El presidente reveló que mantiene “charlas” con Francisco para hablar de la situación del país, pero nadie en la Iglesia pudo confirmarlas. Prudencia eclesiástica sobre las posibles intenciones. El interés por la visita papal, entre las motivaciones.
Sergio Rubin
Es sabido que Javier Milei es extrovertido cuando expresa sus sentimientos. Y con frecuencia lo hace de modo extremo. O elogia sobremanera a una persona o la critica duramente. También es cierto que puede ir de un extremo a otro.
A Patricia Bullrich llegó a acusarla de “terrorista tirabombas” y luego la calificó con un diez como su ministra de Seguridad. Al Papa Francisco pasó de considerarlo “el representante del Maligno en la tierra”, a ubicarlo como “el argentino más importante” de la historia.
Los cambios de Milei respecto del Papa comenzaron en el tramo final de la campaña presidencial, cuando comenzó a disculparse con él. Al mes de haber asumido, le envió a Francisco una conceptuosa carta de invitación a visitar el país y en febrero lo visitó en el Vaticano con ocasión de la canonización de la primera santa argentina y le pidió un abrazo que selló la reconciliación. A su vez, el pontífice le dispensó más de una hora de audiencia, un tiempo inusual para una visita oficial.
Desde entonces, el presidente no solo fue muy cuidadoso al referirse a Francisco, pese a las diferencias en cuestiones como el concepto de justicia social o el papel del Estado que el pontífice no deja de expresar, sino incluso con las declaraciones de la Iglesia y las actitudes de algunos de sus miembros. Consideró que sería un error no aceptar visiones diferentes y llegó incluso a mostrarse comprensivo con las “misas militantes” que la propia Iglesia condenó.
Esta semana negó que las críticas que contuvo la homilía que el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, pronunció en el Tedeum por el 9 de julio haya sido “un torpedo” contra su gobierno. Pero lo que más llamó la atención esta vez fue que dijo que mantuvo “charlas” con Francisco, a las que calificó de “fantásticas” en las que se abordó la problemática de la pobreza y que el Papa, para distender por la densidad del tema, intercalaba algún chiste.
“Como abordamos temas muy profundos, muy complejos, él tiene esa grandeza, ese sentido del humor tan interesante, de meter algún chiste para relajar un poco la conversación porque estar todo el día palo y palo con estas cuestiones tiene su costo anímico”, contó Milei durante una entrevista televisiva en la que también reveló que mantiene informado al pontífice sobre la asistencia social que brinda su gobierno.
“El Papa, que está muy comprometido (con lo social), recibe periódicamente un informe del ministerio de Capital Humano con las cosas que estamos haciendo para que esté al tanto y no le llegue información distorsionada”, dijo. Se descuenta que en el próximo reporte se le informará que este viernes se duplicó el presupuesto destinado a la Tarjeta Alimentar que cuenta con casi 2,3 millones de beneficiarios.
Nadie en la Iglesia pudo confirmar las “charlas” de Milei con el Papa. Eso sí: deslizaron que su difusión podría dañar el vínculo porque a Francisco no le gusta que sus contactos privados se publiciten. Recordaron que la relación del entonces presidente Alberto Fernández con el pontífice comenzó a dañarse cuando el primer mandatario empezó a difundir las supuestas orientaciones que recibía de él.
Aunque suele ser pantanoso transitar el terreno de las intenciones, en medios eclesiásticos creen que la difusión de este tipo de contactos por parte del presidente podría deberse al propósito de mostrar cierta comprensión y acompañamiento -real o aparente- del pontífice ante el severo ajuste en marcha, estrategia que se completaría con la concreción de su demorado viaje a su patria.
De todas maneras, Milei no se enfrenta por ahora a una Iglesia belicosa hacia su gestión, más allá de las críticas de los curas villeros -que empezaron en la campaña- y de expresiones puntuales como las dos “misas militantes”. El eje de la homilía de García Cuerva en el tedeum fue la preocupación por la persistencia de la grieta y la necesidad de mejorar la convivencia política.
Pese a que no faltaron quienes dijeron que se trató de un mensaje duro contra el gobierno que contrastó con el silencio de la Iglesia durante las últimas administraciones peronistas, las palabras de García Cuerva -incluida la inquietud social- fueron una reiteración de lo que los obispos vienen diciendo desde la crisis de 2001 cuando tendieron una Mesa de Diálogo.
Precisamente por eso, la ausencia del presidente del Episcopado, el obispo Oscar Ojea, en la firma del Pacto de Mayo, abrió un debate en la Iglesia. Si bien dejó trascender que fue invitado a último momento cuando ya tenía tomado compromisos, algunos creen que ante el constante mensaje eclesiástico a favor de los acuerdos, debería haber asistido.
Milei, pues, tiene parte de razón cuando dice que las palabras de García Cuerva “no fueron un torpedo” contra el Gobierno. Parte de razón porque la advertencia del arzobispo ante tantas peleas políticas lo alcanza a él por su actitud de permanente confrontación. En eso se parece mucho a Cristina Kirchner, esposa de quien inició la grieta.
En síntesis, Milei corre el riesgo de sobreactuar su cordial relación con el Papa, provocando un efecto contraproducente, sumado a su persistencia en una permanente guerra verbal con quienes no piensan como él, que fue el disparador del enfrentamiento entre los entonces cardenal Jorge Bergoglio y el presidente Néstor Kirchner.
¿Podrá en algún momento el libertario contener su expansiva personalidad y ser más reservado y menos belicoso? ¿O no podrá ir contra su naturaleza y, además, seguirá como hasta ahora porque mal no le fue con muchos de sus votantes? Eso sí, con el Papa todo va mejor si el interlocutor es discreto y se muestra conciliador.
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