En el segundo domingo de la Cuaresma, el Evangelio de Mateo nos muestra la manifestación del Señor a los tres apóstoles que había elegido: Pedro, Santiago y Juan. Sobre ellos hizo resplandecer su rostro que se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve.
El episodio de la Sagrada Escritura trata de alejar de los corazones de los discípulos el doloroso momento de la cruz para revelarles el esplendor de una dignidad escondida comenta Mons. Miguel Cabrejos.
Recordando que el monte Tabor estaba situado en la planicie de Galilea, el presidente del Celam afirma que de acuerdo con la tradición cristiana, este es el lugar de la gran revelación de Jesús, su metamorfosis o transfiguración, de hecho el nombre del monte significa puro, transparente y limpio.
Signos en la Palabra
Un relato evangélico en el que se presentan dos signos de gran importancia según advierte Mons. Cabrejos. En primer lugar esta la voz Divina que nos dice: «Este es mi hijo predilecto, escuchadle y en segundo término aparece la luz que envuelve toda la escena de la transfiguración.
La voz que nos conduce a Cristo, la luz que nos transforma en él, señala el presidente de la Conferencia Episcopal peruana, podemos entenderla como la voz que se expresa en la Biblia y la luz que nos envuelve a través de la fe, la gracia y los sacramentos. «La voz nos indica el camino de la vida. La luz inaugura el nuevo día de la salvación,» indica.
La transfiguración ha de ser para nosotros según Mons. Cabrejos, el signo de la acción de la gracia que transforma nuestra fragilidad, nuestra carne y debilidad, porque como aparece en la segunda carta del apóstol Pedro
“esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él, en la montaña sagrada». Así, tenemos más confirmada la palabra profética, por lo que se refuerza la necesidad de prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero amanezca en nuestros corazones”.
El centro de nuestra fe
Refiriéndose a los signos presentes en el Evangelio de la transfiguración, el arzobispo de Trujillo explica que esta voz resuena en tres momentos como secuencia al interior de la existencia terrena de Cristo.
En primer lugar aparece al inicio en el Bautismo en el río Jordán “Este es mi hijo amado en quien me complazco”. (Mt 3, 17) Luego, a la mitad del camino terreno de Jesús y al final de su vida pública en la cruz, cuando aparece el centurión para proclamar el verdadero secreto de Jesús: “Verdaderamente este era el Hijo de Dios,” momentos que aparecen descritos en el Evangelio de Mateo.
Estas palabras, advierte el obispo peruano, se escuchan en el Credo, un acto de fe en el que Dios nos revela el amor a Jesucristo y la Iglesia que profesa.
«Al centro de nuestra Fe, de nuestra liturgia, de nuestra espiritualidad, debe brillar sobre todos y sobre todo la persona de Jesús,» indica Mons. Cabrejos y la persona de Jesús debe opacar todas las devociones, el rostro de Cristo debe confundir la degeneración de las sectas y debe alejarnos de la oscuridad de las supersticiones».
En segundo lugar, está el signo de la luz que envuelve a Jesús y a los discípulos; al respecto el prelado advierte que el texto griego de los Evangelios relaciona la palabra transfiguración con el término metamorfosis, para indicar la íntima transformación que revela la realidad misteriosa de Cristo y nuestro destino como «Hijos de la luz,» así como el mismo Señor ha dicho “entonces los justos brillarán como el sol en el reino de Dios,” lo que el apóstol Pablo corrobora en su Evangelio «Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan la gloria que un día se nos descubrirá. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria».
Finalmente el prelado señala que los evangelios no narran imaginaciones o fantasías de los discípulos, esto habría sido algo totalmente insensato.
Le puede interesar: Mons. Edson Damián: «Con los indígenas he aprendido a vivir con sobriedad, con lo estrictamente necesario»
Más allá de las palabras
Al respecto Mons. Cabrejos explica que un testimonio hecho de solo palabras no tiene mucho peso, incluso puede ser considerado falso, pero cuando, «el sufrimiento y la vida misma se convierte en testimonio, entonces hay otros elementos trascendentes que considerar».
El testimonio de los apóstoles con Jesús habla de su propia vida, porque él está vivo. Las experiencias de su vida fortalecen la fe de quien lo siente vivo. «Dios ha respondido. Dios tiene el poder sobre el mundo, nuestra vida, y más allá de nuestra muerte,» afirma Mons. Cabrejos al ratificar que Él tiene el poder que se traduce en bondad, otorgando la vida verdadera. Los apóstoles lo sabían y no solo como una simple teoría, señala el obispo, sino que lo llevaban grabado en su alma como percepción viviente; por eso estaban llenos de alegría.
La liturgia de la Iglesia quiere conducirnos a recibir esta alegría. Y la recibimos en la medida en que también nosotros, tengamos la certeza de que Cristo vive, de que ha resucitado verdaderamente.
Comentá la nota