“Que la Ascensión del Señor al cielo nos lleve a anunciarlo y llevarlo a los demás; vayamos y anunciemos; somos enviados, hablemos de Cristo, demos testimonio de Él y hagamos más creíble la Iglesia del Señor Resucitado”, expresó el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, en el programa radial “Compartiendo el Evangelio”.
“Que la Ascensión del Señor al cielo nos lleve a anunciarlo a los demás, llevarlo a los demás; vayamos y anunciemos; somos enviados, hablemos de Cristo, demos testimonio de Él y hagamos más creíble la Iglesia del Señor Resucitado”, expresó el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, en el programa radial “Compartiendo el Evangelio”, el domingo último al comentar la fiesta de la Ascensión del Señor que se celebró ese día.
“La experiencia de la Pascua es, fundamentalmente, la crucifixión de Cristo, su muerte y su Resurrección”, agregó. “Cristo ha sido enviado por el Padre a cumplir con la misión que Él le encargó. Permanentemente Jesús decía “Yo vengo a hacer la voluntad del Padre y no la mía.” Cristo con su entrega es la obediencia al Padre; en el Huerto de los Olivos, sabiendo lo que le iba a pasar, dice San Lucas que “transpiraba gotas de sangre”: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz pero que no sea mi voluntad sino la tuya”.
Cristo -que pasó por la crucifixión y la muerte- una vez resucitado asciende al Padre y el Padre lo glorifica; ya cumplió con su misión y con el Padre envía al Espíritu Santo; el Espíritu Santo viene a recordarnos y actualizarnos todo lo que el Señor hizo en la vida; por eso el Espíritu Santo nos ilumina, da sentido, da vigor, ¡da vida a todo: a nosotros, a los sacramentos!, ¡da vida en la consagración cuando el sacerdote, por la Palabras de Cristo y el Espíritu Santo, transforma el pan en el Cuerpo del Señor y el vino en la Sangre de Cristo!, ¡da vida cuando el sacerdote nos bautiza, nos confirma en nombre del Obispo, nos perdona los pecados!
Por eso dice Jesús: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”; pide que lo conozcan, que sean bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la Santísima Trinidad; que vivan en la verdad y no en la ignorancia; que vivan en la vida y no en la superficialidad. Y nos dice algo extraordinario: “Y Yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo.”
Lo eterno ya está presente en nuestra vida; nuestro tiempo ha sido santificado, eternizado, tiene una fuerza y un color de lo absoluto, de lo eterno. De allí que cada cosa que uno realice en su Nombre, no tiene un gusto efímero, pasajero, no; todo lo que hagamos en su Nombre tiene un toque de eternidad. El amor, el servicio, la entrega, un consejo, una palabra, el ánimo.+
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