El arzobispo emérito de La Plata celebró, en silla de ruedas, la misa de acción de gracias por sus 30 años de consagración de obispo en una parroquia porteña, con la presencia del cardenal Mario Poli.
Monseñor Héctor Rubén Aguer, arzobispo emérito de La Plata, celebró los 30 años de su ordenación episcopal en una misa el pasado miércoles 6 de abril en la basílica Nuestra Señora del Pilar, en el barrio porteño de Recoleta. La Eucaristía fue concelebrada por el primado de la Argentina, cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, otros seis obispos y trece sacerdotes.
En la homilía, que tituló “Sucesor de los Apóstoles”, monseñor Aguer dijo que ese título, “bien considerado, hace temblar; por un lado –se me ocurre- nos asemejamos a aquellos en su imperfección primera, que los Evangelios no disimulan; y por otro, a aquella gozosa comunión posterior con el Resucitado. El llamamiento al comienzo era: “Vengan, que Yo les haré pescadores de hombres"; vengan detrás de mí, es decir ‘síganme’; ellos no podían sospechar, entonces, que tal seguimiento llevaba a la Cruz”.
Monseñor Aguer celebró desde una silla de ruedas y debió ser levantado unos escalones para subir al presbiterio. “Ya ven que la carrocería está un poco estropeada, pero el motor funciona bien; ustedes juzgarán”, dijo antes de empezar la celebración. Agradeció al principio y al final la presencia del cardenal Poli, de los hermanos obispos y sacerdotes, y de todos los presentes.
Recordó que el 4 de abril se cumplieron 30 años del día en que, por imposición de las manos del cardenal Antonio Quarracino, recibió una participación en el misterio de la sucesión apostólica. “El otro protagonista fue monseñor Rubén Frassia, actualmente obispo emérito de Avellaneda-Lanús (que estaba presente); somos algo así como mellizos en el episcopado y buenos amigos”.
Los otros obispos concelebrantes fueron monseñor Alfredo Horacio Zecca, arzobispo titular de Bolsena; monseñor Carlos Humberto Malfa, obispo de Chascomús; monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo emérito de Avellaneda-Lanús; monseñor Antonio Marino, obispo emérito de Mar del Plata; monseñor Ernesto Giobando SJ, obispo auxiliar de Buenos Aires, y monseñor Nicolás Baisi, obispo de Puerto Iguazú, que le ayudó a su lado durante la misa, así como a subir los escalones. Además de los sacerdotes concelebrantes, estaba cerca del altar un seminarista de la Iglesia Católica Greco-Melquita, que ayudó en la misa.
Hizo la primera lectura el doctor Alberto Solanet, expresidente de la Corporación de Abogados Católicos. También leyó las intenciones de los fieles, en las que se pidió por la Iglesia, para que su impulso misionero llegue a todas periferias existenciales y sociales; por el papa Francisco y su ministerio petrino, por los obispos, por monseñor Aguer para que el Señor lo conforte y lo fortalezca en su ministerio.
La proclamación del Evangelio estuvo a cargo del Pbro. Manuel Arrieta, del Arzobispado de La Plata.
Entre los numerosos presentes se hallaban el exrector de la Universidad Católica de La Plata (UCALP) Hernán Mathieu; el exvicerrector de esa universidad Eduardo Ventura; el ex presidente de la Academia del Plata, Eduardo Quintana.
Pasó la bolsa de la colecta la doctora Zelmira Bottini de Rey, exdirectora del Instituto de Matrimonio y Familia de la UCA. En la comunión hubo tres largas filas de fieles y se cantó “Cristo Jesús, en Ti la patria espera” y “Oh, víctima inmolada”. Concluida la misa, los asistentes cantaron la Salve a la Virgen en latín.
Luego, sentado en su silla de ruedas monseñor Aguer fue recibiendo el saludo de muchas personas, cambiando algunas palabras con ellas o bendiciéndolas, a lo largo de una hora, casi hasta el momento en que debía empezar la siguiente misa. Entre los últimos en saludarlo estaba un matrimonio joven con un bebito en un cochecito.
En la homilía, monseñor Aguer citó a San Pablo y a San Isidoro de Sevilla, expuso un pasaje de Los hermanos Karamazov, “la obra maestra de Fiódor Dostoyevski”, y al hablar de la transustanciación, agregó que había tomado ese pensamiento de Benedicto XVI (Josef Ratzinger).
Al señalar que el obispo es responsable del cuidado de la sagrada liturgia, dijo que “en el gesto del obispo que pronuncia las palabras de la transustanciación, el cambio del pan en el Cuerpo del Señor, y del vino en su Sangre, la representación de la Cena y de la Cruz adquieren la máxima originalidad; y constituyen una profecía de la transustanciación del mundo, a cuyo servicio se empeña la sucesión apostólica”.
“Cualquiera de ustedes podría preguntarme: ¿El 4 de abril de treinta años atrás, abrazó usted conscientemente esa realidad que acaba de exponer? Puedo decir que viví con intensidad lo que se realizaba en mí, y con el asombro de encontrarme en esa circunstancia, y aun que lo he percibido implícitamente. Pero al cabo de tres décadas de ejercicio de la misión episcopal, con recta intención, y deseo de agradar al Señor, puedo reconocer ahora la verdad teológica que se encierra en el concepto de sucesión apostólica. No se me oculta que me encuentro todavía lejos de vivir en plenitud esa dimensión espiritual –mística, digamos-; realización vital de aquella verdad teológica”, sostuvo.
Monseñor Aguer reconoció que se había extendido excesivamente en su reflexión, por lo que para concluir dijo no poder omitir el papel de la Santísima Virgen María en su vida episcopal. “Estoy aferrado a su Rosario. Puedo resumir lo que he recibido de Ella haciendo referencia a los dos modelos de la iconografía oriental que suscitan mi devoción, y que me gustan especialmente. Ella es la Hodigitria, la que señala el Camino. Con su brazo izquierdo sostiene al Niño, y con su mano derecha lo muestra; en efecto, Ella ahora nos indica a Cristo como Aquel a quien debemos seguir, así como nos los mostrará dichosamente ‘después de este destierro’, según lo pedimos al rezar la Salve. El otro modelo es la Eléusa, la Madre de la misericordia y la ternura, que estrecha a Jesús contra su mejilla. De ese modo, María, con su cercanía y su cariño alivia nuestros pesares, y nos consuela en los momentos difíciles”, destacó.
“Tengo otro punto mariano de referencia, imposible de olvidar: la pequeña Virgen de Luján, que está allá junto al río desde el siglo XVII, desde el episodio que aquella gente, gente de fe, interpretó como un milagro. Ella no ha dejado mensajes, nunca ha dicho nada, no dice nada. Está allí para que la miremos; no dice nada con palabras, pero ciertamente habla al corazón”, concluyó.+
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