Una fuerte advertencia que el Señor nos hace al comienzo de esta semana, para invitarnos a reencontrarnos con la mirada de la misericordia que es la que Él está queriendo instalar en un nuevo modo de convivencia. Quitando del medio toda expresión dura, toda crítica descomprometida del sí mismo, para trasladar los propios conflictos proyectándolos sobre los demás, sin hacerse cargo de sí.
Jesús dijo a sus discípulos: No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes. ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Deja que te saque la paja de tu ojo’, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
San Mateo 7,1-5
En el comienzo de la Catequesis el Padre Javier invitó a reflexionar en torno a: ¿Qué paso tenés que dar para encontrarte con el otro desde la empatía?
Una fuerte advertencia de Jesús
Jesús nos conoce bien. Sabe perfectamente cuáles son nuestras mayores debilidades en el campo de las relaciones con los demás, y quiere que trabajemos intensamente para superarlas, porque son perjudiciales para nosotros en todos los sentidos.
Los hombres y mujeres de toda clase y condición, tenemos una inclinación malsana y persistente, a criticar a los otros. Vemos con mucha facilidad, tal vez más de la que quisiéramos, los defectos y las malas acciones que quienes están a nuestro alrededor tienen y realizan, y ello nos lleva a criticarlos – en nuestro corazón y de viva voz -, por una razón o por otra, la mayoría de las veces con gran dureza.”La medida que usen ustedes será la que sea usada para con ustedes” nos dirá el Señor.
Olvidamos por completo que también nosotros tenemos defectos, y que nuestras fallas pueden ser incluso más graves que las de quienes criticamos. Entonces nos erigimos en jueces que juzgan y condenan sin piedad a todo el que se nos pone delante, a la vez que nos hacemos “los de la vista gorda” con nuestra propia conducta, o buscamos el modo de justificarla para que sea aceptada sin más. ¿Cómo salir de este lugar? Abandonando los juicios categóricos y absolutos, y tener la posibilidad de ser relativos, que no es ser relativistas, sino en relación al gran Absoluto en donde hay lugar para todos y para cada uno plantea un camino de plenitud y felicidad. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”… muchas posibilidad. Pidamos la gracia de poder mirar como Él mira, con amor y misericordia…
Mirar desde la empatía
Es necesario incluir dentro de nuestra contemplación de la realidad, la empatía. No es sólo una cercanía que nos pone al lado del otro, sino en el otro. Supone ponerse sus zapatos y poder mirar y sentir lo que el otro siente. La empatía requiere una gran capacidad de ruptura con nosotros mismos, lo cual es posible sólo con la fuerza del amor que nos hace ser uno con los otros.
La empatía nos permite ver con los ojos con que los otros ven, entender con el entendimiento que los otros tienen de la realidad, e incluso sentir con el corazón del que siente y está junto a nosotros.
Se trata de una disposición interior que despierta en nosotros la capacidad de escuchar con atención y responder comprensivamente. El Señor nos invita a no ver rápidamente la paja en el ojo ajeno, y con mirada sencilla y misericordiosa, descubrir que el hermano tiene ciertas posibilidades de ser, así como yo tengo las mías. Desde este lugar, podremos juntos, encontrar nuevos horizontes que nos hermanen.
En el proceso de crecimiento de la empatía, decía Carl Rogers, una de las mejores formas es abandonar, al menos temporariamente, mis propias actitudes de defensa y tratar de comprender lo que la experiencia de la otra persona significa para ella. Es como abandonar el significado que para nosotros tienen los acontecimientos, según nuestra manera de entenderlo y aprender a comprenderlo desde donde el otro lo vive, lo sufre, lo sueña, lo espera, lo lucha, lo trabaja. Es ponerse verdaderamente en la piel del otro. Nos pasa casi espontáneamente cuando podemos viajar y conocer otras culturas, o cuando nos encontramos con alguien totalmente diferente a nosotros.
Hay ciertas fases en el proceso de la empatía en nosotros:
Identificación: yo me identifico con el otro y por lo tanto salgo de mí mismo y empiezo a entender desde donde el otro entiende. No para confundirme ni para desvincularme de mi autonomía, ni licuar en un relativismo existencial mis miradas y mis certezas, sino para acrecentar mi entendimiento de lo que nos está pasando y luego buscar la forma y el modo de hacer mi aporte. Abandono mi mundo y me meto en otro lugar para intentar entender desde donde el otro entiende.
La mayoría de las veces no son ideas, sino experiencias que le aportan una cosmovisión particular. La propuesta de Jesús no supone entrar en un relativismo ni tampoco hacer de la mirada propia un absoluto.
Incorporación de lo que repercute en mí del otro: primero me pongo en la piel del otro y después veo qué me dice esto de incorporar al otro en mi camino, esta repercusión del otro en mí. Estamos hechos para los otros y solamente en la medida en que el otro forme parte de mí y no me resulte un peso, podré yo llegar a incorporarlo a mi camino.
Hay una imagen muy linda que grafica esto: en Pensilvania (EEUU) hay una estatua que representa a un niño cargando sobre sus espaldas a otro niño más pequeño y una frase: “no me pesa, es mi hermano”. Tiene su origen en un hecho ocurrido cuando hubo unos incendios catastróficos en esa región, que ocasionó la muerte de muchas personas. Tras la búsqueda de sobrevivientes, apareció un niño, descalzo, con sus pies quemados, cargando a su hermano más chiquito. Cuando lo quisieron aliviar tomando a la criatura, el niño dijo espontáneamente: “es mi hermano, no me pesa”.
A este punto hay que llegar con la actitud empática: incorporar al otro hasta que no me signifique un peso. Es como actuó el Cireneo, que cargó la cruz de Jesús camino al calvario. Es como actúa el Señor que carga con cada uno de nosotros y nos conduce al Padre.
Nosotros también, estamos llamados a que desde el amor que suaviza la relación, hacernos cargo del otro en un vínculo gustoso que nos llena de gozo y alegría.
Separación: es el momento de retirarnos del plano de los sentimientos y de recurrir a la razón y con un juicio sereno, reposado, apacible, aprender a recorrer con inteligencia un camino nuevo. Poder con los nuevos elementos incorporados, estar al lado de los otros. Este ponerme en el lugar del otro tiene su momento de separación, para que no sea una simbiosis asfixiante y confusa.
Escalar para ver más alto
Miradas comprensivas, tiernas y cercanas, juiciosas que es diferente al prejuicio. Desde la metodología del “ver, juzgar y actuar”. Veo comprometiéndome, no desde un escritorio, para desde ahí poder hacer un juicio de lo mirado y recién allí actuar. Actuamos generando espacios de encuentro con una mirada renovada, buscando una verdadera “cultura del encuentro” como nos invita el Papa Francisco.
Camino de ascenso al monte Carmelo, que es un ir abandonando todo para alcanzar todo. La negación que plantea en el camino San Juan de la Cruz, que es un ir de nada tras nada, para llegar al todo. Implica un ir abandonando las propias posiciones, placeres e ideas, que es un más, como diría San ignacio, que nos pone en la mirada más grande de Dios. Nuestra mirada es sólo un punto de vista y pasa como cuando frente a una imagen nueva que varios contemplamos hay tantas miradas como personas presente. Lo mismo que para la realidad, para tener una mayor perspectiva hay que mirar desde más alto.
“Si no escalas la montaña, jamás podrás disfrutar del paisaje” dice Pablo Neruda.
Para tener una mirada amplia hay que tener capacidad de escalar, que aunque parezca una contradicción es un descender. Como dice Francisco “desde las periferias se ve mejor”.
Cuando nos dejamos interpelar por otras realidades descubrimos mundos que nos dan mayor amplitud, y para ello hay que bajar. Cuando nos cerramos y nos hacemos duros, rápidamente nos vamos corrompiendo. Mientras más compartimos y nos vinculamos con realidades diversas, nuestra mirada se amplía y comienza a ser más rica. Es un ejercicios de permanentes rupturas para ir a nuevos lugares.
Generar comunión a 360º grados, como dice Chiara Lubich. A veces el miedo que tenemos cuando salimos a otros mundos es descentrarnos, pero mientras uno permanezca en el centro que es el Señor, cualquier mirada que contemplemos si en la mirada del Señor permanecemos no nos salimos. Ahí a 360º grados contemplamos la realidad permaneciendo en el que es Uno.
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