"Con nuestros pecados y virtudes, pobrezas y posibilidades, temperamentos y habilidades, Dios quiere hacer su obra de evangelización y santificación", recordó el arzobispo emérito de Corrientes.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, asegura que la escena de la transformación del agua en vino en la boda de Caná está literalmente hilvanada con las de la multiplicación de los panes.
“Jesús no saca de la nada lo que otorga a quienes comparten con Él la vida cotidiana. No es un milagrero. Siempre cuenta con lo que encuentra en los demás, o con lo que poseen, poco o mucho, útil o inútil”, diferenció.
“En Caná, los atribulados esposos no podían aportar más que lo que el mismo Señor pidió a los servidores: seis tinajas colmadas de agua. Con el agua, no sin ella, produce la prodigiosa transformación”, ejemplificó.
Monseñor Castagna sostuvo que “con cada uno de nosotros: con nuestros pecados y virtudes, pobrezas y posibilidades, temperamentos y personales habilidades, Dios quiere hacer su obra de evangelización y santificación”.
“Es necesario que aportemos lo nuestro para que Dios haga lo suyo”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- María, poderosa intercesora. María, que ha iniciado el nuevo año, inaugura ahora el Tiempo Ordinario del Ciclo C. Las Bodas de Caná revelan a María como poderosa intercesora. Su amor es un amor atento a las mínimas necesidades. Advierte que el vino, ingrediente imprescindible en una fiesta de esa naturaleza, se ha agotado. La situación de bochorno que debían pasar los jóvenes esposos, o sus padres, es captada por María y, de inmediato, manifestada a su Hijo: “Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”. (Juan 2, 3-4) Jesús es respetuoso de los tiempos establecidos por su Padre. La respuesta a su santa Madre no es descomedida, incluye la mención exacta de la hora de iniciación de su ministerio. No le dice a María: “No me apures, no es aún el momento en el que debo revelar mi identidad mesiánica”.
2.- “Hagan todo lo que Él les diga”. La reacción de María ante la objeción de Jesús es asombrosa. Es como si no le hiciera caso. Directamente se dirige a los servidores con una expresión que se ha hecho proverbial en la espiritualidad cristiana: “Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga”. (Juan 2, 5) ¡Qué confianza y conocimiento de su divino Hijo! No duda ni vacila, y Jesús, como si no hubiera desestimado la insinuación de su Madre, imparte directivas precisas y adelanta su hora: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde, “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron”. (Juan 2, 8-9) Los seiscientos litros de agua se convierten en seiscientos litros del más exquisito vino. Con aquel prodigio Jesús apresura su identificación ante sus principales discípulos: “Este fue el primero de los signos de Jesús y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”. (Juan 2, 11) A partir de entonces sus inmediatos seguidores iniciarán el aprendizaje de quién es Cristo y orientarán sus vidas en su seguimiento.
3.- Aprendizaje de la Verdad. La Verdad es Cristo, y sus palabras la expresan con seguridad para quienes creen en Él. Sus discípulos necesitaron iniciar ese aprendizaje, urgidos por el ministerio a ellos confiado. Santo Domingo de Guzmán leía continuamente el Evangelio según San Mateo y las Cartas del Apóstol San Pablo, cuyos textos llevaba siempre consigo. La tecnología actual nos permite guardar en nuestros portafolios la Biblia completa y recurrir piadosamente a ella. Jesús continúa su divina enseñanza, revelando el Misterio de Dios. Vivir conforme al mismo es, ciertamente, nuestra principal tarea de fe. Para ello necesitamos la lectura piadosa de la Palabra, llegada a sus naturales signos sacramentales, principalmente a la Eucaristía. ¡Cuán lejos aún nos encontramos de la práctica de ese conocimiento que supo encauzar a los santos en sus diversos senderos a la santidad! Es preciso recuperar esa intimidad con la Palabra, hasta “saberla de memoria”, como Santo Domingo. Y dejar que el Maestro nos invite a convivir en su casa, como lo hizo con aquellos afortunados discípulos del Bautista: Juan y Andrés (Juan 1, 37-40).
4.- Caná de Galilea. La escena de la transformación del agua en vino está literalmente hilvanada con las de la multiplicación de los panes. Jesús no saca de la nada lo que otorga a quienes comparten con Él la vida cotidiana. No es un milagrero. Siempre cuenta con lo que encuentra en los demás, o con lo que poseen, poco o mucho, útil o inútil. En Caná, aquellos atribulados esposos no podían aportar más que lo que el mismo Señor pidió a los servidores: seis tinajas colmadas de agua. Con el agua, no sin ella, produce la prodigiosa transformación. Con cada uno de nosotros: con nuestros pecados y virtudes, pobrezas y posibilidades, temperamentos y personales habilidades, Dios quiere hacer su obra de evangelización y santificación. Es necesario que aportemos lo nuestro para que Dios haga lo suyo.+
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