El arzobispo de Mendoza recordó que los mandamientos se resumen "en el mandamiento del amor", y destacó los problemas que se ahorrarían en la sociedad con el método de la corrección fraterna.
Monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza, presidió la Eucaristía desde la parroquia Santa Ana, de la localidad mendocina de Guaymallén, donde reflexionó sobre las lecturas del día e hizo hincapié en algunos temas “importantes” como la corrección fraterna, a la que consideró "esa llamada de atención que hacemos; siempre fundada, siempre correspondiéndose con la realidad de las cosas, con respecto, a aquellos que obran el mal”.
El arzobispo mendocino explicó que en la primera lectura Dios le recuerda a Ezequiel que el profeta “tiene un lugar de custodia de la Verdad, de custodia de la obra de Dios; y que es importante que no calle aquellas cosas que traicionan el querer de Dios de parte de los que tienen alguna responsabilidad pública o alguna actuación social”.
“Porque le dice el Señor a Ezequiel en el caso de que no le llames la atención, no solo obra mal él, sino también obrás mal vos y estás consintiendo, casi como un cómplice, que esto siga sucediendo”, precisó, y profundizó: “Lo hacemos, no desde un lugar de una rigidez conceptual o desde una especie de aplicación fundamentalista de la Biblia; lo hacemos desde el lugar del amor como nos enseña Pablo en la segunda lectura”.
Monseñor Colombo recordó que “los mandamientos se resumen en el mandamiento del amor. Esa es la ley que Jesucristo ha venido a grabar en nuestros corazones” y destacó: “Cuando hablamos, cuando amamos, cuando buscamos el bien de los demás; lo hacemos movidos por el amor”.
“El Evangelio nos muestra lo que significa en la comunidad cristiana la corrección fraterna. Seguramente ya entre los apóstoles había problemas como en todo grupo humano, había cosas que no funcionarían; y Jesús, entonces, les enseña el camino para la corrección”, indicó.
“El diálogo primero privado, la corrección desde el lugar del hermano con el otro. Después si eso no funciona, una forma más convincente, la de convocar a la autoridad para que, no como una especie de soplón, como lo que decimos vulgarmente: ‘el buchón o el vigilante'; sino del hermano que busca el bien del otro. Pide a la autoridad la corrección, si correspondiera”, detalló.
El arzobispo mendocino afirmó que “esto que en el Evangelio aparece con tanta nitidez, con tanta pedagogía, hace pensar en cuántos problemas nos ahorraríamos en las comunidades si las cosas, en vez de utilizar las indirectas, las ironías, el hablar a las espaldas o sencillamente el cortar relaciones directamente con una persona”.
“Me llama la atención el texto que se refiere al poder de la comunión: ‘cuando dos se pongan de acuerdo, cuando dos lleguen a un acuerdo sobre un tema, estarán como atando en el cielo aquello que ustedes proclaman. No ya Pedro con la autoridad apostólica, sino el poder de la comunión fraterna para conseguir de Dios a través de la oración y del obrar común lo que uno pide”, señaló.
“Ya ven que el Evangelio, en este capítulo de Mateo, nos está invitando a una renovación de nuestro obrar moral. No desde el lugar de los perfectos, sino de las personas que aman y que, en todo caso, han encontrado en la comunidad cristiana el espacio para llevar a buen término la obra que Dios ha comenzado en cada uno”, concluyó.
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