"Un cierto apocamiento del nombre 'cristiano' parece dominar el comportamiento de muchos bautizados", advirtió el arzobispo emérito de Corrientes en su sugerencia para la homilía dominical.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, dedicó su sugerencia para la homilía del quinto domingo del tiempo ordinario a una reflexión sobre “la verdadera identidad cristiana”.
“Ser luz y sal resulta de una verdadera participación de la santidad de Jesús. Cuando el Señor declara que sus discípulos son sal de la tierra y luz del mundo, descubre la verdadera identidad que, por la acción de su Espíritu, se produce en ellos. La vida cristiana lo exige, desde su propia esencia”, señaló.
Asimismo, monseñor Castagna destacó que el bautismo “convierte, a quienes lo reciben, en miembros de Cristo, y partícipes de su vida y santidad”.
Sin embargo, el arzobispo emérito de Corrientes advirtió que “un cierto apocamiento o reducción del nombre cristiano parece dominar el comportamiento de muchos bautizados”, y sugirió entonces que la “predicación y la catequesis deben recuperar el valor de la santidad, otorgándole la primacía que tuvo en sus orígenes”.
Finalmente, subrayó que luchar para alcanzar la santidad “es voluntad expresa de Dios”.
Texto de la sugerencia
1. La luz y la sal. Sal y luz, dos términos significativos en el lenguaje de Jesús. ¿Qué vió en sus discípulos al declarar que eran la luz y la sal? ¿De dónde provenía la cualidad de la sal y la luminosidad de la luz que ellos mostraban? El discipulado convierte a aquellos seguidores en poseedores de la sal y portadores de la Luz. Es Cristo quien otorga a la sal su virtud curativa, y es Él la Luz que debe brillar en ellos, como en un candelero, “a fin de que vean sus buenas obras y así glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5, 16) Es el destino que excede las capacidades humanas y constituye la meta del ministerio de Jesús. La descripción, mediante la cual Jesús define la identidad de los que creen en Él, posee una densidad admirable. Las virtudes cristianas, aunque en estado seminal, hacen presente a Jesús Salvador. La santidad despliega su potencial en la transformación de la semilla en árbol o espiga. La evangelización del mundo depende principalmente de la gracia pero es inseparable de la santidad de los evangelizadores.
2. Que quienes nos miren vean a Cristo. Para ser sal y luz será preciso dejar que el Espíritu conforme al creyente con Jesús. Lo que Él es con respecto al Padre debemos ser los cristianos con respecto a Jesús. Que podamos asegurar que quienes nos ven vean a Cristo, y reciban el sano escozor de la sal que cura y preserva del mal. Que a través nuestro la Luz del Evangelio - Cristo - ilumine los senderos más escabrosos y despeje el horizonte de una eternidad bienaventurada. El mundo no entiende una argumentación doctrinal que no esté acompañada con el testimonio de la vida. No hablamos de la santidad consumada, reconocida por la Iglesia en la solemne ceremonia de canonización, sino de la santidad “in fieri” o encaminada a serlo. Vivir en gracia de Dios es estar encaminados a la santidad. Es la condición reclamada por la Iglesia para proceder a la Ordenación de un sacerdote. Cierta vez me preguntaron sobre la formación de los futuros sacerdotes. Qué pretendía yo de ella. Respondí que haga de ellos “buenos cristianos”, es decir, que los candidatos se propongan ser santos. Porque en realidad, el buen cristiano es el santo, que lucha, a veces con muchas dificultades - con caídas y levantadas - por vivir en gracia y crecer en ella hasta la heroicidad.
3. La verdadera identidad cristiana. Ser luz y sal resulta de una verdadera participación de la santidad de Jesús. Cuando el Señor declara que sus discípulos son sal de la tierra y luz del mundo, descubre la verdadera identidad que, por la acción de su Espíritu, se produce en ellos. La vida cristiana lo exige, desde su propia esencia. Cuando los Apóstoles se refieren a los cristianos, con el nombre de “santos”, no hacen más que calificarlos con su propio nombre: “Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, saludan a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, junto con todos los santos que viven en la provincia de Acaya”. (2 Corintios 1, 1) El Bautismo convierte, a quienes lo reciben, en miembros de Cristo, y partícipes de su Vida y santidad. Un cierto apocamiento o reducción del nombre cristiano, parece dominar el comportamiento de muchos bautizados. La predicación y la catequesis deben recuperar el valor de la santidad, otorgándole la primacía que tuvo en sus orígenes. La santidad es voluntad expresa de Dios: “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo”. (1 Pedro 1, 15-16)
4. El escollo de la soberbia. El nuestro es un mundo que no deja de manifestar su necesidad de redención. Sus responsables no querrán admitirlo, ya que la soberbia, principal causa de sus infortunios, los empuja al precipicio que dicen querer evitar. El pecado del mundo, que Cristo vino a eliminar, consiste en oponerse a Dios mediante la ambición diabólica de autoconstruirse ignorándolo. Es lo que podemos observar. La soberbia asiste e inspira al soberbio. Los proyectos políticos y sociales más destacados, acaban devaluados hasta desaparecer, cuando, inspirados por la soberbia, fracasan. El enaltecimiento del humilde, por parte de Dios, es consecuencia de la verdad respetada por quienes reconocen su condición de criaturas y, por lo mismo, de su dependencia del Creador. El Evangelio llama a la conversión: del error a la verdad, de la idolatría al culto del Dios verdadero.+
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