pecado del mundo, lo que termina por devolverle al hombre la comunión con Dios,» asegura.
Reconociendo que en el lenguaje bíblico las referencias al cordero son mucho más complejas y cargadas de significados, el también presidente del episcopado peruano explica algunas de ellas, como la noche egipcia cuando Israel marchaba hacia a libertad, entonces el cordero era el animal cuyos huesos no debían ser quebrados.
Aquí era «el emblema de un ser grandioso, el de la liberación política y espiritual, exterior e interior,» insiste.
Por ello, explica Mons. Cabrejos, Jesús fue condenado a muerte a medio día durante la vigilia de Pascua, el momento en el que los sacerdotes comenzaban a sacrificar los corderos para esta fiesta. «San Juan nos presenta al Cristo traspasado en el costado y con las piernas no rotas como el cordero de la Pascua».
Siervo ungido
Mencionando otra referencia bíblica sobre el cordero, el prelado cita el cuarto cántico del Siervo del Señor que aparece en el capítulo 53 del libro del profeta Isaías, la figura mesiánica del siervo y el camino que conduce a Jesús a su pasión y muerte. Él va rumbo a su destino «como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante sus esquiladores,” recuerda.
Igualmente, el arzobispo de Trujillo evoca el libro del Apocalipsis en donde al final de la historia se muestra al «cordero victorioso que habría destruido las potencias del mal, del pecado y de la injusticia».
Por otra parte, habla del segundo símbolo latente en el relato evangélico, la paloma que para los evangelistas es símbolo del Espíritu Santo y que en palabras del obispo peruano es una «alusión al Espíritu de Dios que aleteaba sobre las aguas del caos, presente en el libro del Génesis».
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Testigos enviados
Así como sucede en el libro del profeta Oseas y en el salmo 6, por lo que se puede decir que «el cordero del perdón de los pecados y la paloma de la Iglesia se encuentran en Cristo» porque en torno al Cristo que se sumerge en las aguas del río Jordán también se reúne el Israel de Dios, es decir, la comunidad de creyentes que de él obtiene el Espíritu de Dios.
Sobre él desciende el Espíritu lo unge y envía, para que cada uno de nosotros dé testimonio sobre el paso de ese Hijo de Dios por nuestra vida.
Dios no nos hace jueces, nos llama a ser testigos para convertir nuestra vida en ese testimonio que implica coherencia entre aquello que vivimos y lo que manifestamos como producto de nuestra experiencia directa con Él. Una estrecha relación entre el ver, hablar y escuchar a Dios para ser testigos con nuestra propia vida.
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