"Son llamados 'felices' quienes incorporan las bienaventuranzas a sus vidas y no se avergüenzan de ello", destacó el arzobispo emérito de Corrientes en su sugerencia para la homilía dominical.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, dedicó su última sugerencia para la homilía dominical a hacer una reflexión sobre las bienaventuranzas y su relación con la felicidad.
“Si la fidelidad no se refiere a la persona de Cristo, el ser humano - hombre y mujer - no logrará la felicidad. Cierta sensación de bienestar es fugaz y no logra la felicidad intentada”, advirtió.
En este sentido, el prelado puso un ejemplo gráfico: “Los enamorados creen ser felices hasta que los años y las naturales diferencias ponen en cuestión su convivencia”.
“Dejar de amarse, hasta llegar a odiarse, es la consecuencia del rechazo de las bienaventuranzas”, consideró.
“Cristo vino a dar solidez al amor entre las personas. Por ello el matrimonio es un sacramento, o signo eficaz de la gracia redentora. San Pablo afirma que, en Cristo, el matrimonio es signo o sacramento del amor indisoluble que Dios tiene por todos los hombres”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- Las Bienaventuranzas. No existe comentario que logre agotar el contenido de las bienaventuranzas. Por eso procuraremos escucharlas de labios del mismo Maestro, como lo hacían aquellas muchedumbres. Los corazones simples y bien dispuestos podrán captar su trascendencia y su aplicabilidad en momentos límites como los actuales. Las bienaventuranzas expresan la espiritualidad del Nuevo Testamento. Jesús las presenta como verdaderas normas de vida para quienes se disponen a seguirlo. La primera de ellas constituye el fundamento de las restantes: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”. (Mateo 5, 3) La pobreza de corazón es la base insustituible para construir el sólido edificio de la Iglesia. En las personas de Pedro y de los Apóstoles, Jesús manifiesta valerse de esos pobres para confundir a los poderosos, y confiarles su propia misión: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. (Juan 20, 21)
2.- Bienaventuranza y felicidad. Son llamados “felices” quienes incorporan las bienaventuranzas a sus vidas y no se avergüenzan de ello. Los que tienen alma de pobres, logrando que la virtud de la humildad constituya la virtud principal, en su relación con Dios y con el mundo, pueden considerarse verdaderamente dichosos y asentar sólidamente su auténtica felicidad. Así no lo entiende la terminología corriente. El concepto “felicidad” está agotado y encerrado entre márgenes asfixiantes, autorreferenciales y mezquinos. Jesús, con sus bienaventuranzas contradice abiertamente tal concepción. “Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” (ibídem 5, 4) frente un mundo caracterizado por la urgencia irresponsable y la pérdida del respetuoso dominio de la tierra. Así podemos enumerar prolijamente cada uno de sus términos: “Felices los afligidos…”; “Felices los que tienen hambre y sed de justicia…”; “Felices los misericordiosos…”; “Felices los que tienen el corazón puro…”; “Felices los que trabajan por la paz…”; “Felices los que son perseguidos por practicar la justicia…”. (Ibídem 5, 5-10). Valores que solo Cristo y sus santos pueden ofrecer formulados al mundo.
3.- Las falsas y mundanas bienaventuranzas. La misma terminología es utilizada en el lenguaje corriente, en sentido contrario. La felicidad no proviene de la práctica de ciertas “bienaventuranzas” mundanas, que responden a una cosmovisión materialista y atea. Muchos cristianos han sucumbido a su diabólica seducción. Jesús las expone a un pueblo que responde a su misteriosa atracción. La búsqueda legítima de la felicidad, halla en la palabra de Jesús su sentido y verdadero logro. Para interpretar debidamente la predicación de las bienaventuranzas es preciso, como lo anticipáramos, fundarlas en la primera de ellas: “Felices los que tienen alma de pobres…”. La pobreza evangélica no consiste en la carencia de los bienes materiales. No siempre “no tener” indica poseer alma de pobre. Existen pordioseros que no son pobres y poseedores de enormes bienes económicos que sí lo son. No es lo común. Desprenderse de los bienes materiales, en favor de quienes más los necesitan para vivir, supone haber obtenido un grado de pobreza evangélica que configura al creyente con Jesucristo. Es el ideal, incomprendido por muchos de quienes dicen creer, incluidos algunos consagrados, que han abandonado su compromiso de consagración. ¿Qué ocurre con las diversas expresiones de la “apostasía” que hoy nos aqueja?
4.- Sin referencia a Dios la felicidad es una frágil simulación. Si la fidelidad no se refiere a la persona de Cristo, el ser humano - hombre y mujer - no logrará la felicidad. Cierta sensación de bienestar es fugaz y no logra la felicidad intentada. Los enamorados creen ser felices hasta que los años y las naturales diferencias ponen en cuestión su convivencia. Dejar de amarse, hasta llegar a odiarse, es la consecuencia del rechazo de las bienaventuranzas. Cristo vino a dar solidez al amor entre las personas. Por ello el matrimonio es un sacramento, o signo eficaz de la gracia redentora. San Pablo afirma que, en Cristo, el matrimonio es signo o sacramento del amor indisoluble que Dios tiene por todos los hombres.+
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